Una invitación a la fe, a la vida y la resurrección y a cantar siempre la gloria del Señor
Ez. 37, 12-14; Sal. 129; Rm. 8,
8-11; Jn. 11, 1-45
Todo en este quinto domingo de Cuaresma es una invitación
a la fe, una invitación a la vida y la resurrección, un buscar siempre y en
todo la gloria de Dios. Jesús es el agua viva, es la luz del mundo y es la
resurrección y la vida. Son los mensajes que en estos tres domingos centrales
de la Cuaresma hemos venido escuchando y se concluye con la proclamación que hoy
nos hace Jesús en sus palabras y en la resurrección de Lázaro.
Con todo detalle nos lo describe el evangelista. Desde
la enfermedad de Lázaro que le anuncian sus hermanas a Jesús, pero luego tras
su muerte la llegada de Jesús a Betania con los hermosos diálogos entre Jesús y
Marta primero y luego también con María, las hermanas de Lázaro, para concluir
sacando a Lázaro del sepulcro.
Ya Jesús, cuando le llega la noticia de la enfermedad
de Lázaro, dirá que todo ‘servirá para la
gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado en ella’. Y cuando
al final Marta replique que ya lleva cuatro días enterrado, le dirá: ‘¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?’
Por medio está siempre presente una invitación a la fe.
A los discípulos les dice, cuando por fin decide ir a Judea y en la dudas que
surgen en ellos por el temor a lo que le pueda pasar pero también por las
palabras y expresiones que emplea hablando de la muerte como de un sueño, ‘Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros
de que no hayamos estado allí, para que creáis’.
Será luego la hermosa confesión de fe de Marta a la
llegada de Jesús tras la afirmación de Jesús de que El es la resurrección y la
vida, ‘el que cree en mi, aunque haya
muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre’. Y
le pregunta a Marta, que ya había expresado su fe en la resurrección del último
día, ‘¿crees esto?’; a lo que Marta
contestará: ‘Sí, Señor: yo creo que tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo’.
Ahí tenemos esa invitación a la fe y a la vida. ‘Para que creáis’, nos dice también el
Señor allá en lo hondo de nuestro corazón; para que se manifieste la gloria de
Dios, porque en la resurrección de Lázaro se nos está anunciando ya el cercano
misterio pascual que vamos a celebrar; es anuncio de vida y de resurrección. La
propia resurrección de Lázaro en cierto modo provocó y aceleró los
acontecimientos de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, porque cuando los
dirigentes judíos ven cómo la gente se va tras Jesús después de tan
extraordinario acontecimiento, ya buscarán la manera de acabar pronto, como
veremos más adelante en el evangelio. Pero hemos de reconocer también que es
anuncio de vida y de resurrección para cuantos creemos en Jesús.
‘Yo mismo abriré vuestros
sepulcros y os haré salir de vuestros sepulcros’, escuchábamos al profeta en la
primera lectura. ‘Os infundiré mi
espíritu y viviréis’, continuaba diciéndonos. Y al apóstol san Pablo le
escuchamos decirnos: ‘Si el Espíritu del
que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó
de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos
mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros’.
Nos habla, no lo podemos negar, del artículo de nuestra
fe en la resurrección de los muertos al final de los tiempos; pero nos está
hablando también de que en la medida en que nos unimos a Jesús - y ahí está
nuestra participación en el misterio pascual de Cristo en virtud de los
sacramentos - y si vivimos unidos a Jesús por
la fuerza del Espíritu esa resurrección se va realizando cada día en
nosotros porque nos va arrancando de cuanto de muerte hay en nuestra vida.
Es lo que tenemos que reconocer; es en lo que tenemos
que dejarnos conducir por el Espíritu del Señor. Cuando ahora estamos hablando
de muerte, no solo nos estamos refiriendo a ese momento final de nuestra vida
terrena, sino cuanto de muerte hay en la realidad de nuestra vida y cuanto de
muerte vamos dejando que se introduzca en nuestra vida.
Podemos pensar en nuestras dolencias, limitaciones y
enfermedades que de alguna manera merman esa vida física de nuestro cuerpo,
pero que nos afectan a todo nuestro yo, pero podemos pensar en nuestras
tristezas, nuestras depresiones, nuestros desencantos, nuestras soledades, nuestras
carencias de amor que nos hacen vivir sin vivir, sin alegría y sin esperanza.
Situaciones que nos afectan a nuestro espíritu y a nuestra calidad de vida, que
nos limitan y nos impiden vivir con intensidad nuestro ser.
Muerte es para tantos la pobreza y las carencias
materiales en que viven, las esclavitudes a que se ven sometidos cuando sus
vidas son manipuladas por los poderosos, la marginación y los desprecios que
tienen que soportar, la falta de oportunidades en la vida para crecer como
personas y para desarrollar todas sus capacidades. Muerte es el vacío de
valores que contemplamos en muchos en nuestra sociedad y que nos puede
contagiar, la falta de sensibilidad, las pocas aspiraciones a metas altas y
espirituales que nos den grandeza, el materialismo con que se vive en la vida,
el consumismo que nos esclaviza, el conformismo que nos hace caer en la rutina
y la indiferencia.
Y muertes terribles que no tendríamos que dejar meter
en nuestra vida pero que desgraciadamente son una realidad muy terrible en
muchos corazones es la falta de amor, la falta de capacidad de amar o más bien
muchas veces la capacidad de engendrar odio y mantener resentimientos; muertes
son nuestros orgullos y rivalidades, nuestras envidias y desconfianzas, la poca
capacidad para comprender y perdonar, la dureza del corazón que tendríamos que
transformar. Y muerte terrible es la falta de fe y de esperanza que hace vivir
a tantos sin Dios y sin trascendencia en la vida.
Es dura nuestra realidad de muerte pero hay algo en lo
que tenemos que confiar: Cristo viene a nuestro encuentro para hacernos salir
de ese sepulcro de muerte en el que hemos metido nuestra vida con el pecado. ‘Yo mismo abriré vuestros sepulcros y os
haré salir de vuestros sepulcros’, como escuchábamos al profeta. ‘Os infundiré mi espíritu y viviréis’.
El es nuestra resurrección y nuestra vida y si ponemos nuestra fe en El nos
hará vivir para siempre sacándonos de ese sepulcro de muerte.
Que se manifieste la gloria del Señor porque en verdad
nos dejemos transformar por el Espíritu
de Dios que habita en nuestros corazones. Que en verdad seamos capaces de hacer
una valiente confesión de fe, como le hemos escuchado hoy a Marta, creyendo en
verdad en Jesús como nuestro Mesías y nuestro Salvador, nuestra resurrección y
nuestra vida. ‘¿No te he dicho que si
crees verás la gloria de Dios?’ le decía Jesús a Marta. Queremos mantener
viva nuestra fe en Jesús y que se manifieste la gloria del Señor porque vayamos
saliendo de nuestros sepulcros, de tanta muerte como dejamos meter en nuestra
vida.
Que resplandezca la vida nueva de Jesús en nosotros y
sintamos su fortaleza y su gracia en todas esas situaciones en que nos vamos
encontrando en la vida y que nos pueden producir dolor y muerte. Que no se
merme nunca nuestra esperanza. Que aspiremos a los bienes del cielo y llenemos
en verdad de trascendencia nuestra vida. Que no nos dejemos arrastrar nunca por
ese materialismo que nos corta las alas para volar bien alto en la nueva
libertad de los hijos de Dios. Que vivamos siempre con la gracia divina que nos
llena de la vida de Dios y podamos así recorrer los caminos de plenitud del
amor. Que con nuestra vida santa cantemos siempre la gloria del Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario