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sábado, 23 de febrero de 2013


Comienza a rezar por los demás y comenzarás a amarlos

Deut. 26, 16-19; Sal. 118; Mt. 5, 43-48
Mala cosa es cuando nos contentamos con ser uno de tantos y perdemos los deseos y los ánimos que nos estimulen a querer ser mejor cada día, superándonos para tener cada vez metas mas altas y que nos llenen de ilusión y de vigor. Es dejar que se nos envejezca el alma y eso nunca tenemos que permitírnoslo. Eso en todos los aspectos de la vida, que los años pueden pasar por nosotros, pero precisamente hemos de tener esa sabiduría de querer siempre lo mejor, de saber buscar siempre lo mejor y lo que es más importante.
En el camino del seguimiento de Jesús esto es algo muy importante. Porque seguir a Jesús no es simplemente hacer lo que todos hacen. Seguir a Jesús es querer escucharle en esas metas que nos propone para nuestra vida cuando nos anuncia el Reino de Dios tratando de que cada vez nuestro amor sea más sublime, porque siempre la meta y el modelo es el amor que El nos tiene. Por eso hoy le hemos escuchado decir ‘sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto’.
El texto que hemos escuchado forma parte, y parte muy central, del llamado sermón del monte donde nos va describiendo Jesús esas actitudes que han de adornar nuestra vida y todo eso que hemos de ir realizando para ir viviendo cada vez con mayor intensidad el estilo del Reino de Dios que nos propone.
Hoy nos habla del amor; un amor que no se puede reducir a amar simplemente a los que nos aman, de hacer el bien a los que nos hacen el bien. El estilo del amor que nos propone Jesús es un amor abierto a todos, un amor universal, un amor que no es simplemente amar a los otros porque los otros me aman y me hacen el bien.
Nos dice Jesús: ‘Habéis oído que se dijo: amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian’. Es sublime y maravilloso lo que Jesús nos propone, pero también hemos de reconocer que no está exento de dificultades. Un amor así, reconocemos, nos cuesta. Nos es más fácil decir que amamos a los que nos aman, a nuestros amigos y de los otros nos desentendemos. Pero Jesús quiere más para nosotros. Jesús nos propone metas más altas.
Como nos dirá a continuación ¿en que nos vamos a diferenciar de los gentiles o de los pecadores? Eso así lo hace cualquiera. Pero quien se dice seguidor de Jesús porque ha puesto toda su fe en El, ha de comprender cómo el amor tiene que ser como el caldo de cultivo de toda su vida, su razón de ser y de vivir. Quienes creemos en Jesús porque aceptamos su Reino entendemos que ya todos hemos de ser hermanos y como hermanos hemos de amarnos.
Ahí está, como decíamos antes, ese deseo de superar y de crecer que tiene que haber en nuestra vida; ese compromiso de hacer las cosas cada vez mejor y dejándonos conducir por el Espíritu de Jesús. El nos dirá que hemos de amar al hermano, y nos dirá que ese es su único mandamiento, tal como El nos ama a nosotros. Y si consideráramos bien esto, del amor que Jesús nos tiene que hemos de reconocer que no lo merecemos, nos daríamos cuenta cómo de esa manera hemos de amar a los demás. Los amamos no por sus merecimientos sino porque son unos hermanos y que son también amados de Dios.
Ya decíamos no es fácil, nos cuesta, pero con nosotros está la gracia del Señor. Es el camino que hemos de emprender, pero emprenderlo de verdad, comenzar a dar pasos de superación en esas actitudes y posturas de amor, en esos gestos de amor, en esas cosas positivas de amor que cada día hemos de tener para con los demás. En esa tarea no estamos solos porque nunca nos faltará la gracia y la fuerza del Señor. Para eso nos concede el don del Espíritu Santo que es espíritu de amor, de comunión, de perdón. Que vaya así creciendo cada día más y más nuestro amor. Comienza a rezar por los demás y comenzarás a amarlos.

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