Alejemos de nosotros las apariencias externas y busquemos siempre la rectitud interior
1Reyes, 10, 1-10; Sal. 36; Mc. 7, 14-23
‘Nada que entre de
fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro
al hombre’, afirma
Jesús rotundamente. Y para que entiendan bien sus palabras primero les llama la
atención: ‘escuchad y entended todos’,
les dice; y luego para concluir su afirmación les insiste con una frase que
veremos en distintas ocasiones cuando Jesús quiere remarcar algo para que quede
bien claro: ‘El que tenga oídos para oír que oiga’.
¿Por qué esa insistencia en que entiendan bien sus
palabras? ¿qué quiere decir Jesús como algo nuevo? Conocemos bien lo que eran
las normas y costumbres entre los judíos de distinguir y separar muy bien lo
que pudiera ser puro o impuro, desde un sentido ritual y legal.
Recordemos, por ejemplo, que cuando llevan a Jesús ante
Pilatos acusándolo y pidiendo su muerte, los judíos no entraron en el pretorio,
se quedaron fuera y fuera tendrá que salir Pilatos para atenderles. Era la casa
de un pagano y entrar en la casa de un pagano era considerado como algo impuro.
Estaban en la víspera del gran sábado de la Pascua y ya probablemente habían
hecho sus abluciones y purificaciones para la pascua; entrar en casa de Pilatos
era caer en una nueva impureza legal que les hubiera obligado a purificarse de
nuevo para celebrar la Pascua.
Lo mismo en referencia a ciertos alimentos y comidas.
Por eso el evangelista les dirá que con lo que Jesús estaba diciendo cuando se
los estaba explicando luego a los discípulos en la casa, que ‘con esto declaraba puros todos los
alimentos’. En este sentido podríamos recordar aquel episodio de los Hechos
en que Pedro es invitado a comer de todo lo que aparecía en aquel mantel de su
visión, y al negarse la voz del cielo le decía que cómo se atrevía él a decir
que era impuro lo que desde el cielo se había declarado puro.
Jesús viene a explicarles hoy a los discípulos que no
es lo que entra por la boca lo que hace impuro al hombre, sino lo que sale del
corazón del hombre cuando está lleno de maldad. ‘Eso sí mancha al hombre, les dice, por de dentro, del corazón del
hombre, salen los malos propósitos, los malos deseos, la codicia, la
injusticia, la envidia, el orgullo, la maldad…’
Lo que quiere el Señor es que tengamos un corazón puro
y alejado de toda malicia. Por supuesto en nuestras acciones tenemos que
comportarnos dignamente y hemos siempre de actuar bien. Pero miremos el
corazón, para que esté lleno de rectitud, para que no haya malicia ni malos
deseos, que los podremos ocultar a los ojos de los hombres, dando la apariencia
de que somos justos y rectos, pero si tenemos esa maldad en el corazón entonces
sí que estaremos actuando mal.
Nuestras vivencias religiosas, los actos de nuestra
vida cristiana no se pueden quedar nunca en apariencia externa, sino que
tenemos que obrar siempre con la mayor rectitud desde lo más hondo del corazón.
‘Venid y aprended de mí, que soy manso y humilde
de corazón’, nos dirá Jesús en otro lugar del evangelio. Es lo que tenemos
que hacer, llenar nuestro corazón de mansedumbre, de humildad, de bondad, de
amor, como lo era el corazón de Cristo.
Cuando tenemos un corazón así que se parece al corazón
de Cristo, porque en verdad lo hemos llenado de su amor entonces saldrá casi de
forma espontánea la generosidad, el buen hacer, al actuar con justicia y con
verdad. Es por lo que tenemos que esforzarnos. Lo contrario sería falsedad e
hipocresía. No nos valen las apariencias, sino la rectitud con que actuamos
desde lo más hondo de nosotros mismos. Es la congruencia que tenemos que
reflejar en nuestra vida, entre lo que decimos que es nuestra fe y lo que son
las obras de nuestra vida. Qué terrible contra testimonio es el que damos
cuando no actuamos con esa rectitud y sinceridad. Cuando daño podemos hacer
conb esa hipocresía y falsedad.
Pidámosle al Señor que nos dé ese corazón bueno y
recto, que nos llenemos en verdad de su Espíritu para que siempre reflejemos
las obras del amor, de la sinceridad, del bien y de la verdad.
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