Todos los que sufrían de algo se le
echaban encima para tocarlo
Hebreos 7,25–8,6; Sal 39,7-8a.8b-9.10.17; Marcos 3,7-12
El enfermo busca la salud, el que tiene un dolor busca
un remedio o una medicina que se lo cure, el que está sufriendo por algún
motivo busca consuelo y algo que mitigue su angustia y su dolor. Todos buscamos
sentirnos bien. Para nuestros dolores y enfermedades acudimos allí donde
sabemos que podremos encontrar remedio, una medicina que nos cure, y por eso
algunas veces no nos contentamos con lo que sería la medicina, llamémosla
normal, sino que acudimos a aquel de quien hemos oído que nos puede remediar.
No nos extraña, entonces, lo que hemos escuchado hoy en
el evangelio. ‘Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le
echaban encima para tocarlo’. Habían venido de todas partes; ya el evangelista
nos relata como han venido de todos los lugares, Judea, Jerusalén, Idumea, Transjordania,
Tiro, Sidón son los lugares que señala, además desde la propia Galilea donde se
encontraba. Aunque Jesús quisiera retirarse a lugares apartados con sus
discípulos más cercanos allí lo seguía la gente venida de todos los lugares.
¿Qué buscaban en Jesús? ¿Qué buscamos en Jesús? Allí
estaban con sus sufrimientos, con su vida, con sus esperanzas y desesperanzas,
con sus corazones rotos, con sus deseos de paz. Hambrientos de vida, de salud
para sus cuerpos, pero de salvación y de esperanza para sus vidas. Y Jesús iba
respondiendo a toda aquella inquietud y todos aquellos deseos que se anidaban
en sus corazones. Porque los curaba, pero los enseñaba. No quería que se
quedaran solamente en la salud corporal, sino que en ello vieran el signo del
Reino de los cielos que El les anunciaba.
Buscamos nosotros también a Jesús. Llevamos muchas
preocupaciones en el corazón, desde los problemas y angustias que todos tenemos
dentro de nosotros, quizá también desde nuestros cuerpos maltrechos o
debilitados por la enfermedad o por los años, pero queremos mirar también
cuánto de sufrimiento hay a nuestro alrededor y con ello también nos
presentamos ante el Señor.
También nos queremos echar encima, como aquellas
gentes, para tocarle, para sentir el calor de su amor y de su paz, para sentir
la fortaleza que necesitamos en nuestra alma frente al mal que nos acecha, la
calidez de su presencia, la luz de su gracia. Con Jesús nos sentimos seguros.
En El vamos a encontrar la respuesta a nuestras inquietudes. El llenará
nuestras vidas con su gracia y ya todo será distinto. El despierta la esperanza
más profunda en nuestro corazón.
Vayamos hasta Jesús, con seguridad nuestra alma se
llenará de paz
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