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lunes, 9 de junio de 2014

Dichosos los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Noticia

Dichosos los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Noticia

San José de Anchieta

Is. 52, 7-10; Sal. 95; 1Ts. 2, 2-8; Lc. 10, 1-9
‘¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Noticia, que pregona la victoria…!’ Nos sentimos dichosos en este día en que estamos celebrando la fiesta de san José de Anchieta. Dichosos los pies de José de Anchieta, mensajero de la Buena Nueva en las tierras del Brasil en aquellos primeros años de la evangelización de América. Nos sentimos dichosos y también, ¿por qué no? orgullosos porque nacido en nuestra tierra cruzó los mares como mensajero del Evangelio; lo sentimos como un heraldo que aún en momentos que se estaba evangelizando nuestra tierra sintió la vocación para entrar en la compañía Jesús en Coimbra donde realizaba sus estudios y ser luego enviado, joven aún y sin haber recibido incluso la ordenación sacerdotal, como misionero en el Brasil donde se iniciaba también la tarea de la Evangelización.
‘¡Poneos en camino!’, hemos escuchado decir a Jesús enviado a sus discípulos a anunciar la Buena Nueva de la paz. ‘Cuando entréis en una casa, decid primero: paz a esta casa. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz’. Hermoso el encargo que recibimos de Jesús y ojalá nos lo tomáramos en serio. Tenemos la misión de construir el Reino de Dios con el anuncio de la paz.
Queremos llevar la paz que se derramó sobre el mundo con el nacimiento de Jesús; recordamos que ese fue el anuncio y el canto de los ángeles cuando anunciaron a los pastores el nacimiento del Salvador: ‘Paz a los hombres que Dios ama’, paz para nosotros los hombres porque somos amados de Dios y cuando nos sentimos amados de Dios no podemos menos que sentir una paz y un gozo hondo en el corazón. Y esa paz que llevamos en nosotros desde ese amor de Dios tenemos que anunciarla, tenemos que trasmitirla a los demás, recordando a todos que Dios nos ama.
Queremos construir el Reino de Dios, porque ese fue el encargo de Jesús - ‘decid a todos que el Reino de Dios ha llegado a vosotros’ - y nos tenemos que convertir en constructores de la paz. ‘Dichosos los que trabajan por la paz’, proclamaría Jesús en el mensaje de la Bienaventuranzas; y los que trabajan por la paz alcanzarán el Reino de los cielos, serán llamados hijos de Dios.
¿Cómo trabajaremos por la paz? ¿cómo construiremos ese Reino de Dios que es Reino de paz? Pongamos amor en nuestro mundo, busquemos la justicia, el bien, todo lo bueno que pueda beneficiar a las personas para que vivan con mayor dignidad, vivamos en la sinceridad y en la autenticidad, desterremos de nosotros todo orgullo y todo egoísmo, no nos dejemos arrastrar por resentimientos ni rencores, no maleemos el corazón con la malicia ni con la envidia,  e iremos logrando ese mundo en paz. Esos tienen que ser los frutos del anuncio del evangelio que vayamos haciendo; esos son los frutos que tienen que manifestarse en nuestra vida, y que contagiarán a cuantos sean beneficiarios de ese amor y de esa paz. Iremos haciendo poniendo nuestro granito de arena para construir un mundo mejor.
Nos estamos haciendo esta reflexión en esta fiesta que de manera especial celebramos en nuestra Diócesis de san José de Anchieta, además recientemente canonizado. Conocida es la tarea inmensa que él realizó en aquellas tierras del Brasil para el anuncio del Evangelio. Allí sería ordenado sacerdote y se le confiarían hermosas e importantes misiones, pero él se había dado totalmente en esa tarea de la evangelización, fundando colegios que serían incluso origen de la fundación de ciudades como Sao Pablo, conociendo la lengua y la cultura de aquellas gentes para poder traducirles el catecismo y el mensaje del Evangelio, empleando incluso el lengua de la poesía para trasmitir el mensaje de la fe.
Con el anuncio del mensaje del evangelio, no solo con palabras sino con toda su vida entregada, iba queriendo hacer ese mundo mejor que es construir el Reino de Dios. Nos alegramos en su fiesta y su recuerdo nos sirve de estímulo también en nuestra tarea y en el camino de la fe. ‘El nos estimula con su ejemplo en el camino de la vida  y nos ayuda con su intercesión’, como proclamaremos en el prefacio. Que sean benditos también nuestros pies porque también recorramos nuestro mundo, en la vida de cada día anunciando la paz.

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