Sal para dar sabor, luz para iluminar y pan para compartir, toda una aurora luminosa
Is. 58, 7-10; Sal. 111; 1Cor. 2, 1-5; Mt. 5, 13-16
Nos habla Jesús de sal para dar sabor, de luz que
ilumine y, completándolo con el profeta, se nos habla de pan para compartir que
es lo mismo que luz que hace amanecer como una aurora luminosa o sentido de
sabor nuevo para una vida nueva.
Son las distintas imágenes que nos aparecen en el texto
sagrado; son imágenes a la manera de comparaciones o parábolas que nos propone
Jesús para ayudarnos a comprender el sentido de nuestra vida, pero también el sentido nuevo que hemos de
dar a nuestro mundo. Unas imágenes, hemos de reconocer, de gran sabiduría y
significado.
La primera imagen que nos propone Jesús es la de la
sal. ¿Para que sirve la sal? Mezclándola con nuestros alimentos los sazonamos,
le damos sabor, pero además la sal puede ser conservante y pues hasta ser
medicina. Un alimento sin sal no tiene sabor, es insípido, decimos; pero como
decíamos también lo utilizamos como conservante para preservar de la
corrupción; era también una señal de amistad y de acogida porque a quien
llegaba como una bienvenida se le ofrecía el pan y la sal, que a nadie se
debería negar.
Y Jesús nos dice que tenemos que ser sal del mundo.
¿Cuál es el sabor que nosotros podemos ofrecer? Si nos llamamos cristianos es
porque el sabor que hemos de ofrecer es el de Cristo; El es el sentido profundo
de nuestra vida. Cristo tiene que ser ese sentido profundo de la vida del
hombre, ese sentido que hemos de darle a nuestro mundo. No hay otro nombre en
quien podamos encontrar la salvación. Es lo que tenemos que ofrecer. Es el
Evangelio que tenemos que transmitir.
Pero además, cuánto mal haríamos desaparecer de nuestra
vida y de nuestro mundo si de verdad nos dejáramos impregnar por esa sal de
Cristo, empapar del sentido de Cristo. Todo mal y toda corrupción tendrían que
desaparecer. Por eso el cristiano, como la sal que se diluye en el alimento
desapareciendo incluso aparentemente, así hemos de diluirnos en nuestro mundo
para darle ese nuevo sabor de Cristo y de su evangelio. Porque no nos vamos a
anunciar a nosotros, sino a quien vamos a anunciar es a Jesús; porque quien
tiene que darle sabor a la vida es Jesús y su evangelio, nosotros solo somos
instrumentos, aunque instrumentos bien importantes por la misión. Por eso no
podemos perder el sabor de Cristo en nuestra vida de ninguna manera.
La otra imagen que Jesús nos propone es la luz. La luz
que hay que ponerla en el lugar oportuno para que ilumine. De nada nos sirve
una luz escondida, que no esté en el lugar adecuado para que nos libere de
tinieblas, para que nos señale claramente el camino, para que descubramos el
verdadero color de las cosas y su belleza, para que podamos ver y conocer donde
estamos, con quien vivimos y caminamos por la vida, para que descubramos el camino que hemos de
recorrer e incluso las cosas que tenemos que hacer. En la oscuridad todo es
negro y no tiene color y en consecuencia no podremos apreciar su belleza,
perdemos el rumbo del camino y no podemos ver y conocer realmente lo que nos
rodea o los que nos rodean con lo que la comunicación se nos hace más difícil.
Pero nos dice Jesús también que tenemos que ser luz.
Una luz que no se puede ocultar, sino que hay que ponerla bien en alto para que
pueda iluminar con el brillo de su resplandor a todos. Claro que no es nuestra
luz la que ha de brillar en nosotros sino que nosotros vamos a trasmitir al que
es la verdadera luz; de su luz nosotros participamos, con su luz es como
nosotros tendremos que brillar y resplandecer, y desde esa luz que nosotros
reflejamos podremos ayudar a los demás a que se encuentren con la verdadera
luz. Es Jesús la verdadera luz que nos ilumina y nosotros iluminados y llenos
de su luz podremos ser para los demás caminos que conduzcan a esa luz,
conduzcan hasta Jesús.
¿En qué se ha de notar que nosotros estamos iluminados
por esa luz? ¿en que se ha de notar que nosotros somos esa sal que sazone de
nuevo sabor a nuestro mundo? Es la gran pregunta y es nuestra principal tarea. Ya nos lo dice
Jesús hoy en el evangelio, aunque tendremos que fijarnos también en lo que nos
señala el profeta. ‘Alumbre así vuestra
luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a
vuestro Padre que está en el cielo’.
Vean vuestras buenas obras, nos dice.
¿Qué nos decía el profeta? Nos hablaba de partir el pan con el hambriento, de hospedar
a los pobres sin techo y de vestir al que ves desnudo. Nos está hablando el
profeta con un lenguaje bien directo y claro. Nos está hablando del compartir,
pero también quitar de nuestra vida todo lo que pueda ofender u oprimir al
hermano; nos dice que ni podemos desear el mal a nadie, ni siquiera hablar mal
de nadie; pero nos dice también que nunca podemos hacernos sordos al clamor de los
que sufren a nuestro lado. Cuando hagamos todo esto bueno, nos dice, ‘entonces romperá tu luz como la aurora…
brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía’, porque
será así como manifestarás la gloria del Señor.
Esas son las buenas obras que tienen que resplandecer
en nuestra vida para que todos puedan dar gloria a nuestro Padre del cielo. Ahí
y así se manifestará la gloria del Señor. Ahí y actuando así nos estaremos en
verdad nosotros manifestando como esa sal que da un sentido y sabor nuevo no
solo a nuestra vida sino también a nuestro mundo. Ahí y así seremos luz y
podremos hacer que todos alcancen esa luz y todos puedan dar gloria a nuestro
Padre del cielo.
No podemos guardar la sal en el salero porque entonces
no cumpliría su función; no podemos esconder la luz debajo de la cama, porque
entonces no podrá iluminar los caminos de nadie; no podemos guardarnos el pan
solo para nosotros mismos porque lo endureceríamos y lo echaríamos a perder; no
podemos cerrar nuestro corazón siendo insensibles al dolor humano porque
realmente nosotros estaríamos perdiendo humanidad y nos embruteceríamos y nos
envileceríamos.
Quien ha saboreado la sal de Cristo para darle nuevo
sabor a su vida y quien se ha dejado iluminar realmente por su luz, comenzará a
dejar de pensar solo en si mismo para mirar con una mirada nueva y luminosa a
los que están a su lado porque ya para siempre irá repartiendo amor. Sí, quien
ha entendido lo que es el sentido de Cristo y se esfuerza por vivirlo aunque
muchas sean las tinieblas que le rodean o muchos sean los contratiempos que le
puedan turbar, siempre tendrá una luz brillante en sus ojos para mirar
directamente con una mirada de amor, con muchos gestos de amor a los que le
rodean.
¿Habremos aprendido a mirar con esa mirada luminosa a
los hermanos con los que vamos compartiendo nuestro amor? ¿Habremos aprendido a
ponernos a la altura del hermano con el que queremos compartir, al que queremos
ofrecerle los gestos de nuestro amor? El que ama de verdad y quiere realizar auténticos
gestos de amor siempre se pondrá a la altura del hermano, o más aun será capaz
de ponerse de rodillas delante del hermano como lo hizo Jesús en la última cena
delante de los apóstoles cuando les lavaba los pies, para mirarle a los ojos,
para contagiarle de su amor, porque siempre el amor que irá repartiendo será el
amor de Jesús, amando como amó Jesús.
‘Vosotros sois la luz
del mundo’, nos
dice Jesús. Y es que la luz siempre está relacionada con lo bello, con lo bueno
y lo verdadero. La luz es claridad y belleza, la luz es bondad y santidad, la
luz es verdad y autenticidad, pura transparencia. Porque la luz que nosotros
queremos trasmitir es siempre la luz del amor de Jesús.
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