Ungir con el bálsamo del amor al que sufre para hacerlo renacer a nueva vida
Hebreos, 12, 18-19.21-24; Sal. 47; Mc. 6, 7-13
‘Llamó Jesús a los
Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus
inmundos’. Hasta
ahora habíamos visto a Jesús que iba anunciando el Reino, dándonos las señales
de cómo el Reino de Dios llega a nuestra vida y a nuestro mundo y de cómo hemos
de acogerlo. Escuchamos sus palabras pero vemos también sus signos. En
parábolas y con muchas imágenes nos va explicando como es el Reino de Dios y
los signos que realiza nos están diciendo cómo el Reino de Dios está en
nosotros.
Pero el Reino de Dios es expansivo, ha de extenderse
por su misma fuerza, ha de crecer como la pequeña que semilla que se planta
para hacer surgir una planta nueva en la que hasta las aves del cielo puedan
cobijarse entre sus ramas. Así todos estamos llamados a pertenecer al Reino de
Dios y hemos de dar señales de que el Reino de Dios ha llegado a nuestra vida.
Pero estamos llamados a algo más: ese Reino de Dios hemos de hacerlo llegar a
todos. Recibimos también la misión de anunciar y propagar el Reino.
‘Los fue enviando de
dos en dos’, nos
dice el evangelio. No es la tarea de uno solo ni la tarea que hemos de hacer
solos y por nuestra cuenta. El Reino de Dios expresa la comunión nueva que se
crea entre todos los hombres, entre todos los que creemos en Jesús y con las
señales de la comunión lo hemos de dar a conocer e ir instaurando en medio de
los hombres. ‘Los fue enviando de dos en
dos’.
Estamos recibiendo la misma misión de Jesús; somos una
prolongación de Jesús que hemos de hacer el mismo anuncio del Reino con
nuestras palabras y con nuestras obras. Hemos de anunciar la conversión y el
perdón de los pecados. Hemos de anunciar la vida nueva que nos llena de la
gracia de Dios. Hemos de hacer posible que todos los hombres reconozcan que
Dios es nuestro único Señor. Ningún mal ya para siempre jamás podrá dominar al
hombre. El poder del Señor de ser liberados del mal lo hemos recibido para ir
realizando ese milagro, esa transformación, primero de nuestro corazón, pero
también la transformación del corazón de cuantos nos rodean.
Es lo que vemos realizar a aquellos primeros enviados
de Jesús que es lo mismo que nosotros tenemos que realizar. ‘Ellos salieron a predicar la conversión,
echaban muchos demonios, ungían con aceite a los enfermos y los curaban’.
Cuánto podemos y tenemos que hacer. El anuncio de la conversión porque llega el
Reino de Dios, pero también los signos de cómo ese Reino de Dios se está
haciendo presente.
Es el anuncio y la proclamación de la palabra, pero
serán también las señales del amor. Es el bálsamo del amor que tenemos que
repartir y compartir. Cuantas cosas en nuestras palabras y en nuestros gestos,
en el compromiso de nuestra vida diaria y con los signos que manifestamos con
nuestra presencia podemos ir haciendo para hacer presente y visible el Reino de
Dios en nuestro mundo.
‘Ungir con aceite a
los enfermos’, que
no solo es el sacramento, signo sagrado que en el nombre de Jesús realicemos -
nos referimos al sacramento de la unción de los enfermos - sino en cuantas
obras de amor en el nombre de ese mismo Jesús tenemos que ir realizando.
Nuestro amor, nuestra ilusión y esperanza, tantos gestos pequeños o grandes que
podemos tener con los que están a nuestro lado, con los que sufren, con los que
se sienten solos, con los que pasan necesidad, nuestras palabras que despiertan
la fe y las ganas de vivir o siembran esperanza son bálsamos para corazones
atormentados que en el nombre de Jesús podemos poner en cuantos nos rodean.
Haz sonreír a una persona que sufre y lo estás curando;
siembra esperanza en su corazón y le estás dando vida; hazle sentirse amado y
valorado y realmente lo estás resucitando. Y esos milagros, en pequeños gestos
que realicemos, los podemos hacer cada día con los que nos rodean. Y a eso nos
ha enviado Jesús. Y nuestra fe llena de alegría y entusiasmo se hace
evangelizadora para cuantos nos rodean porque estamos así anunciando a Jesús en
quien creemos.
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