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lunes, 20 de mayo de 2013


Sabiduría de Dios, fe y oración

Eclesiástico, 1, 1-10; Sal. 92; Mc. 9, 13-28
Terminado el tiempo de la Pascua con la celebración ayer de Pentecostés retomamos el tiempo llamado Ordinario, aunque aun nos quedan celebraciones importantes en torno al misterio de Dios y de Cristo los próximos domingos con la Santísima Trinidad y Corpus Chisti. Pero ya en medio de semana retomamos la lectura continuada de la Palabra de Dios en la que iremos siguiendo los distintos evangelios; en estos días estamos en el evangelio de Marcos, mientras en la primera lectura iniciamos uno de los libros sapienciales, el libro del Eclesiástico.
Al hilo de la celebración de ayer con la venida del Espíritu Santo y este libro sapiencial que hoy iniciamos pidamos el Espíritu de Sabiduría, uno de los dones del Espíritu Santo, para que vayamos impregnándonos de la Palabra de Dios, inmersos en el misterio de Cristo en quien tenemos toda la salvación. Jesús nos prometía el envío del Espíritu que nos conduciría a la verdad plena y nos recordaría todo lo que Jesús nos había ido enseñando. Ahora cuando vamos escuchando el evangelio, cuando vamos escuchando la Palabra de Dios con ese espíritu de fe hemos de escucharla invocando al Espíritu divino que nos ayude a llevar a nuestra vida ese mensaje de salvación.
‘Toda sabiduría viene de Dios’, comenzaba diciéndonos el libro del Eclesiástico. Es la sabiduría y el poder de Dios que creó todas las cosas; pero Dios ha querido hacernos partícipes de su sabiduría cuando nos ha creado a su imagen y semejanza; nos ha dado esa capacidad de conocer y razonar, haciéndonos participes de su sabiduría y allá en lo más hondo de nosotros ha puesto esa inquietud del saber, del conocer.
El Creador y Sumo Hacedor ha puesto el mundo creado en nuestras manos para que con esas capacidades de inteligencia y voluntad con las que nos ha dotado continuemos la obra de la creación. Es el desarrollo y conocimiento de las cosas, es el descubrir el sentido de la vida y de todo  lo creado, es el avance que luego desde esos conocimientos, desde esa inteligencia con que nos ha dotado podemos ir realizando en la ciencia y el conocimiento. Siempre para el creyente todo ese avance producido por su inteligencia ha de tener como referencia a Dios que es el sentido último de todas las cosas. Todo siempre para el bien del hombre, de todo hombre, como es la voluntad del Creador y todo siempre para la gloria de Dios que es como nosotros hemos de corresponder.
Podíamos recordar cómo san Pablo llama a Cristo ‘Sabiduría del Padre’. Jesús es la Palabra revelada de Dios, la Revelación de Dios que se hace Palabra viva y Palabra que se hace carne. Es Jesús, el Hijo de Dios, que procede del Padre, quien conoce a Dios y quien nos revela a Dios. Y será en Cristo Jesús, entonces, en donde vamos a encontrar todo el sentido del hombre y de la vida. En Cristo se revela al hombre, a la humanidad, el verdadero sentido del hombre, de la humanidad. Cristo es nuestra verdadera sabiduría.
Una palabra, finalmente, del evangelio que se nos ha proclamado. Un hombre acude a los discípulos, en la ausencia de Jesús, para que curen a su hijo poseído por un espíritu inmundo; pero ellos no pueden realizar el milagro. Hay un diálogo hermoso entre el hombre y Jesús con una hermosa súplica por parte de aquel hombre ante la pregunta de Jesús de si cree. ‘Todo es posible para el que tiene fe’, le dice Jesús, a lo que el hombre suplica: ‘Tengo fe, pero dudo, ayúdame’. El milagro se realizará y el niño será curado. Los discípulos le preguntarán luego a Jesús: ‘¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?’ Jesús les explicará: ‘Esta especie solo puede salir con oración y ayuno’.
Hermoso mensaje y lección. Primero la fe, aunque tengamos dudas, pidámosle al Señor que nos aumente nuestra fe. Es un don de Dios que hemos de saber pedir también humildemente. Luego, la oración tan necesaria para superar nuestros males, para vencer las tentaciones, para apartarnos del mal. Tantas veces que tropezamos una y otra vez en la misma tentación y caemos en el mismo pecado nos tiene que hacer pensar en nuestra oración. ¿Nos habremos enfriado espiritualmente? ¿habremos abandonado nuestra oración?
Tengamos sed de Dios y busquemos esa agua de la gracia que El nos da; pero hemos de ir a la fuente, hemos de acudir a la oración, hemos de orar con insistencia al Señor, hemos de buscar cómo llenarnos de Dios, porque teniendo a Dios con nosotros nada ni nadie nos podrá vencer.

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