Todos estamos invitados al Banquete del Reino de los cielos pero hemos de vestirnos el traje de la gracia para sentarnos a su mesa
Ez. 36, 23-28; Sal. 50; Mt. 22, 1-14
‘Tengo preparado el
banquete… todo está a punto, decid a los invitados: venid a la boda… a todos
los que encontréis, convidadlos a la boda’. Primero recuerda e insiste a los que había invitado a la boda de su hijo; ante
la negativa y los desaires, invita a todos los que encuentren en los cruces de
los caminos. Todos están invitados, pero lo mínimo es que se hayan puesto el
vestido de fiesta.
Una nueva parábola de Jesús que nos habla de nuevo del
Reino de los cielos, al que todos estamos invitados. La parábola en el momento
en que fue pronunciada tenía una clara referencia a la acogida - tenemos que
decir que negativa - que estaba haciendo el pueblo de Israel al Reino de Dios
anunciado por Jesús.
El pueblo elegido, que fue el primero invitado porque
en él incluso se había venido desarrollando toda la historia de la salvación y
ahora tenía a Jesús en medio de ellos, sin embargo rechazaba el mensaje de
salvación de Jesús. Por eso se amplía el círculo de los invitados, porque todos
podrán participar de ese Reino de Dios si lo acogen con sinceridad en su
corazón. Es el traje de fiesta de la fe y de la conversión, como Jesús había
estado pidiendo desde el principio. ‘El
Reino de Dios está cerca; convertios y creed en la Buena Noticia’,
recordamos que era su primer anuncio.
Pero la Palabra de Dios sigue resonando en nuestros
corazones y para nosotros sigue teniendo un mensaje de salvación; es también
para nosotros una invitación a aceptar el Reino de Dios, convertir nuestro
corazón para que podamos sentarnos en la mesa del banquete del Reino de los
cielos.
Sentarnos ahora a la mesa del banquete del Reino es
sentarnos en la mesa de la Eucaristía. Todos estamos invitados a comer del Pan
de Vida que Cristo nos ofrece que es su propio Cuerpo y su propia Sangre. Es el
banquete de la vida y de la gracia en el que Cristo quiere que participes, para
que de El nos alimentemos y así nos llenemos de su vida y de su salvación. Nos
insiste el Señor porque incluso nos dirá que quien no come de su carne y bebe
de su sangre no tiene la vida eterna y a quien le coma El lo resucitará en el
último día.
Pero ¿cómo acogemos los cristianos esa invitación y esa
llamada que nos hace el Señor? Miremos lo que es la práctica del pueblo
cristiano y mirémonos con sinceridad también a nosotros mismos. La triste
realidad es que nuestras iglesias están vacías a la hora de la celebración de
la Eucaristía en un pueblo que se dice cristiano y todos o casi todos se
bautizan y celebran las fiestas de sus santos, vamos a decirlo así. Pero ¿cuál
es el valor que nuestro pueblo le da a la Eucaristía?
Un sacerdote me contaba hace unos días que en una
fiesta de un pueblo a la que estaba asistiendo, tenían la costumbre de hacer
una procesión antes de la Misa, aunque luego hubiera también otra procesión,
porque había que llegar a todos los rincones del pueblo. En el transcurso de la
primera procesión la cosa se fue alargando y el párroco les decía que apuraran
un poco la cosas y se dieran un poco de prisa porque se hacía la hora de la
Misa; a lo que le respondieron que lo importante ahora era la procesión, que la
misa no tenía tanta importancia que ya se haría a la hora que fuera.
La Misa no tenía tanta importancia… es el valor que le
da mucha gente a la celebración de la
Eucaristía. ¿Cuáles son las disculpas habituales de la gente para no asistir a
Misa? Como dicen, primero está la obligación que la devoción, y primero hay que
hacer otras muchas cosas y si sobra tiempo ya se lo pensarán para ir a Misa.
¿No se parece esto a lo que Jesús nos decía en la parábola de los invitados a
la boda que tenían otras cosas que hacer y no fueron a la boda? ¿No nos daría
pie esto para analizar muchas de nuestras actitudes ante la celebración de la
Misa? Es una buena oportunidad para la reflexión.
Brevemente nos fijamos en otro aspecto. Cuando la sala del banquete se llenó de comensales
y el rey entró para saludarlos, se
encontró con uno que no llevaba el traje de fiesta. ¿Qué nos puede decir
esto? ¿a qué cosa en concreta de nuestras actitudes ante la Eucaristía o de la
preparación que hemos de hacer para celebrar y recibir la Eucaristía se puede
estar refiriendo?
Todos sabemos muy bien que no podemos ir a comulgar de
cualquier manera, sino que hemos de ir en gracia de Dios, después de haber
confesado nuestros pecados en el Sacramento de la Penitencia, porque en pecado
no podemos comulgar. ¿Lo tenemos en
cuenta? ¿Llevamos el trajo de fiesta porque previamente nos hayamos confesado
para estar en gracia de Dios con el alma limpia para poder comulgar dignamente?
Lo triste y lo grave es que hoy todo el mundo quiere
comulgar, van a misa cuando les parece y todos se acercan a comulgar sin haber
confesado antes. Ya nadie quiere confesarse pero todos quieren ir a comulgar.
Esto es algo muy grave y muy importante que lo tengamos bien claro. No se puede
comulgar de cualquier manera, no se puede comulgar en pecado. Hemos de vestir
el traje de la gracia de Dios para poder recibir dignamente la Comunión.
Recordemos lo que decía san Pablo que quien indignamente come el Cuerpo de
Cristo se está comiendo su propia condenación.
Es cierto que todos estamos invitados al Banquete del
Reino de los cielos, pero ya nos dice la parábola como, con la conversión
auténtica de nuestro corazón, hemos de vestirnos el traje de fiesta, el traje
de la gracia para sentarnos a su mesa.
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