Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más
Dan. 13, 1-9.15-17.19-30.33-62; Sal. 22; Jn. 8, 1-11
‘Tampoco yo te
condeno. Anda y en adelante no peques más’. No podía ser de otra manera aunque ésa no es nuestra
manera de actuar tantas veces en la vida. Pero sí es el actuar de Jesús.
Ahí estamos contemplando al Cordero de Dios que vino a
quitar el pecado del mundo, al que va a inmolarse en la entrega de la cruz para
darnos con su sangre el perdón de los pecados. Ahí estamos contemplando al buen
Pastor que siempre está deseoso de encontrar la oveja perdida y va los collados
y por los barrancos en su búsqueda. Ahí contemplamos al médico que no ha venido
para los sanos, sino para curar a los enfermos, para buscar a los pecadores y
ofrecerles el abrazo del perdón. Ahí está la imagen del padre bueno y bondadoso
que espera ansioso la vuelta del hijo, no para recriminar ni para echar en
cara, sino para acoger y devolverle la dignidad perdida.
Cuando aquellos escribas y fariseos le presentan a
aquella mujer pecadora que ha sido sorprendida en flagrante adulterio, da la
impresión que no han oído o no han querido oír todo lo que Jesús antes había
hablado y había expresado también con sus gestos que lo que viene a ofrecernos
es el amor y el perdón.
Un fariseo había sido un día testigo cuando había
invitado a Jesús a comer a su casa cómo se dejaba lavar los pies con sus lágrimas
por parte de aquella pecadora que incluso derramaba un caro perfume para ungir
los pies de Jesús. Sorprendido aquel fariseo por la intromisión de aquella
mujer pecadora en su casa atreviéndose a llegar hasta los pies de Jesús
murmuraba en su interior pensando que si Jesús supiera quien era aquella mujer
la hubiera despedido. Pero Jesús no la despidió sino que la acogió con sus lágrimas
enseñándonos que en aquella mujer aunque pecadora había mucho amor y merecía el
perdón y la paz para su corazón.
Ahora vienen acusando a esta adúltera y diciendo que la
ley de Moisés mandaba apedrearlas hasta la muerte, y querían ver cuál era la
reacción y la decisión de Jesús, a ver si se atrevía a ponerse enfrente de la
ley de Moisés. Pero en Jesús está por encima de todo el amor y el perdón. Jesús
nos enseña a que nunca podemos juzgar ni condenar, sino que siempre el amor
tiene que llenar nuestro corazón de comprensión y primero hemos de mirarnos
nosotros en nuestro interior a ver si somos tan justos que podemos tirar la
primera piedra. Fue la respuesta de Jesús. ‘El
que esté sin pecado que tire la primera piedra’. Ya sabemos cómo todos
fueron desfilando.
Cuánto tenemos que aprender de Jesús. ¿Quiénes somos
nosotros para juzgar y para condenar si
también nosotros somos pecadores y merecedores del juicio y de la condena?
Cuando amamos de verdad, y eso es lo que nos enseña Jesús como nuestro
distintivo, siempre tenemos que estar abiertos a la comprensión y al perdón.
Nuestra mano siempre tiene que estar dispuesta a
levantar no a hundir; nuestro corazón tiene que estar siempre abierto para un
acoger generoso nunca para despreciar ni para discriminar; nuestra palabra
tiene que ser siempre la palabra amable y cariñosa de la comprensión y del
ánimo y nunca la del juicio ni la de la condena; nuestros gestos y actitudes
tienen que ser siempre signos que manifiesten nuestros deseos de paz y de convertirnos
en constructores de cosas buenas y nunca podemos tener gestos o actitudes que
destruyan y que hundan en abismo de la condena a los que estén a nuestro lado.
Son los gestos, las palabras, las actitudes, las
miradas, las manos de Jesús siempre llenas de bondad y de generosidad para el
perdón; porque Jesús quiere seguir prolongando su amor a través de nosotros hoy
y la Iglesia tiene que ser siempre la Iglesia de la misericordia, y los
cristianos tenemos que ser siempre los que somos clementes, misericordiosos y
comprensivos como lo es el corazón de Dios al que tenemos que parecernos.
Es la lección del amor que hoy Jesús quiere darnos.
¿Aprenderemos la lección y tendremos esas actitudes nuevas en nuestro corazón?
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