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viernes, 22 de febrero de 2013


Desde el consuelo y la esperanza de sentirnos amados y perdonados a un amor lleno de ternura y delicadeza

Ez. 18, 21-28; Sal. 129; Mt. 5, 20-26
‘Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón y así infundes respeto…’ Quiero comenzar la reflexión recogiendo y recordando de nuevo las palabras con que hemos rezado en el salmo. Palabras de consuelo y esperanza. Siempre está por encima de todo la misericordia del Señor. Qué triste vivir sin esperanza abrumado para siempre por nuestros pecados. Pero sabemos que tenemos un salvador; sabemos que Dios nos ama y en El encontraremos siempre el perdón.
Ese amor y perdón del Señor que, podríamos decir, es el empuje y aliciente más fuerte para cambiar y mejorar nuestra vida. No nos movemos impelidos por el temor. Cuando actuamos solo desde el temor pudiera ser que pronto lo olvidáramos y volviésemos a los antiguos caminos de pecados. Pero cuando nos movemos desde el amor, considerando lo que es el amor que el Señor nos tiene y el perdón que nos ofrece parece como que nos sentimos más obligados, obligados por el amor, a convertir nuestro corazón al Señor.
La lectura del profeta Ezequiel nos llena también de gozo en la esperanza. ‘¿Acaso quiero yo la muerte del malvado y no que se convierta de su camino y viva? Si el malvado se convierte de los pecados cometidos… ciertamente vivirá y no morirá’. Quiere el Señor nuestra vida. Para eso nos ha enviado a Jesús. Tanto es el amor que nos tiene que nos entrega a su Hijo. Y nos está buscando y llamando continuamente como el pastor que busca la oveja perdida, que nos dirá Jesús en el evangelio. Así es el amor que el Señor nos tiene.
Por eso Jesús nos señala en el evangelio por donde han de ir nuestros caminos para ser en verdad santos. No nos podemos quedar en meras formalidades ni nuestra santidad y nuestro amor los podemos construir sobre apariencias. Por eso nos dice hoy: ‘Si no sois mejores que los escribas y fariseos no entraréis en el Reino de los cielos’.
Y nos habla de la autenticidad de nuestro amor. De su profundidad, para no quedarnos en meras formalidades. Un amor que ha de envolver toda nuestra vida. Un amor que nos llena de una ternura y una delicadeza especial. Un amor que nos hace tener buen corazón. Un amor que nos llevará a mirar con ojos nuevos al hermano. Un amor que se ha de traducir en delicadeza en gestos y palabras.
El quinto mandamiento ‘no matarás’, nos viene a decir Jesús que es mucho más que el hecho de quitar la vida a una persona. Matar es quitar todo lo que afecta no solo a vida física sino también a la dignidad de la persona. Ahí se engloban muchas cosas. Si desde nuestro corazón odiamos al hermano, lo estamos matando en el corazón. Si desde nuestro corazón despreciamos de alguna manera al hermano, lo estamos matando desde nuestro corazón. Si lo tratamos mal, si en nosotros predomina la ira en nuestro trato, si le decimos palabras hirientes o tenemos gestos de menosprecio, si desde nuestro corazón nos dejamos llevar por el orgullo o en la envidia en la manera que consideremos al otro, estamos matando desde nuestro corazón al hermano. Es lo que nos viene a decir Jesús que aún podríamos traducirlo en muchas más cosas. Por eso hablábamos de que ese amor ha de traducirse en la ternura y en la delicadeza con que tratemos al hermano.
Y terminará diciéndonos Jesús que no podremos tener buena relación con El, con Dios, si no tenemos de corazón buena relación con el hermano, para comprender y para perdonar, pero también para amar y ser capaz de pedir perdón. ‘Vete primero a reconciliarte con el hermano’, nos dice Jesús, antes de presentar nuestra ofrenda ante el altar. Por eso al enseñarnos a orar nos ha enseñado a decir que le pedimos perdón al Señor así como nosotros también hemos antes perdonado a los que nos hayan ofendido.
Muchas cosas tenemos que ir revisando en nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua para que lleguemos a una verdadera y autentica celebración del misterio pascual sintiendo la renovación de la gracia en nuestra vida. 

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