Escucha mi voz y camina por mi camino para que te vaya bien
Jer. 7, 23-28; Sal. 94; Lc. 11, 14-23
‘Escucha mi voz…
caminad por el camino que os mando, para que os vaya bien. Pero no escucharon
ni prestaron oído, caminaban según sus ideas, según la maldad de su corazón
obstinado, me daban la espalda y no la frente…’ Es la invitación de Dios a su pueblo
a través del profeta, pero es la respuesta negativa de aquel pueblo a la
llamada del Señor.
El profeta hace como un resumen de la historia de la
salvación desde que habían salido liberados de Egipto recordando las maravillas
del Señor y todos los profetas que a través de la historia Dios les fue
enviando un día y otro; ‘pero no
escucharon ni prestaron oído, endurecieron la cerviz, fueron peores que sus
padres’.
En el salmo hemos recordado aquel episodio del pueblo
de Israel en su peregrinar por el desierto cuando protestaron contra Dios
porque no tenían agua que beber; incluso Moisés dudaba de alguna manera que el
Señor pudiera escucharles y ser paciente con ellos en su rebeldía. Por eso
hemos repetido con el salmista, porque de alguna manera refleja también lo que
es muchas veces nuestra vida: ‘ojalá
escuchéis hoy su voz; no endurezcáis vuestro corazón’.
Ojalá escuchemos la voz del Señor y no nos endurezcamos
en nuestro corazón. Tenemos el peligro y la tentación, pero hemos de saber
poner nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor. Lo que nos va sucediendo en
la vida puede endurecernos en el corazón si no estamos atentos y vigilantes. Problemas
que nos surgen a los que no vemos solución
fácil, dudas que aparecen en nuestro interior que se nos vuelve oscuro,
momentos difíciles por la situación que vivamos, las necesidades a las que no
podemos atender, o porque la convivencia con los que están a nuestro lado se
nos hace difícil, son muchas las cosas que en ocasiones pueden llenarnos de
amargura, de desconfianza y endurecer nuestro corazón.
Hemos de saber descubrir la mano de Dios que está a
nuestro lado, aunque los momentos sean duros u oscuros. Hemos de aprender a
sentir la presencia de Dios que nos acompaña y nos lleva sobre la palma de su
mano aunque nos pudiera parecer que vamos solos. Hemos de saber apreciar
cuantas maravillas el Señor va realizando ante nuestros ojos aunque a veces nos
parezca que estamos ciegos y no vemos esa acción de Dios. No nos falta nunca esa presencia del Señor que
nos acompaña con su gracia.
Pero es necesario saber estar vigilantes porque el
enemigo malo va sembrando cizaña en la campo de nuestra vida para cegarnos y no
sepamos descubrir esa acción del Señor. Jesús nos habla en una pequeña parábola
del hombre fuerte y bien armado que guarda su palacio, pero que puede venir
otro más fuerte que le asalta y le arranca su botín. Por eso no podemos
creernos seguros por nosotros mismos por muy fuertes que nos creamos. Hemos de
estar vigilantes y saber contar con la gracia del Señor. Todos seguro que
tenemos la experiencia de que cuando nos
creíamos más seguros porque pensábamos que ya habíamos superación una tentación
y ya nos creíamos buenos pronto vino de nuevo la tentación que nos hizo
tropezar y caer.
El cristiano no puede dejar de estar vigilante, no
puede nunca abandonar la oración que le une al Señor y le llena de fortaleza y
de gracia. Y aunque seamos débiles y tropecemos muchas veces con más ganas
hemos de ir al Sacramento que nos restaura y nos da la gracia que necesitamos
para mantener nuestra lucha. Constancia en la oración y constancia en la vida
sacramental ha de mantener siempre el
cristiano que quiera mantenerse en fidelidad y en gracia.
Escuchemos la voz del Señor y no endurezcamos nuestro
corazón. Alimentémonos continuamente de la gracia del Señor.
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