El camino de los Magos de Oriente fue también un largo camino de pascua como el nuestro para encontrarnos con Jesús
‘¿Dónde está el recién
nacido Rey de los judíos?’
vinieron preguntando los Magos venidos de Oriente. ‘Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo’.
¿Será ése también nuestro deseo? ¿Es ésa la búsqueda
que nosotros también venimos haciendo? Tenemos que aprender de los Magos.
Buscaban y descubrieron las señales. Buscaban y se pusieron en camino. No
temieron que el camino fuera largo, duro, oscuro en ocasiones, lleno de
contratiempos y contrariedades, en ocasiones encontrándose incluso con cosas o
personas que pudieran confundirles. Se pusieron en camino y al final la
estrella apareció de nuevo y les llevó hasta Jesús. Lo tenemos todo bien
detallado en el evangelio de esta fiesta de la Epifanía, porque todo lo que le
fue sucediendo a los Magos eran signos, son signos también para nosotros, para nuestro
camino.
Sí, es nuestro camino. El que vamos haciendo cada día
de nuestra vida o el que tenemos que emprender con empeño y sin miedos ni
dudas. La búsqueda de Dios algunas veces se nos puede hacer larga, difícil,
dura y también llena de contratiempos. Nosotros bien sabemos que la búsqueda de
Dios entraña pascua y la pascua tiene su parte de pasión y de sufrimiento. Pero
el camino pascual siempre terminará con resplandores de luz, con brillo de
resurrección. Aunque bien sabemos también que tras el encuentro con Jesús
nuestros caminos quizá tengan que ser distintos. Como les sucedió a los Magos, tras
encontrarse con Jesús emprendieron otro camino. Pero llevaban la alegría del
encuentro en su corazón.
Hoy también hemos escuchado al profeta que nos decía: ‘¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega
tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!’ Habrá tinieblas y
oscuridades, ‘pero sobre ti amanecerá el
Señor, su gloria aparecerá sobre ti’, porque comenzaremos a caminar a su
luz entre los resplandores de la nueva aurora. Confiamos, esperamos, buscamos,
caminamos porque tenemos la esperanza de que brillará la luz sobre nuestras
vidas. Y la esperanza nos mantiene firmes.
Tenemos que aprender a abrir los ojos para descubrir
que más que todo lo que nosotros busquemos es el Señor el que viene a nuestro
encuentro; se nos hará presente en el momento que menos lo esperamos y de la
forma que quizá nosotros no imaginemos. Sabemos que el Señor llega a nosotros
en el amor; hemos de descubrir y sentir el amor que tantos a nuestro lado nos
tienen porque son señales de Dios, de su amor y de su presencia; pero hemos de
saber poner amor nosotros también para que quizá con gestos sencillos nosotros
vayamos siendo también signos de esa presencia de Dios para los demás. Quizá
haya alguien que esté necesitando de ese signo nuestro para encontrarse con
Dios y llenarse de su paz.
Nos queda postrarnos ante el Señor. ‘Entraron en la casa, vieron al Niño con
María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus
cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra’. Nos postramos ante
el Señor, lo reconocemos como nuestro único Dios y Señor. Lo adoramos, nos
ofrecemos al Señor; es el regalo de nuestra vida, de nuestro amor, de esa luz
que hemos encontrado, de esos hermanos a los que hemos amado más. No son cosas
lo que tenemos que ofrecer al Señor. Es nuestra vida, también con sus duros
caminos, con esa parte de la pascua que nos ha ido tocando vivir en ese camino
que vamos haciendo; es la ofrenda de nuestro Getsemani o nuestro Calvario.
Sabemos que siempre nuestra vida la hemos de ir viviendo son sentido pascual.
Pero el Señor a nosotros también nos invita a
levantarnos porque llega nuestra luz. Escuchemos esa llamada y esa invitación
del Señor. Dejémonos iluminar por su luz. Su estrella de luz y de amor brilla
sobre nosotros, aunque a veces parezca que se nos oculta, pero siempre nos va a
llevar hasta Jesús.
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