Escrutemos las señales que Dios va poniendo en nuestros caminos para crecer y madurar nuestra fe y el compromiso de nuestra vida cristiana
1Juan 3,
7-10; Sal 97; Juan 1,35-42
Cada uno ha de realizar su propio esfuerzo, es cierto, y tenemos que
alabar a quien busca desarrollar sus cualidades y valores, cree en sí mismo en
ese crecimiento y madurez de su vida y trata de buscar salidas y caminos o se
traza metas por las que luchar y que le den fuerza y animo en sus deseos de superación.
Es cierto que las cosas las tenemos que conseguir por nosotros mismos
y que no tenemos que esperar que nos las den hechas, pues de alguna manera indicaría
un infantilismo por nuestra parte. No
nos podemos quedar estancados en lo que vayamos consiguiendo sino que en
nuestro espíritu de superación hemos de buscar continuamente como superarnos,
cómo seguir encontrando esas metas, esos ideales altos que nos ayuden a seguir
levantando vuelo en la vida.
Pero también hemos de reconocer que hemos de saber buscar ayuda, no
para que nos hagan las cosas sino para abrirnos horizontes, para encontrar esa
palabra que quizá nos ayude a corregir un rumbo equivocado, que quizá nos
puedan hacer ver las cosas de otra manera. Siempre habrá alguien a nuestro lado
que nos pueda ofrecer esa ayuda, ese consejo, esa palabra orientadora si
nosotros sabemos escucharla y aceptarla.
En nuestro deseo de caminar por nosotros mismos no nos podemos sentir
autosuficientes ni llenarnos de orgullo, sino que también hemos de saber tener
la humildad de reconocer que alguien nos pueda ofrecer una luz para nuestro
camino. Son actitudes muy positivas que necesitamos en la vida.
Hoy en el evangelio nos encontramos con quienes se dejaron ayudar,
escucharon la palabra oportuna y aunque querían seguir buscando porque querían
saber más también se dejaron ayudar. Son aquellos dos discípulos de Juan
bautista, uno sabemos que era Andrés, del otro deducimos que es quien nos lo
cuenta en el evangelio el propio Juan hijo del Zebedeo, que escucharon a Juan
que señalaba a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y
se fueron tras Jesús porque querían saber más, porque querían conocerle.
‘¿Qué buscáis? ¿dónde vives? Venid y lo veréis’, fue todo el diálogo, pero se
fueron con Jesús. Primero se dejaron guiar por Juan y escucharon su Palabra.
Dejarnos guiar, escuchar la palabra oportuna que nos abre horizontes. Ellos
buscaban, sentían inquietud en su corazón, deseaban algo nuevo y por eso se habían
ido a la orilla del Jordán en el desierto donde Juan estaba predicando. Eran
sus discípulos; en principio podíamos decir que se sentían entusiasmados por
Juan, pero cuando Juan les señala a Jesús como el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo, se les abrieron otros horizontes.
Allí podían encontrarse con el Mesías esperando y se fueron tras El
porque querían conocerlo, querían saber de El. ‘Maestro, ¿Dónde vives?’ pero
no se quedaron ahí, se fueron con Jesús, estuvieron con El, le pudieron
conocer. Al día siguiente – aunque esto pueda ser una manera de hablar porque puede
indicar un tiempo que estuvieron conviviendo con Jesús - ya Andrés podía ir a
anunciarle a su hermano Simón que habían
encontrado al Mesías. Se dejaron guiar y se dejaron convencer; una vida nueva
se abría ante ellos.
Es lo que necesitamos en muchos aspectos de la vida. Es lo que
necesitamos en el camino de nuestra fe. Nos creemos seguros tantas veces por
nosotros mismos; es cierto que tenemos que vivir experiencias personales, como
lo vivieron Juan y Andrés primero con el Bautista y luego con Jesús mismo, pero
tenemos que dejarnos iluminar; y el Seños nos ilumina de muchas maneras, porque
pueda haber una palabra o un gesto de alguien que nos abra horizontes, puede
haber un acontecimiento que nos impacte y nos haga ver las cosas de otra
manera, puede haber una experiencia interior muy fuerte que nos llene de luz
por dentro y ya nuestra vida sea distinta. Dios nos habla y de muchas maneras.
Escrutemos todas esas señales y podremos en verdad vivir la verdadera fe.
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