Con fe verdadera y con espíritu humilde acudimos a Dios y El realiza maravillas en nosotros
1Reyes, 11, 4-13; Sal. 105; Mc. 7, 24-30
Cuando con fe verdadera y con espíritu humilde acudimos
a Dios, El se nos manifiesta y realiza las maravillas de su amor en nosotros.
Es el mensaje en pocas palabras que podemos resumir de este texto del evangelio
que hoy se nos proclama.
Jesús está fuera de Palestina y de la tierra de los
judíos. ‘Jesús se fue a la región de
Tiro’; es la Fenicia, el Líbano actual, y es tierra de paganos. Pero hasta
allí ha llegado también la fama de Jesús, porque ya en otro momento del
evangelio se nos hablará que también de los territorios de Tiro y de Sidón
venían a escucharle y a traerle sus enfermos para que los curase. Normalmente
el territorio que Jesús recorre anunciando el Reino de Dios es la tierra de los
judíos, principalmente Galilea y Judea cuando viene a Jerusalén. En ocasiones,
lo hemos visto en la tierra de los Gerasenos, al otro lado del lago, o
recorriendo la Decápolis, como hoy también lo veremos a su regreso.
Sin embargo, quiere pasar desapercibido, alojándose en
una casa, pero no lo consiguió nos dice el evangelista. Hasta allí llega una
mujer de aquella región, ‘una mujer
pagana, una fenicia de Siria’, lo que indica que no creía en Yahvé, el Dios
de los judíos, ‘que tenía una hija
poseída por un espíritu inmundo’. Pero acude a Jesús ‘y le rogaba que echase el demonio de su hija’.
En el diálogo que se sigue entre Jesús y aquella mujer
vamos a contemplar una fe grande y un espíritu humilde que será el que moverá
el corazón de Cristo. Parece sentirse rechazada, pero ella sigue confiando y
suplicando. Como los pobres que nada tienen lo hace con humildad. Ella sabe y
reconoce que no es judía y que Jesús ha venido al pueblo judío que es donde
anuncia el Reino de Dios, pero como dice, los perritos debajo de la mesa comen
las migajas que tiran los niños.
No le importa sentirse humillada, porque Jesús empleará
una palabra usual entre los judíos para referirse a los paganos, pero el dolor
de una madre es tan grande que sigue confiando en que va a ser escuchada. Así
se realizará. ‘Jesús le dice: anda, vete,
que por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija. Y al llegar a casa
se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado’.
Fe, humildad, perseverancia y constancia en la oración
son cosas que aprendemos de esta mujer. Tenemos que aprender a acercarnos a
Dios. Tiene que ser la oración humilde de los hijos que se saben amados y,
aunque se ponga a prueba nuestra fe porque nos parezca que no somos escuchados,
ahí tiene que estar nuestra humildad y nuestra perseverancia. Y es que estamos
poniendo mucho amor. Y el amor nos hace confiar y nos hace ser perseverantes.
No vamos a Dios con exigencias, recordándole a Dios lo bueno que somos, sino
que tenemos que ir siempre con humildad, sabiendo que no somos merecedores.
También otro pagano en su oración y súplica a Jesús es
buen ejemplo para nuestra oración. Fue la fe, la confianza, la humildad y la
perseverancia del centurión romano, que estaba seguro que iba a ser escuchado
por el Señor. ‘Señor, no soy digno de que
entres en mi casa’, diría el centurión. ‘También
los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños’, será
la respuesta confiada de esta mujer fenicia.
Y nosotros tantas veces nos cansamos de nuestra oración
y perdemos la confianza porque nos parece que no somos escuchados. Vayamos con
humildad al Señor que siempre nos escucha y nos regala con su gracia haciendo
maravillas en nosotros. Tenemos que sentirnos siempre amados de Dios porque
somos sus hijos y siempre nos llenará con su gracia. No dejará nunca el Señor
que el espíritu del mal nos domine; siempre está a nuestro lado llenándonos de
su gracia y de su paz.
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