Curar el sufrimiento del hombre es también dar gloria al Señor
Hebreos 7,1-3.15-17; Sal 109,1.2.3.4; Marcos 3,1-6
‘Estaban al acecho,
para ver si curaba en sábado y acusarlo… y Jesús, dolido de su obstinación, le
dijo al hombre: Extiende el brazo. Lo extendió y quedó restablecido’.
Sufre Jesús por la cerrazón del corazón de los hombres.
Lo acechaban, querían acusarlo, pero no era tanto eso por lo que Jesús se
siente dolido, sino por la cerrazón del corazón, por la inmisericordia que
manifestaban. Y es que quien ama se duele cuando no encuentra amor. Jesús era
la manifestación más maravillosa de lo que era el corazón compasivo y
misericordioso de Dios y allá por donde pasaba siempre iba haciendo el bien.
Pero los hombres hechos para el amor no aman. Pero Jesús
sigue amando, sigue manifestando su amor, su compasión, su misericordia. No
teme la reacción que pudiera haber; a Jesús lo que le importa es amar y que nos
contagiemos de su amor, que aprendamos a amar con un amor como el suyo; será su
continua enseñanza, será su vida.
Para Jesús lo importante era la persona y allí había
alguien que sufría. Es cierto que el sábado era para dedicarlo al Señor y por
eso todo estaba reglamentado para que no anduviéramos con nuestras
preocupaciones sino que supiéramos poner a Dios en verdad en el centro de la
vida. Todo para el encuentro vivo con el Señor, escuchando su Palabra, dándole
culto, ofreciendo nuestra oración y nuestra acción de gracias al Señor.
Pero, ¿no era en verdad glorificar al Señor mitigar el
sufrimiento del hermano que está a nuestro lado? ¿No era dar gloria a Dios el
impregnarnos de su amor compasivo y misericordioso para ser nosotros también
compasivos y misericordiosos con el hombre que sufre? Era lo que Jesús quería
hacerles comprender pero ellos estaban más cegados por letra de la ley que por
la apertura del corazón al amor y a la misericordia.
Ese tiene que ser el camino del cristiano, del que
sigue a Jesús, vivir en el amor y la misericordia. El que sigue a Jesús lo que
ha de hacer es parecerse a Jesús, lo que significa impregnarnos de amor para
vivir nosotros también en el amor. Quien no sabe ser misericordioso con los
demás no puede decir que está siguiendo el camino de Jesús.
También tenemos muchas veces el peligro de cegarnos y
encerrarnos en nosotros mismos, en el cumplimiento legal o en el hacer las
cosas a nuestro parecer. Abramos nuestro corazón al amor. Dejémonos empapar por
el sentido del evangelio. Pidamos al Señor que su Espíritu inunde nuestra vida
y sea el que mueva nuestro corazón. Seguro que lo llenaremos de amor. Eso dará
verdadera alegría a nuestra vida. Haremos más felices a los que nos rodean y
así estaremos en verdad sembrando semillas del Reino de Dios
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