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jueves, 12 de junio de 2014

Constituiste a tu Hijo único sumo y eterno Sacerdote, Pontífice de la Alianza nueva y eterna, perpetuando en su Iglesia el único sacerdocio



Constituiste a tu Hijo único sumo y eterno Sacerdote, Pontífice de la Alianza nueva y eterna, perpetuando en su Iglesia el único sacerdocio

Is. 52, 23-53, 12; Sal. 39; Hb. 10, 12-23; Lc. 22, 14-20
‘Cristo, mediador de una nueva alianza, como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa’. Con esta antífona hemos comenzado hoy la celebración de esta fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Una celebración y una fiesta que nos hace contemplar el Sacerdocio de Cristo, del que todos somos partícipes por el llamado sacerdocio común de los fieles, porque desde nuestro Bautismo nos hemos unido a Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey, pero que de manera especial nos hace mirar a los que participan de modo distinto de su Sacerdocio en el ministerio ordenado.
Vayamos por partes. Primero que nada hemos de reconocer que desde esa ansia y deseo de Dios que anida en todo corazón humano, aunque a veces algunos no lo quieran reconocer, todos queremos entrar de una forma u otra en relación con Dios, bien porque busquemos conocerle, ya sea porque reconociéndole queramos ser gratos en su presencia y le ofrecemos nuestros dones de acción de gracias, o porque queramos,  digámosle así, aplacarle porque sentimos que con nuestro mal y pecado le ofendemos y en consecuencia queremos alcanzar su perdón.
Es algo innato en todo corazón humano y todos los hombres y todos los pueblos de una forma o de otra queremos entrar en relación con Dios, religión, y se tiene a quienes en nombre del pueblo hagan esas ofrendas a Dios. Es, por así decirlo, una forma natural de sacerdocio y de religión.
Eso lo vemos expresado de manera muy clara en todo el Antiguo Testamento y en toda la historia de la salvación del pueblo de Dios. Es así cómo Moisés instituye el sacerdocio en la persona de Aarón y todo el orden sacerdotal que servía a Dios en el templo de Jerusalén con el ofrecimiento de holocaustos y sacrificios que todos los días se ofrecían sobre el altar. Podemos ver incluso anterior a todo eso al sumo sacerdote Melquisedec, en tiempos de Abrahán, que va a ser imagen del sacrificio de Cristo.
Pero aquellos sacerdotes una y otra vez tenían que ofrecer sacrificios por sí mismos y por el pueblo y era necesario el Sacerdocio y el Sacrificio que de una vez para siempre nos alcanzara el perdón y la salvación definitiva.
Hoy celebramos a quien está constituido para siempre con ese Sacerdocio eterno y definitivo y que iba a ofrecer el Sacrificio de la nueva y eterna Alianza que sí nos alcanzara el perdón de nuestros pecados y la salvación eterna. Para gloria de Dios y para la salvación del género humano, como hemos expresado en la oración litúrgica, ‘constituiste a tu Hijo único sumo y eterno Sacerdote… Pontífice de la Alianza nueva y eterna, por la unción del Espíritu, y determinaste en tu designio salvífico, perpetuar en la Iglesia su único Sacerdocio’. Así lo expresaremos también en el prefacio.
Es el Sacerdocio de Cristo que hoy celebramos. Como nos decía la carta a los Hebreos ‘Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio… con un solo sacrificio ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados’. En Cristo, por su sangre derramada, hemos sido consagrados, santificados, llenos de vida y de gracia para siempre. El así y para eso hizo la ofrenda de su vida al Padre desde que entró en el mundo cuando gritó ‘aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’. Y cumpliendo la voluntad del Padre subió al altar de la Cruz haciendo la ofrenda de su vida, derramando su Sangre, alcanzándonos la Salvación. Así lo contemplamos como Sacerdote de la Nueva Alianza y como Pontífice que nos reconcilia con Dios.
Es el Sacerdote que hace la ofrenda; es el Pontífice que nos sirve de puente entre la humanidad pecadora y ahora por su sangre reconciliada y Dios. Es el que se ofrece por nosotros, siendo hombre como nosotros, pero con el valor infinito de sus actos, de su vida de Hijo de Dios, para obtenernos así la salvación.
Y como decíamos a todos nos hace participes de su sacerdocio, porque todos hemos de hacer con Cristo ofrendas agradables al Padre, pero ha confiado el ministerio de su sacerdocio a quienes por  la imposición de las manos ha constituido sacerdotes ‘para que renueven en nombre de Cristo el sacrificio de la redención, preparen a tus hijos el banquete pascual, presidan a tu pueblo santo en el amor, lo alimentan con tu palabra y lo fortalecen con los sacramentos’. He querido recoger textualmente las palabras que luego diremos en el prefacio porque expresan con toda precisión lo que significa el sacerdocio ministerial.
Todo el pueblo cristiano ha de ser consciente de lo que significa ese sacerdocio de Cristo, para comprender mejor la misión de los sacerdotes, pero también para saber estar a su lado apoyándolos con su oración. Es grande la misión que se nos confía y que nos obliga a configurarnos más y más con Cristo en una vida santa en la fidelidad y en el amor; pero somos humanos y pecadores que solo con nuestras fuerzas no podremos lograr tan alto misión y santidad.
La celebración, pues, de esta fiesta de Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote, nos tiene que hacer considerar lo que es el Sacerdocio de Cristo y hacer que surja nuestra acción de gracias al Señor por la maravilla de su amor que se manifiesta en su sacerdocio y se manifiesta en sus sacerdotes. Damos gracias a Dios por el Sacerdocio de Cristo; damos gracias a Dios porque nos hace partícipes a todos por nuestro bautismo de ese sacerdocio común a todos los fieles; pero damos gracias a Dios por los sacerdotes, ministros del Señor, que Cristo ha puesto a nuestro lado, como sacerdotes y pastores del pueblo de Dios para hacernos llegar la gracia salvadora de la redención.
Damos gracias, pero pedimos por los sacerdotes. Somos instrumentos humanos, sujetos a muchas limitaciones y debilidades que necesitamos de la gracia del Señor, de la fuerza de su Espíritu. Nuestra oración por los sacerdotes manifiesta lo que valoramos el Sacerdocio de Cristo, más allá de las personas que conocemos y están cercanos a nosotros, aunque para nosotros son los primeros sacramentos de la gracia del Señor. Pedimos por la santidad de los sacerdotes y pedimos por el aumento de las vocaciones al sacerdocio. Roguemos al dueño de la mies, que mande operarios a su mies que es abundante y los obreros son pocos. Lo hacemos con confianza porque sabemos que el Señor nunca abandona a su pueblo.

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