Sabiduría de Dios, fe y oración
Eclesiástico, 1, 1-10; Sal. 92; Mc. 9, 13-28
Terminado el tiempo de la Pascua con la celebración
ayer de Pentecostés retomamos el tiempo llamado Ordinario, aunque aun nos
quedan celebraciones importantes en torno al misterio de Dios y de Cristo los próximos
domingos con la Santísima Trinidad y Corpus Chisti. Pero ya en medio de semana
retomamos la lectura continuada de la Palabra de Dios en la que iremos
siguiendo los distintos evangelios; en estos días estamos en el evangelio de
Marcos, mientras en la primera lectura iniciamos uno de los libros sapienciales,
el libro del Eclesiástico.
Al hilo de la celebración de ayer con la venida del Espíritu
Santo y este libro sapiencial que hoy iniciamos pidamos el Espíritu de Sabiduría,
uno de los dones del Espíritu Santo, para que vayamos impregnándonos de la
Palabra de Dios, inmersos en el misterio de Cristo en quien tenemos toda la
salvación. Jesús nos prometía el envío del Espíritu que nos conduciría a la
verdad plena y nos recordaría todo lo que Jesús nos había ido enseñando. Ahora cuando
vamos escuchando el evangelio, cuando vamos escuchando la Palabra de Dios con
ese espíritu de fe hemos de escucharla invocando al Espíritu divino que nos ayude
a llevar a nuestra vida ese mensaje de salvación.
‘Toda sabiduría viene
de Dios’, comenzaba
diciéndonos el libro del Eclesiástico. Es la sabiduría y el poder de Dios que
creó todas las cosas; pero Dios ha querido hacernos partícipes de su sabiduría
cuando nos ha creado a su imagen y semejanza; nos ha dado esa capacidad de
conocer y razonar, haciéndonos participes de su sabiduría y allá en lo más
hondo de nosotros ha puesto esa inquietud del saber, del conocer.
El Creador y Sumo Hacedor ha puesto el mundo creado en
nuestras manos para que con esas capacidades de inteligencia y voluntad con las
que nos ha dotado continuemos la obra de la creación. Es el desarrollo y
conocimiento de las cosas, es el descubrir el sentido de la vida y de todo lo creado, es el avance que luego desde esos
conocimientos, desde esa inteligencia con que nos ha dotado podemos ir
realizando en la ciencia y el conocimiento. Siempre para el creyente todo ese
avance producido por su inteligencia ha de tener como referencia a Dios que es
el sentido último de todas las cosas. Todo siempre para el bien del hombre, de
todo hombre, como es la voluntad del Creador y todo siempre para la gloria de
Dios que es como nosotros hemos de corresponder.
Podíamos recordar cómo san Pablo llama a Cristo ‘Sabiduría del Padre’. Jesús es la
Palabra revelada de Dios, la Revelación de Dios que se hace Palabra viva y
Palabra que se hace carne. Es Jesús, el Hijo de Dios, que procede del Padre,
quien conoce a Dios y quien nos revela a Dios. Y será en Cristo Jesús,
entonces, en donde vamos a encontrar todo el sentido del hombre y de la vida.
En Cristo se revela al hombre, a la humanidad, el verdadero sentido del hombre,
de la humanidad. Cristo es nuestra verdadera sabiduría.
Una palabra, finalmente, del evangelio que se nos ha
proclamado. Un hombre acude a los discípulos, en la ausencia de Jesús, para que
curen a su hijo poseído por un espíritu inmundo; pero ellos no pueden realizar
el milagro. Hay un diálogo hermoso entre el hombre y Jesús con una hermosa súplica
por parte de aquel hombre ante la pregunta de Jesús de si cree. ‘Todo es posible para el que tiene fe’,
le dice Jesús, a lo que el hombre suplica:
‘Tengo fe, pero dudo, ayúdame’. El milagro se realizará y el niño será
curado. Los discípulos le preguntarán luego a Jesús: ‘¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?’ Jesús les explicará: ‘Esta especie solo puede salir con oración
y ayuno’.
Hermoso mensaje y lección. Primero la fe, aunque
tengamos dudas, pidámosle al Señor que nos aumente nuestra fe. Es un don de
Dios que hemos de saber pedir también humildemente. Luego, la oración tan
necesaria para superar nuestros males, para vencer las tentaciones, para
apartarnos del mal. Tantas veces que tropezamos una y otra vez en la misma
tentación y caemos en el mismo pecado nos tiene que hacer pensar en nuestra
oración. ¿Nos habremos enfriado espiritualmente? ¿habremos abandonado nuestra
oración?
Tengamos sed de Dios y busquemos esa agua de la gracia
que El nos da; pero hemos de ir a la fuente, hemos de acudir a la oración,
hemos de orar con insistencia al Señor, hemos de buscar cómo llenarnos de Dios,
porque teniendo a Dios con nosotros nada ni nadie nos podrá vencer.
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