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martes, 20 de enero de 2015

Asiéndonos a la esperanza que se nos ha ofrecido que es para nosotros como ancla del alma, segura y firme...

Asiéndonos a la esperanza que se nos ha ofrecido que es para nosotros como ancla del alma, segura y firme...

Hebreos 6,10-2; Sal 110,1-2.4-5.9.10c; Marcos 2,23-28
Todos sabemos lo que es un ancla, ese instrumento de hierro en forma de arpón que sirve para sujetar las naves al fondo del mar. Es un símbolo que ha tenido mucha validez en el sentido cristiano. Ese sentido de firmeza, seguridad que le da a un barco bien anclado, nos habla del sentido y fortaleza de nuestra fe y nuestra esperanza cristiana. Es un símbolo que unido a la cruz ya aparece entre los cristianos de los primeros siglos sobre todo en las catacumbas. En aquellos momentos de persecución bien les venía recordar lo que significaba la fortaleza de la fe y cómo unidos a Cristo nada nos puede fallar.
Hoy es la imagen que nos aparece en la carta a los Hebreos. Cobremos ánimos y fuerza los que buscamos refugio en él, asiéndonos a la esperanza que se nos ha ofrecido. La cual es para nosotros como ancla del alma, segura y firme...’ En el momento en que es escrita esta carta ya comienzan las dificultades para los cristianos y el mensaje del Señor que quiere trasmitírseles precisamente es el de esa confianza y esperanza porque si nos sentimos apoyamos en Cristo nada nos puede fallar.
Un mensaje que en todo momento tenemos necesidad de escuchar. No nos faltan dificultades, problemas, contratiempos, tentaciones a los cristianos en el camino de nuestra vida. Nuestra seguridad la tenemos en el Señor. El es nuestra fortaleza, nuestro refugio, nuestra roca, como tantas veces rezamos con los salmos. Por eso nos dice hoy ‘asiéndonos a la esperanza que se nos ha ofrecido’. Esa esperanza que es para nosotros como un ancla, segura y firme, que nos dice el autor sagrado, que nos dice el Señor para que tengamos la seguridad de que estando con el Señor tenemos su vida, tenemos su gracia con nosotros.
‘No nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal’, repetimos cada día cuando rezamos el padrenuestro, la oración que Jesús nos enseñó. Contra la tentación no luchamos por nosotros mismos y solo con nuestra fuerza. La fuerza la tenemos en el Señor. Ese mal que nos acecha y que es un peligro grande para nuestra vida, porque nos puede hacer caer en la esclavitud del pecado, nos puede debilitar en nuestra fe, nos puede llevar por caminos tortuosos, lo podemos superar con la gracia del Señor. Muchas veces podemos sentirnos desalentados y sin fuerzas porque nos parece que ese mal nos supera. Pero tenemos que saber sacar a flote nuestra fe y nuestra esperanza. Para nosotros es, como nos decía el autor sagrado, ‘como ancla del alma, segura y firme’.
El ha prometido que estará con nosotros siempre, hasta el final de los tiempos. Tenemos la seguridad y la certeza de la Palabra del Señor. Hoy nos dice el Señor en carta a la Hebreos ‘te llenaré de bendiciones’. Que sepamos sentir esas bendiciones del Señor en nuestra vida; tengamos fe, confiemos en el Señor. El es nuestra salvación. Como lo sentían y lo vivían los primeros cristianos, así lo sintamos también nosotros, Cristo es el ancla de nuestra salvación.

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