Escuchemos la invitación que nos hace el Señor para vivir su reino de salvación dándole gracias por los dones de gracia con que nos regala
Ez. 34, 1-11; Sal. 22; Mt. 20, 1-16
‘Id también vosotros a
mi viña’, les va
diciendo aquel propietario cuando a las distintas horas del día, al amanecer, a
media mañana, hacia el mediodía, a media tarde y ya también al caer la tarde,
sale a la plaza en busca de trabajadores para su viña. ‘Os pagaré lo que es debido’, les decía a los que iba llamando en
las distintas horas del día, mientras con los del amanecer había quedado
apalabrado en un denario por la jornada.
Creo que reflexionando bien sobre la parábola muchas
pueden ser las lecciones, mucho puede ser el mensaje que recibamos. Las
parábolas nos hablan del Reino de Dios; son comparaciones que nos propone Jesús
para que entendamos por medio de las imágenes que nos propone el sentido y los
valores nuevos que se nos ofrecen con el Reino de Dios, lo mismo que las
actitudes negativas que tenemos que corregir o arrancar de nuestro corazón.
Primero en esa llamada, y en esa llamada a las
distintas horas del día, podemos escuchar la llamada que el Señor nos hace para
vivir en su Reino. No importa la hora ni el momento, pero el Señor nos va
llamando a cada uno en el momento propicio. A su reino todos estamos invitados,
porque la salvación que Jesús nos ofrece es para todos. Puede ser que algunas
veces hayamos estado ociosos en la vida, entretenidos quizá en otras cosas y no
nos habíamos dado cuenta de lo que el Señor nos ofrece, pero El viene a nuestro
encuentro y siempre tendrá una palabra de invitación para que vayamos con El.
Es una invitación a trabajar en su viña, como se nos
dice concretamente en la parábola; es que cuando entramos en la órbita de la
salvación ya no nos podemos quedar ociosos, porque ahí en medio de nuestro
mundo tenemos una tarea que realizar, una misión que cumplir. Somos testigos de
una salvación que recibimos, pero ese testimonio no nos lo podemos callar, sino
que ese testimonio tenemos que proclamarlo, anunciar a los demás esa Buena
Nueva de la Salvación.
Hay algo que llama la atención en la parábola y que lo
mismo que a aquellos jornaleros les supo mal que a todos se les pagara en la
misma cantidad aunque fueran a distintas horas a participar en aquel trabajo,
también nosotros pensamos que tenemos que hacer méritos para recibir más o
menos según lo que hayamos cosechado. Por eso protestan porque todos reciben la
misma cantidad de un denario.
Y nos olvidamos que el don del Señor es gracia; sí,
gracia, con lo que esa palabra significa. Es un regalo del Señor, porque la salvación
no nos la ganamos nosotros, sino que es el Señor el que nos la regala, es una
gracia, un don gratuito del Señor, al que por supuesto tenemos que responder.
Es una gracia, un regalo del Señor el amor que El nos tiene; es una gracia, un
don, un regalo del Señor el que podamos sentir su presencia y la fuerza de su
Espíritu en nuestras luchas, en nuestros deseos de bien, en la superación de
nuestros males, en el perdón que recibimos.
Empleamos la palabra gracia y olvidamos fácilmente su
significado más genuino, es la gratuidad del don del Señor, de la vida y de la
fuerza de su Espíritu; y a eso lo llamamos gracia. A lo que tendríamos nosotros
que corresponder viviendo esa gracia, pero siendo también agradecidos con el
Señor por el regalo de su gracia, de su vida, de su amor, de su salvación.
¿Cuántas veces nos paramos a darle gracias al Señor por cuanto de El recibimos?
Y finalmente aquel propietario corrige a aquellos
obreros que andan por allá rezongando. ‘¿Es
que vas a tener tu envidia porque yo soy bueno?’, les dice el propietario a
los que protestaban. Contentos tenemos que sentirnos de ver cómo el Señor
derrama su gracia también sobre los demás y tendríamos que aprender a alabar y bendecir
al Señor cuando vemos cómo la gracia enriquece la vida de los que nos rodean y
se acercan también a vivir la salvación que Dios nos ofrece. Cuando veamos lo
bueno que hay en los demás, quitemos de nuestro corazón esos resabios de
envidias y recelos que se nos pueden meter, y sepamos darle gracias al Señor
que nos hace ver las cosas buenas que hay en los demás.
Escuchemos, pues, esa invitación que el Señor nos hace
a vivir su reino de salvación dándole gracias por los dones de gracia con que
nos regala.
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