Dar el sabor de Cristo e iluminar con su luz para hacer honor a nuestro nombre de cristianos
1Reyes, 17, 7-16; Sal. 4; Mt. 5, 13-16
Si la sal se vuelve sosa y ya no sirve para dar sabor o
conservar las cosas, ¿para qué la queremos? Si encendemos una luz y la metemos
encerrada en un cajón ocultando la luz, ¿para qué la queremos? Preguntas
elementales que nos hacemos y que tienen fácil respuesta y para lo que no hace
falta darnos muchas ni complicadas explicaciones. Claro que si ponemos un
puñado de sal en un alimento, por ejemplo, inmediatamente quedará impregnado
del sabor de la sal, como si encendemos una luz en una habitación o en un lugar
que estuviera oscuro, inmediatamente quedaría todo iluminado pudiendo apreciar
con toda claridad cuanto hay en dicho lugar.
Pues nos viene a decir Jesús que si nosotros nos
llamamos cristianos, pero no vivimos desde un sentido cristiano de la vida ni
nos vamos a manifestar como tales, porque en nada nos vamos a diferenciar de
los que no lo son, ¿de qué nos vale llevar ese apelativo o ese nombre de
cristiano?
Nos viene a decir Jesús que nosotros hemos de ser como
la sal verdadera que allí donde estemos demos el sabor y el sentido de
cristiano; que nosotros hemos de ser como la luz, porque con nuestra vida
tenemos que iluminar. Y no es por nosotros mismos, porque no se es cristiano
por si mismo, sino porque en verdad nos hemos empapado del sentido de Cristo,
nos hemos dejado iluminar por la luz de Cristo y con ellos demos ese sabor y
ese sentido a nuestra vida y con ellos empapemos o iluminemos a los demás. ‘Vosotros sois la sal de la tierra’, nos
dice; ‘vosotros sois la luz del mundo’,
nos insiste Jesús. Y con esa sal hemos de dar sabor, con esa luz tenemos que
iluminar.
Al retomar el tiempo ordinario hemos continuado con la
lectura continuada del Evangelio y también de la primera lectura. En el
evangelio de Mateo que ahora estamos escuchando ayer se comenzaba con las
Bienaventuranzas el llamado sermón del monte. Ahora durante unos días
seguiremos escuchando por partes ese compendio de la enseñanza de Jesús donde se
nos irán como desgranando diversos aspectos del mensaje de Jesús.
Si el comienzo de la predicación de Jesús al inicio del
Evangelio habíamos escuchado la invitación a la conversión y a creer en la
Buena Nueva de Jesús, ahora se nos va señalando paso a paso lo que es esa
novedad del sentido de Jesús que nos quiere trasmitir. Si nos convertíamos a
Jesús dándole la vuelta a nuestra vida para darle un sí total a su mensaje es
porque en Jesús encontrábamos ese sentido y ese valor para nuestro vivir y para
nuestro actuar.
Entonces toda nuestra vida ha de estar impregnada de
ese sentido de Cristo. El es nuestra luz, el sentido profundo de nuestro
existir. Creer en El y seguirle significará un cambio total de nuestra vida
para plasmar en nosotros todo ese mensaje de salvación. Pero eso nos exigirá
también que tengamos verdaderos deseos de conocerle para poder llenarnos de su
vida. Por eso nuestro corazón tiene que estar abierto a esa Palabra de Dios y
además dejarnos conducir por su Espíritu que es quien nos ayudará, como hemos
venido reflexionándolo en la preparación de Pentecostés, a recordarlo y
entenderlo todo, nos conducirá hasta la verdad plena.
Y todo eso que iremos viviendo en la medida en que
vayamos conociendo a Cristo y llenándonos de Cristo nos convertirá en esa sal y
en esa luz para cuantos están a nuestro lado. Desde ese conocimiento de Cristo,
desde ese dejarnos inundar por su Espíritu ya nuestra vida será distinta;
tenemos el sabor de Cristo en nosotros; nos vamos a manifestar de una forma
distinta, porque ya no simplemente haremos como todos, lo que todos hacen, sino
que ya nuestra referencia será siempre Cristo y su evangelio.
Por eso terminaba Jesús diciéndonos hoy ‘alumbre así vuestra luz a los hombres, para
que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre del cielo’.
¿Cuáles han de ser esas buenas obras? Lo que hemos escuchado con el profeta
Elías en la primera lectura también nos puede dar pauta. Será la generosidad y
la disponibilidad total de aquella pobre mujer que solo tiene un puñado de
harina y unas lágrimas de aceite con las que va a hacer un panecillo para ella
y su hijo antes de morir de hambre, pero que ante la palabra del profeta se
desprenderá de todo para compartirlo con El. El Señor no se deja ganar en
generosidad. Un buen ejemplo y testimonio que nos tendría que hacer pensar
mucho en las reservas que nos hacemos
tantas veces pensando siempre primero en nosotros. Ahí estaba brillando una luz
que invitaba a dar gloria al Padre del cielo.
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