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viernes, 22 de agosto de 2014

Proclamamos a María, la humilde esclava del Señor, como Reina del universo y abogada de gracia para todos los hombres

Proclamamos a María, la humilde esclava del Señor, como Reina del universo y abogada de gracia para todos los hombres

Is. 9, 1-6; Sal. 112; Lc. 1, 26-38
En el año 1954, en el ámbito del año mariano celebrado entonces a los cien años de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de María, el Papa Pío XII instituyó la fiesta de María Reina que se celebraba entonces el 31 de mayo como culminación de todo mes mariano por excelencia. Fue a partir de la reforma de la liturgia y del calendario litúrgico después del Concilio Vaticano II cuando Pablo VI, con buen criterio, trasladó esta fiesta al 22 de Agosto, que viene a ser algo así como una octava de la glorificación de María en su Asunción al cielo.
Ya el concilio Vaticano II en la constitución sobre la Iglesia y en el capítulo dedicado al misterio de María dentro del misterio de Cristo nos decía: ‘La Virgen Inmaculada… terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y ensalzada como Reina del Universo, para que se asemejara más a su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte’.
Ensalzada y glorificada en su asunción como Reina del Universo.  Y es que en María, como tantas veces hemos reflexionado, vemos plasmado el  Reino de Dios anunciado y proclamado por Jesús. ¿Quién fue la primera que aprendió a hacerse la última y la servidora de todos? Ella se llama a sí misma la esclava del Señor, dispuesta siempre a que se cumpla su voluntad, se haga en ella conforme a la Palabra de Dios, se ha dejado inundar del Espíritu divino plantando la Palabra de Dios en su corazón de manera que fue el Verbo de Dios el que se encarnara en sus entrañas para ser nuestro Emmanuel, Dios con nosotros y Salvador de nuestra vida.
‘Derribó del trono a los poderosos y ensalzó a los humildes’ cantaría María en el Magnifica en sintonía con lo que luego Jesús nos enseñara que el que se engrandece será humillado y el que se humilla será enaltecido. Así vemos hoy a María enaltecida siendo la primera en alcanzar los dones de la redención, porque en virtud de los méritos de Cristo ella será preservada del pecado; pero ahora como primicia y como figura de la Iglesia la hemos contemplado en su asunción a los cielos, y la vemos engrandecida hoy como Reina del Universo.
Como proclamaremos en el prefacio de esta fiesta, ‘a tu Hijo, que voluntariamente se rebajó hasta la muerte de Cruz, lo coronaste de gloria y lo sentaste a tu derecha, como Rey de reyes y Señor de señores; y a la Virgen, que quiso llamarse tu esclava y soportó pacientemente la ignominia de la cruz del Hijo, la exaltaste sobre los coros de los ángeles, para que reine gloriosamente con El, intercediendo por todos los hombres como abogada de gracia y reina del universo’.
Con que exactitud y belleza los textos de la liturgia nos ayudan a comprender la fiesta que hoy celebramos y por qué podemos llamar y proclamar a María, como Reina del universo y abogada de gracia para todos los hombres. La liturgia nos impulsa, pues, a cantar las glorias de María pero al mismo tiempo se convierte en maestra que nos enseña a mirar a María para aprender cómo mejor amarla, pero, más aún, cómo mejor imitarla para que así nos veamos también impregnados de gracia que nos haga caminar los caminos de la santidad.
¿Qué estamos contemplando hoy en María y que, podríamos decir, fue el camino que ella recorrió para que así hoy la veamos glorificada? Decíamos que había plasmado como nadie los valores del Reino de Dios en su vida y entonces contemplábamos su humildad para estar siempre abierta a Dios pero en disposición permanente para el servicio allí donde hubiera una necesidad y fuera necesaria su presencia. Creo que es en lo que hoy hemos de fijarnos de manera especial en María y copiar en nuestra vida, su espíritu de humildad, la esclava del Señor,  que le hacía sentirse la última, y que abría su corazón al servicio.
Que de María aprendamos a vivir en ese espíritu humilde, con generosidad grande en nuestro corazón, que nos haga olvidarnos de nosotros mismos para buscar siempre por encima de todo el bien de los demás. Nos costará en muchas ocasiones porque siempre el tentador estará diciéndonos que somos grandes y que no tenemos que ponernos por debajo de nadie. María escachó con su pie la cabeza de la serpiente para vencer el mal y para enseñarnos a vencer ese mal del orgullo que tantas veces nos tienta; que María, a quien hoy la estamos proclamando también como abogada de gracia, interceda por nosotros y nos alcance la gracia del Señor para vencer siempre en la tentación y sepamos entonces plasmar ese Reino de Dios en nuestra vida.
María hoy nos está abriendo la puerta del cielo, porque nos está enseñando cuál es el camino que hemos de hacer; y María nos está tendiendo su mano para llevarnos con ella, para preservarnos con la gracia divina y para alentar la esperanza de nuestro corazón de que un día también podremos alcanzar la gloria de los hijos en el Reino de los cielos, como pedíamos en la oración litúrgica. Que de mano de María lleguemos a participar del banquete del Reino de Dios en los cielos.

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