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jueves, 22 de enero de 2015

Todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo

Todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo

Hebreos 7,25–8,6; Sal 39,7-8a.8b-9.10.17; Marcos 3,7-12
El enfermo busca la salud, el que tiene un dolor busca un remedio o una medicina que se lo cure, el que está sufriendo por algún motivo busca consuelo y algo que mitigue su angustia y su dolor. Todos buscamos sentirnos bien. Para nuestros dolores y enfermedades acudimos allí donde sabemos que podremos encontrar remedio, una medicina que nos cure, y por eso algunas veces no nos contentamos con lo que sería la medicina, llamémosla normal, sino que acudimos a aquel de quien hemos oído que nos puede remediar.
No nos extraña, entonces, lo que hemos escuchado hoy en el evangelio. ‘Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo’. Habían venido de todas partes; ya el evangelista nos relata como han venido de todos los lugares, Judea, Jerusalén, Idumea, Transjordania, Tiro, Sidón son los lugares que señala, además desde la propia Galilea donde se encontraba. Aunque Jesús quisiera retirarse a lugares apartados con sus discípulos más cercanos allí lo seguía la gente venida de todos los lugares.
¿Qué buscaban en Jesús? ¿Qué buscamos en Jesús? Allí estaban con sus sufrimientos, con su vida, con sus esperanzas y desesperanzas, con sus corazones rotos, con sus deseos de paz. Hambrientos de vida, de salud para sus cuerpos, pero de salvación y de esperanza para sus vidas. Y Jesús iba respondiendo a toda aquella inquietud y todos aquellos deseos que se anidaban en sus corazones. Porque los curaba, pero los enseñaba. No quería que se quedaran solamente en la salud corporal, sino que en ello vieran el signo del Reino de los cielos que El les anunciaba.
Buscamos nosotros también a Jesús. Llevamos muchas preocupaciones en el corazón, desde los problemas y angustias que todos tenemos dentro de nosotros, quizá también desde nuestros cuerpos maltrechos o debilitados por la enfermedad o por los años, pero queremos mirar también cuánto de sufrimiento hay a nuestro alrededor y con ello también nos presentamos ante el Señor.
También nos queremos echar encima, como aquellas gentes, para tocarle, para sentir el calor de su amor y de su paz, para sentir la fortaleza que necesitamos en nuestra alma frente al mal que nos acecha, la calidez de su presencia, la luz de su gracia. Con Jesús nos sentimos seguros. En El vamos a encontrar la respuesta a nuestras inquietudes. El llenará nuestras vidas con su gracia y ya todo será distinto. El despierta la esperanza más profunda en nuestro corazón.
Vayamos hasta Jesús, con seguridad nuestra alma se llenará de paz

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