Sedientos de Dios dejemos que Dios se nos revele
2Reyes, 5, 1-15; Sal. 41; Lc. 4, 24-30
‘Mi alma está sedienta
del Dios vivo, ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?’ Tenemos ansias de Dios; queremos
conocer a Dios, lo buscamos. Ansias y deseos de plenitud, ansias y deseos de
Dios. Acudimos a El desde nuestras necesidades y queremos sentir su auxilio.
Pero ¿cómo buscamos a Dios? ¿qué es lo que realmente
buscamos? Porque algunas veces nos quejamos de que no nos atiende o no nos
concede aquello que le pedimos. Tenemos la tentación de convertir nuestra
oración en una exigencia. Queremos a Dios, es una tentación, y de alguna forma
pareciera que queremos manipularlo, porque las cosas tienen que ser como a
nosotros nos parece, nos tiene conceder las cosas tal como nosotros se las
pedimos, nos imaginamos a Dios tal como a nosotros nos parece. ¿No podemos
pensar que Dios está mucho más allá de nuestras imaginaciones o deseos?
Cuando comentábamos ayer el texto del encuentro de
Moisés con Yahvé en medio de la zarza ardiente veíamos cómo Dios le pedía a
Moisés descalzarse porque la tierra que pisaba era una tierra sagrada. Ya
hacíamos algún comentario de lo que podía significar ese descalzarse. Y
decíamos que teníamos que descalzarnos de nuestros prejuicios o ideas preconcebidas.
Sí, cuando queremos ir a conocer a Dios, nos
descalzamos porque estamos en tierra sagrada; Dios es mucho más que lo que
nosotros podamos imaginarnos o las ideas preconcebidas que tengamos que Dios;
hemos de descalzarnos, despojarnos de esos nuestros pensamientos, de esa
nuestra manera de ver las cosas para poder llegar al misterio de Dios que se
nos revela. No es lo que nosotros pensemos sino lo que Dios nos dice de sí
mismo; porque Dios no quiere ser un misterio escondido, sino que ha querido
revelársenos, dársenos a conocer; para eso nos ha enviado a su Hijo, revelación
de Dios, Palabra viva de Dios.
Miremos lo que nos dice hoy la Palabra del Señor, la
Palabra que El hoy quiere decirnos. En Nazaret - este texto de hoy viene a ser
la conclusión de aquella su primera visita a Nazaret - la gente reacciona ante
Jesús. Como hemos visto en otros momentos, primero admirándose de las palabras
de gracia que salían de sus labios, luego con el orgullo de sentir que Jesús
era uno de los de ellos, porque era de Nazaret, allí se había criado y allí
estaban sus parientes; pero finalmente le van a rechazar porque no les hace lo
que ellos pensaban que iba a hacer allí.
‘No hizo ningún milagro por su falta de fe’, nos dirá el evangelio en otro
momento. Y como hemos escuchado hoy les recuerda aquellos episodios de Elías y
Eliseo, en que los beneficiarios no fueron precisamente judíos, sino una
fenicia y un sirio. ‘Lo empujaron fuera
del pueblo, con intención de despeñarlo’.
En este sentido podemos comentar también este hecho de
Eliseo y aquel leproso, Naamán, venido de Siria. Le habían dicho que había un
profeta en Israel que podría curarlo. Y ¿Cómo se presenta? Cargado de joyas y
riquezas como si con ello pudiera comprar la acción de Dios que le devolviera
la salud - pensemos en lo que hacemos nosotros con Dios con nuestras promesas y
regalos con las que queremos ganarnos la voluntad de Dios -.
Y, por otra parte, cuando el profeta la manda
simplemente lavarse en el río Jordán, ya hemos visto su reacción. ¿Qué esperaba?
Acciones espectaculares que realizase el profeta para que de una forma mágica
recobrara la salud de su cuerpo. El profeta no era el mago que venía allí con
sus ritos mágicos para curarlo. Cuánto nos gustan a nosotros también las cosas
espectaculares y en cierto modo teatrales.
¿Cuándo en verdad va a recobrar la salud por la acción
de Dios? Cuando tenga humildad en el corazón y se despoje de sus orgullos y
vanidades abajándose para lavarse como uno más en el agua del Jordán. Necesitó
despojarse de sus vanidades y de su orgullo. Necesitó descalzarse, por recordar
la imagen que antes mencionábamos, para quitarse las sandalias de sus ideas
preconcebidas y poder encontrarse de verdad con la gracia y la acción de Dios.
Buscamos a Dios, pero escuchemos a Dios. Quitemos las
cantinelas que tengamos en nuestra vida que nos hacen ruido y nos aturden, que
nos distraen o no nos dejan escuchar la voz de Dios que nos habla en el
corazón. Por algo hemos venido repitiendo también a lo largo de este tiempo de
cuaresma de ese silencio y soledad al que tenemos que ir para escuchar a Dios,
para poder dejarnos inundar por Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario