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domingo, 17 de febrero de 2013


Encrucijadas en las que tenemos siempre un Norte, Jesús

Deut. 26, 4-10; Sal. 90; Rom. 10, 8-13; Lc. 4, 1-13
‘Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo’. Así ha comenzado el texto del evangelio en este primer domingo de Cuaresma. El pasado miércoles con la imposición de la ceniza comenzamos nuestro camino de ascensión cuaresmal que nos conduce a la Pascua; nos prepara para su celebración, pero nos prepara, hemos de decir, para vivir la pascua. Es tradicional en nuestra liturgia que siempre en este primer domingo de Cuaresma contemplemos y meditemos las tentaciones de Jesús en el desierto.
Confieso que al escuchar este evangelio me quedé rumiando en mi interior este hecho de Jesús conducido por el desierto. Cuántas cosas nos evoca el desierto. Recordaba un relato leído recientemente que hablaba de unas personas perdidas en un desierto. Pensamos en un lugar inhóspito, duro y difícil; sentirse en medio del desierto te hace escuchar el silencio, un silencio que te envuelve pero un silencio que quizá comiences también a sentir por dentro sembrando quizá muchas inquietudes; caminar por un lugar desierto sin mayores puntos de referencia te hace sentir la soledad, el abandono quizá en las muchas carencias que vamos a tener mientras lo recorremos, el sentirte como perdido y desorientado, lo que puede provocar una cierta angustia en el alma.
El silencio y la soledad que sientes en un lugar desierto, la búsqueda intensa que pueda realizar queriendo encontrar caminos o salidas quizá te hacen pensar, reflexionar en ti mismo como en una búsqueda de respuestas a los muchos interrogantes que puedan surgir, pero puede ser también un momento de prueba que te haga descubrir lo que es verdaderamente importante en tu vida, en lo que haces o has hecho o en lo que vas a hacer de ahora en adelante. Quizá después de un desierto las cosas se verán de otra manera.
¿Necesitamos quizá ir al desierto para que nos planteemos las cosas, la vida misma, con mayor seriedad o con un nuevo sentido? Alguna vez quizá nos vendría bien una experiencia así, porque si somos capaces de superar la prueba saldríamos más fortalecidos y probablemente habiendo descubierto lo que es verdaderamente importante en la vida, con una nueva visión.
¿Sería algo así ese caminar de Jesús por el desierto a donde había sido conducido por el Espíritu, pero donde fue tentado por el diablo? El evangelista nos habla de tres tentaciones provocadas quizá por esas carencias por una parte de que ‘todo aquel tiempo estuvo sin comer y al final sintió hambre’, o porque dentro del espíritu de Jesús estaba surgiendo toda aquella misión mesiánica que tendría que realizar.
¿Sería con el milagro fácil de convertir las piedras en pan como habría de presentarse Jesús como Mesías del pueblo de Israel? ¿Sería la apoteosis de una caída desde el pináculo del templo con los ángeles tomándolo entre sus manos para que su pie no tropezara en ninguna piedra como el pueblo lo reconocería como Mesías Salvador? En el Reino de Dios que iba a proclamar todos habrían de reconocer que Dios era el único Señor del hombre y de la historia ¿cómo recuperar ese mundo que estaba bajo el poder del maligno? ¿a qué tendría que someterse Jesús? ¿afrontaría la pasión y la muerte o se sometería a las fuerzas del maligno? Habrá también otros momentos en el evangelio donde vemos a Jesús sufrir esa turbación y esa prueba.
De alguna manera así nos presenta el evangelista las tentaciones a las que el diablo sometió a Jesús, las cosas que pudieron pasar por su mente y por su corazón en aquel momento en que iba a comenzar a anunciar el Reino de Dios y que tanto le iba a costar.
Son preguntas, son interrogantes que se plantean también en el interior del hombre cuando quiere encontrar un sentido y un valor para su vida. Son preguntas e interrogantes que sentimos muchas veces en esa soledad interior, en ese silencio que sentimos por dentro cuando nos parece encontrarnos desorientados y sin saber que rumbo tomar.
Dudamos si escogemos entre un camino fácil en el que encontremos satisfacciones prontas y meramente sensibles, un camino en búsqueda de aplausos haciendo simplemente lo que a los demás les agrada, un camino de búsqueda de triunfos - siempre sentimos ansias de poder o de riquezas en nuestro interior - a base de lo que sea aunque fuera vendiendo nuestra alma al diablo como se suele decir, o si seremos capaces de escoger el camino de la rectitud y de la responsabilidad, el camino que nos lleve a encontrar un sentido hondo de la vida aunque ello entrañe sacrificio, entrega, olvidarnos quizá de nosotros mismos siendo capaces de hacernos los últimos, porque lo que queremos es el bien de la persona, de toda persona y hacer un mundo mejor y mas justo. Una encrucijada en la que nos encontramos tantas veces.
En las respuestas que Jesús fue dando a cada una de aquellas tentaciones encontramos también la manera de cómo nosotros hemos de responder a todo eso que se nos pueda plantear tantas veces en nuestro interior. No es por el camino de grandezas humanas o vanidades, no es por un camino de poder donde siempre quedemos por encima del otro por donde vamos a encontrar la verdadera respuesta. No podemos perder el rumbo de nuestra vida y la Palabra de Dios tiene que ser nuestra luz y nuestro alimento de cada día. Sabemos bien cuál es el camino y si seguimos a Jesús para nosotros no habrá desorientación.
Fuertes pueden ser las pruebas, las tentaciones, los momentos malos por los que podamos pasar en la vida, pero sabemos donde está nuestra fortaleza y la gracia que nunca nos faltará para vencer la tentación. Cada día le pedimos al Señor que nos libre del mal y no nos deje caer en la tentación. Nunca nos podemos sentir solos porque la presencia de Dios nos acompaña, pero el Señor además ha puesto a nuestro lado a los hermanos, los demás hombres y mujeres, con los que tenemos que saber vivir en comunión de hermanos y amándonos siempre y nunca desentendiéndonos de los demás.
Miramos el evangelio y sabemos cual es el camino que hemos de tomar. Con Jesús a nuestro lado nunca nos sentiremos desorientados y sin saber qué camino tomar. Miramos el evangelio y nunca nos sentiremos a oscuras porque su luz nos estará siempre iluminando haciendo que encontremos un sentido y un valor a todo lo que vivamos, aunque sean momentos duros de sacrificio, de sufrimiento y dolor quizá. ‘El Señor está siempre junto a nosotros en la tribulación’, que decíamos en el salmo. Miramos el Evangelio y nos sentiremos fortalecidos en nuestra fe cuando vemos a Jesús que va caminando delante de nosotros enseñándonos a tomar su cruz para seguirle, pero sabiendo que en esa cruz que es el sacrificio, que es la entrega, que es el amor y el darnos por los demás está nuestra verdadera victoria.
Ahora estamos emprendiendo este camino cuaresmal que nos conduce a la Pascua y no tememos ir al desierto, al silencio, a la oración. No temamos ir al desierto ni el hacer silencio en nuestro interior. No tengamos miedo a la prueba y a los interrogantes que se nos planteen dentro de nosotros. En ese desierto y en ese silencio dejémonos, como Jesús, conducir por el Espíritu.
En ese silencio de nuestra oración vayamos iluminando todas esas situaciones de nuestra vida desde la fe, vayamos rumiando y reflexionando todas esas cosas que nos suceden o que se nos plantean sabiendo que de este desierto, de este camino que nos pudiera parecer duro en el sacrificio que vayamos haciendo, vamos a salir fortalecidos en la fe y en el amor y resplandecientes de luz en la noche de la pascua, porque nos sentiremos con vida nueva, nos sentiremos resucitados y vencedores con Cristo resucitado.
Emprendamos con decisión el camino de la Pascua como Jesús emprendió el camino de subida a Jerusalén.

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