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martes, 10 de junio de 2014

Dar el sabor de Cristo e iluminar con su luz para hacer honor a nuestro nombre de cristianos

Dar el sabor de Cristo e iluminar con su luz para hacer honor a nuestro nombre de cristianos

1Reyes, 17, 7-16; Sal. 4; Mt. 5, 13-16
Si la sal se vuelve sosa y ya no sirve para dar sabor o conservar las cosas, ¿para qué la queremos? Si encendemos una luz y la metemos encerrada en un cajón ocultando la luz, ¿para qué la queremos? Preguntas elementales que nos hacemos y que tienen fácil respuesta y para lo que no hace falta darnos muchas ni complicadas explicaciones. Claro que si ponemos un puñado de sal en un alimento, por ejemplo, inmediatamente quedará impregnado del sabor de la sal, como si encendemos una luz en una habitación o en un lugar que estuviera oscuro, inmediatamente quedaría todo iluminado pudiendo apreciar con toda claridad cuanto hay en dicho lugar.
Pues nos viene a decir Jesús que si nosotros nos llamamos cristianos, pero no vivimos desde un sentido cristiano de la vida ni nos vamos a manifestar como tales, porque en nada nos vamos a diferenciar de los que no lo son, ¿de qué nos vale llevar ese apelativo o ese nombre de cristiano?
Nos viene a decir Jesús que nosotros hemos de ser como la sal verdadera que allí donde estemos demos el sabor y el sentido de cristiano; que nosotros hemos de ser como la luz, porque con nuestra vida tenemos que iluminar. Y no es por nosotros mismos, porque no se es cristiano por si mismo, sino porque en verdad nos hemos empapado del sentido de Cristo, nos hemos dejado iluminar por la luz de Cristo y con ellos demos ese sabor y ese sentido a nuestra vida y con ellos empapemos o iluminemos a los demás. ‘Vosotros sois la sal de la tierra’, nos dice; ‘vosotros sois la luz del mundo’, nos insiste Jesús. Y con esa sal hemos de dar sabor, con esa luz tenemos que iluminar.
Al retomar el tiempo ordinario hemos continuado con la lectura continuada del Evangelio y también de la primera lectura. En el evangelio de Mateo que ahora estamos escuchando ayer se comenzaba con las Bienaventuranzas el llamado sermón del monte. Ahora durante unos días seguiremos escuchando por partes ese compendio de la enseñanza de Jesús donde se nos irán como desgranando diversos aspectos del mensaje de Jesús.
Si el comienzo de la predicación de Jesús al inicio del Evangelio habíamos escuchado la invitación a la conversión y a creer en la Buena Nueva de Jesús, ahora se nos va señalando paso a paso lo que es esa novedad del sentido de Jesús que nos quiere trasmitir. Si nos convertíamos a Jesús dándole la vuelta a nuestra vida para darle un sí total a su mensaje es porque en Jesús encontrábamos ese sentido y ese valor para nuestro vivir y para nuestro actuar.
Entonces toda nuestra vida ha de estar impregnada de ese sentido de Cristo. El es nuestra luz, el sentido profundo de nuestro existir. Creer en El y seguirle significará un cambio total de nuestra vida para plasmar en nosotros todo ese mensaje de salvación. Pero eso nos exigirá también que tengamos verdaderos deseos de conocerle para poder llenarnos de su vida. Por eso nuestro corazón tiene que estar abierto a esa Palabra de Dios y además dejarnos conducir por su Espíritu que es quien nos ayudará, como hemos venido reflexionándolo en la preparación de Pentecostés, a recordarlo y entenderlo todo, nos conducirá hasta la verdad plena.
Y todo eso que iremos viviendo en la medida en que vayamos conociendo a Cristo y llenándonos de Cristo nos convertirá en esa sal y en esa luz para cuantos están a nuestro lado. Desde ese conocimiento de Cristo, desde ese dejarnos inundar por su Espíritu ya nuestra vida será distinta; tenemos el sabor de Cristo en nosotros; nos vamos a manifestar de una forma distinta, porque ya no simplemente haremos como todos, lo que todos hacen, sino que ya nuestra referencia será siempre Cristo y su evangelio.
Por eso terminaba Jesús diciéndonos hoy ‘alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre del cielo’. ¿Cuáles han de ser esas buenas obras? Lo que hemos escuchado con el profeta Elías en la primera lectura también nos puede dar pauta. Será la generosidad y la disponibilidad total de aquella pobre mujer que solo tiene un puñado de harina y unas lágrimas de aceite con las que va a hacer un panecillo para ella y su hijo antes de morir de hambre, pero que ante la palabra del profeta se desprenderá de todo para compartirlo con El. El Señor no se deja ganar en generosidad. Un buen ejemplo y testimonio que nos tendría que hacer pensar mucho en las reservas que  nos hacemos tantas veces pensando siempre primero en nosotros. Ahí estaba brillando una luz que invitaba a dar gloria al Padre del cielo.

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