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miércoles, 6 de febrero de 2013


Tenemos que revisar y fortalecer nuestra fe

Hebreos, 12, 4-7. 11-15; Sal. 102; Mc. 6, 1-6
‘Desconfiaban de él… se extrañó de su falta de fe…’ nos dice repetidamente el evangelista. Hoy estamos escuchando a san Marcos y estos domingos pasados hemos escuchado el relato de esta visita a Nazaret que nos hace san Lucas y le hemos dedicado grandes comentarios.
Pero siempre hay un mensaje de vida en la Palabra del Señor cada vez que la escuchemos; siempre hay algo que nos puede ayudar en nuestra fe, en el camino de nuestra vida cristiana; siempre hay algo que nos ayuda a revisar nuestra vida; siempre hay algo que enriquece nuestro corazón.
Ya hemos comentado las reacciones primero de admiración, después de interrogantes y desconfianzas y finalmente de rechazo porque como nos relataba san Lucas hasta quisieron despeñarlo por un barranco que había junto al pueblo. San Marcos no entra en esos detalles, pero sí nos habla de la extrañeza por la falta de fe. Se admiraban de lo que Jesús y hacía pero al mismo tiempo había una desconfianza en su corazón porque lo habían conocido de siempre, conocían su familia y lo que había vivido allí con ellos en su pueblo, y aun no terminaban de entender todo el misterio de Dios que se manifestaba en Jesús.
¿Qué buscaban en Jesús o por qué lo buscaban? ¿Podrían llegar a descubrir ese misterio de Dios que en Jesús se les revelaba? Es necesario desprenderse quizá de ideas preconcebidas; es necesario una apertura y una disponibilidad del corazón; es necesario ser capaz de confiar en Jesús y en su palabra para comenzar a caminar los caminos de la fe. Como tantas veces hemos dicho es necesario caminar caminos de humildad, porque solo desde esa humildad de corazón podemos llegar hasta Dios. El Papa el pasado domingo en este sentido nos decía: Creer en Dios significa renunciar a los propios prejuicios y acoger el rostro concreto con el que Él se ha revelado: el hombre Jesús de Nazaret’.
Es nuestro camino, el camino que nosotros hemos de hacer también para crecer en nuestra fe. Porque tampoco nos vale decir es que yo he creído de siempre, a mi no hay quien me cambie, yo ya estas cosas de la religión y de Dios ya me las sé. Hemos de descabalgarnos de estas actitudes autosuficientes y dejarnos conducir. El Señor nos habla al corazón, pero también pone a nuestro lado quienes en su nombre nos ayuden a recorrer esos caminos.
A la gente de Nazaret le costaba llegar a reconocer las maravillas de Dios que se manifestaban en Jesús por su falta de fe. Tenemos que pedirle al Señor que nos  haga crecer más y más en nuestra fe. Es un don de Dios, es una gracia de Dios, es un don sobrenatural, pero nosotros hemos de responder a esa gracia de Dios, colaborar dejándonos conducir por su Espíritu, queriendo conocer más y más nuestra fe y dejándonos enseñar.
Este año de la fe al que nos ha convocado el Papa y que vamos recorriendo a eso tiene que llevarnos. Como nos decía el Papa en su convocatoria es ‘exigencia de la misma fe que profesamos el redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo’. La fe que para nosotros no ha de ser nunca una carga pesada, sino algo que hemos de vivir siempre con entusiasmo y alegría.
Esa fe que tenemos que hacer vida nuestra, porque es la que moverá y dará sentido profundo a nuestra existencia. Así nos dice el Papa: ‘Gracias a la fe, esta vida nueva de Jesús plasma toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección. En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida. La «fe que actúa por el amor» se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre’.
Que crezca así la fe en nuestro corazón. Aceptemos a Cristo y a su evangelio y dejémonos conducir por el Espíritu del Señor.

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