‘El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino’, hagamos lo mismo
Isaías
65,17-21; Salmo
29; Juan
4,43-54
‘Un profeta no es
estimado en su propia patria’,
así comienza recordándonos el evangelista esta afirmación de Jesús. Ya
proféticamente Simeón había anunciado que aquel Niño iba a ser signo de
contradicción en medio de su pueblo. ‘Este
niño va a ser motivo de que muchos caigan o se levanten en Israel’, había
dicho. Y lo vemos a lo largo del evangelio. Muchos se entusiasmarán por El,
mientras los principales entre el pueblo le rechazan. Aunque luego contemplamos
también cómo surgen aquí y allá personajes que le aceptan, que le escuchan, que
creen en El.
Ya los evangelistas nos resaltarán que serán los
sencillos y humildes lo que principalmente le escuchen, pero también
contemplaremos diversos episodios en que serán gentiles, no judíos, los que
crean en El. Será el centurión romano el que pida con fe por la salud de su
criado, será la mujer cananea la que llore y grite detrás de Jesús por su hija poseída
por un espíritu inmundo, o será, como hoy hemos escuchado en el evangelio, un
funcionario real el que suba hasta Caná pidiendo por su hijo enfermo en
Cafarnaún. Son precisamente los que quizá nos dan mejores ejemplos de una fe
confiada. Ya recordamos como en esas ocasiones Jesús alaba la fe de esas
personas.
Es la fe que nos salva; es la fe que nos hace
encontrarnos de verdad con Jesús y con su salvación. Que no nos falte esa fe.
Pero creo que tendríamos que hacernos una consideración, porque muchas veces
los que parece que estamos más cerca de Jesús no nos mostramos tan seguros y
firmes en nuestra fe y confianza en el Señor. ¿Será para nosotros también un
signo de contradicción?
Los que estamos como más metidos en la Iglesia, en las
celebraciones y hasta en compromisos pastorales tenemos el peligro de hacer un
poco como aquellos que en el evangelio se creían seguros de si mismos - no hace
mucho en estos días pasados lo hemos escuchado - y nos creemos poseedores de la
fe verdadera como si fuera algo nuestro y quizá hasta despreciamos la fe de la
gente sencilla. Lejos de nosotros esas actitudes autocomplacientes de
considerarnos mejores o con más fe que los demás.
También, por otra parte, nosotros tenemos nuestras
dudas y nuestros altibajos en la fe y muchas veces aunque aparentamos mucha
seguridad y nos mostramos muy religiosos estamos también pidiendo pruebas y
razones una y otra vez y no tenemos la fe de la confianza, de ponernos en las
manos del Señor que es donde tenemos que sentirnos seguros y dejarnos conducir
por El. Como nos decía Jesús hoy en el evangelio ‘Como no veáis signos y prodigios, no creéis’.
Que no estemos siempre buscando el milagro o la prueba
para creer. Que crezca nuestra fe; que aprendamos de la fe de los sencillos.
Cuántos ejemplos podemos recibir de tantas personas que nos rodean si fuéramos
capaces de mirar con unos ojos limpios y con un corazón libre de maldad la fe
de esas personas. Que seamos capaces de poner con mucha humildad pero con mucho
amor toda nuestra fe y nuestra confianza en el Señor. ‘El hombre creyó en la
palabra de Jesús y se puso en camino’, nos dice el evangelio. Hagamos lo
mismo.
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