Todo es un regalo de amor que nos compromete a vivir igualmente en la misericordia y el amor
2Crónicas 36, 14-16. 19-23; Sal 136; Efesios 2, 4-10; Juan 3,
14-21
Todo es un regalo de amor. Claro que no se entiende un
regalo de verdad si no es fruto del amor; si fuera desde otro sentido, desde un
interés sea cual sea, creo que no lo podríamos llamar regalo. Y además cuando
recibimos ese regalo de amor nosotros tenemos que sentirnos movidos a actuar de
la misma manera con los demás. Cuando uno recibe un regalo se siente
comprometido con ese amor que nos han manifestado y nuestra respuesta no puede
ser otra que la del amor.
Ahí tenemos resumido todo el mensaje de hoy, de la
Palabra que Dios hoy ha querido dirigirnos. Basta repasar el texto y subrayar
las palabras principales. Nos habla de la riqueza de la misericordia, del amor
con que nos amó; nos dice que por pura gracia estamos salvados; nos dice que es
un don de Dios; nos dice que estamos salvados por la gracia y por la fe. Es lo
que nos repite de una forma y otra el apóstol en la carta a los Efesios.
Estamos haciendo mención a la carta a los Efesios, pero
igualmente podríamos recordar lo que hemos escuchado en la primera lectura; nos
hace un resumen de la infidelidad del pueblo que olvida la ley del Señor, pero
por pura gracia aparece la salvación y la liberación para aquel pueblo; ‘en cumplimiento de la palabra del Señor,
por boca de jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia’
que dará la libertad al pueblo de Dios para que puedan volver a su tierra y
levantar de nuevo el templo del Señor, como era su deseo.
Creo que tendríamos que quedarnos considerando,
contemplando desde el corazón todo ese regalo de amor que Dios nos ofrece en
Jesús. Porque es lo que nos vuelve a repetir el evangelio; la razón por la que
Dios se ha encarnado, ha venido a tomar nuestra carne humana haciéndose hombre
como nosotros es su amor. Todo es un proyecto de amor; amor del Dios que nos
creó, pero aunque nosotros con nuestro pecado rechazamos ese proyecto de amor,
Dios sigue buscándonos, sigue llamándonos, sigue ofreciéndonos su amor.
Contemplaremos a Jesús levantado en alto, como se nos
dice hoy en el evangelio - ‘Lo mismo que
Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del
hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna’ - pero todo es
para la gracia, para ese regalo de amor que nos ofrece el perdón y nos regala
la vida eterna. ‘Para que todo el que cree en El tenga vida eterna’. Por eso
nos decía san Pablo ‘estáis salvados por
su gracia y mediante la fe’; la gracia de Dios nos regala la salvación que
nosotros acogemos y aceptamos por la fe.
Hablamos mucho de condena, pero para eso no ha venido
Jesús. Siempre en Jesús se está manifestando lo que es la misericordia de Dios.
‘Porque Dios no mandó su Hijo al mundo
para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él’. Son
verdaderamente consoladoras estas palabras de Jesús; palabras que nos llenan de
esperanza porque podemos palpar no el juicio y la condena sino lo que es la
misericordia de Dios.
Creo que todos tendríamos que aprender mucho, meditando
bien estas palabras del Evangelio. Nos tendrían que llevar a unas actitudes
nuevas, a una nueva manera de actuar; somos muy dados al juicio y a la condena,
pero somos los hijos de la misericordia porque toda esa gracia de Dios se ha
derramado en nosotros por su infinita misericordia y así tendríamos nosotros
que mostrarnos con los demás.
Somos la Iglesia de la misericordia que siempre nos
está ofreciendo el perdón y el amor del Señor y todos hemos se sentirlo y
palparlo en nuestras vidas. Así tiene que manifestarse siempre la Iglesia y si
no lo hiciera así no sería fiel al evangelio de Jesús, que siempre es Buena
Nueva que anuncia la misericordia de Dios, el año de gracia del Señor, el
perdón y la salvación. Es el corazón compasivo y misericordioso con que
nosotros también tenemos que acercarnos a los demás cuando nos hemos sentido
tan beneficiados del amor de Dios.
Acabamos de escuchar en estos días el anuncio que ha
hecho el Papa Francisco para convocar un Año Jubilar de la Misericordia. Una
ocasión más para meditar y para vivir esa misericordia de Dios con nosotros que
no viene a condenar sino a salvar; de cuántas maneras eso se ha de manifestar
en la vida de la Iglesia para que no se quede en bonitas palabras; pero una
ocasión propicia para llenar nuestras entrañas de misericordia y compasión, a
modelo e imitación de lo que es la misericordia y la compasión del Señor. ‘Sed compasivos, nos dirá, como vuestro
Padre es compasivo’.
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