Bendito sea el Señor que nos ha regalado tanto hasta hacernos sus hijos
‘Bendito sea Dios… que
nos bendijo en Cristo con toda clase de bendiciones… nos eligió… nos
predestinó… a que fuésemos santos… a que fuésemos sus hijos adoptivos… nos
colmó de la gracia en el Amado…’
Sí, tenemos que bendecir al Señor. Nos ha regalado
tanto. Es tanto el amor que nos tiene. Estos días lo estamos viviendo con toda
intensidad. Estos días estamos sintiendo la ternura de Dios que así nos ama.
Elegidos y amados de Dios, escogidos de manera especial desde toda la eternidad
para que fuésemos sus hijos. Y nos regala su gracia. Y nos quiere santos, pero está con nosotros
en su infinita misericordia derramando efusivamente su gracia para que podamos
vivir en esa santidad.
Tenemos que bendecir al Señor sin cansarnos. Cómo en su
amor se nos revela y nos hace partícipes de su sabiduría eterna. Porque nos da
su Espíritu podemos conocerle. Porque nos da su Espíritu podemos gozarnos en su
amor. Porque nos da su Espíritu podemos participar de su gloria. Es nuestra
luz, nuestra vida, nuestra gloria; lo es todo para nosotros. Así tenemos que
acogerle, recibirle, dejar que plante su tienda en nosotros, porque en nosotros
quiere habitar. A los que le reciben les
hace hijos de Dios, como hemos escuchado en el Evangelio; a los que le acogen
les revela el misterio de Dios, porque El es nuestra revelación, la revelación
de Dios para nosotros.
Es hermosa la reflexión que se hace san Pablo en la carta
a los Efesios. El siente también el gozo en su corazón cuando ve la fe de
aquella comunidad. ‘Yo que he oído hablar
de vuestra fe no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en nuestra
oración’. Y lo hace el apóstol en el deseo de que sigan creciendo en la fe,
de que siga creciendo el amor en sus corazones, de que sigan dando testimonio
de manera que todos se hagan boca de lo que es la fe y la vida de aquella
comunidad.
¿Será así nuestra fe? ¿Será algo de todo esto lo que
estamos viviendo con toda intensidad estos días de la celebración de la
Navidad? Que aprendamos a bendecir a
Dios, porque es una forma de reconocer su amor y su gracia. Pero que seamos
capaces de abrir nuestro corazón en la oración para que todos tengan su cabida
en ella. San Pablo reza por aquella comunidad de Éfeso dando gracias por los
testimonios hermosos de fe que contempla en ellos. Es lo que nosotros tenemos
que aprender a hacer también bendecir al Señor por los testimonios de fe que
vemos en tantos a nuestro lado que se manifiestan de muchas maneras.
Aprendamos a rezar por los otros, a dar gracias a Dios
por los otros, dar gracias por tantos testimonios hermosos que recibimos de
tantos hermanos a nuestro lado. Sepamos tener ojos luminosos para ver y
reconocer la fe de los demás. Sepamos tener un corazón amplio, grande, siempre
abierto para que en él quepan todos y en nuestra oración los tengamos en cuenta
a todos.
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