La victoria, la gloria y el poder pertenecen a nuestro Dios
Apoc. 18, 1-2.21-23; 19, 1-3.9; Sal. 99; Lc. 21, 20.28
En ocasiones cuando tenemos que enfrentarnos al mal que
tenemos incluso en nosotros mismos a causa de nuestra condición pecadora nos
sentimos tentados al desaliento cuando vemos que quizá no somos capaces de
superarnos, de vencer la tentación, y que se van arrastrando en nuestras vida
pequeñas cositas que son como una rémora que obstaculizan nuestra avance en la
vida espiritual y en la vida de santidad que hemos de vivir.
Por otra parte miramos a nuestro mundo y, aunque es
cierto que hay muchas cosas buenas y es necesario abrir bien los ojos para
darnos cuenta de ello y también para dar gracias a Dios por tantas almas
buenas, sin embargo vemos el avance del mal, la gente que vive sin Dios, la
pérdida del sentido moral de la vida, el materialismo que todo lo invade y
tantas cosas más; todo eso muchas veces nos desalienta, nos parece que no
podemos avanzar en hacer ese mundo mejor como es nuestro sueño desde el
espíritu del evangelio y tenemos la tentación y el peligro de vernos
derrotados.
La Palabra que el Señor nos trasmite a través del
Apocalipsis que venimos escuchando y meditando en estos días despierta en
nosotros la esperanza en la victoria final del bien sobre el mal. Así se
sentían animados en su espíritu y alentados en su esperanza aquellos primeros
cristianos para los que fue escrito directamente el Apocalipsis que es hoy para
todos Palabra de Dios. Aquellos cristianos de finales del siglo primero de la
era cristiana vivían momentos difíciles porque se habían desatado con gran
virulencia las persecuciones en especial desde los emperadores romanos. Pero
ahora escuchaban como la gran Babilonia sería derrotada.
Es lo que trata de trasmitirnos hoy el texto sagrado
del Apocalipsis. Se oye el gran grito. ‘Ha
caído, ha caído Babilonia la grande’, y nos hace una descripción de
desolación y de destrucción tras su derrota.
Por supuesto el mencionar la gran Babilonia, no se
quería estar refiriendo de manera especial a aquella ciudad del Oriente medio,
sino que era una forma de darnos la imagen de la Roma pagana, precisamente de
donde surgían todas aquellas persecuciones. Hace una descripción de sus
riquezas y de su arte, de su idolatría y de la maldad de todas aquellas
alejadas de Dios, aunque quisieran tener muchos dioses, pero que era motivo de
gran confusión.
Pero vendrá el canto triunfal de la victoria. ‘Aleluya. La victoria, la gloria y el poder
pertenecen a nuestro Dios, porque sus sentencias son rectas y justas…’ Es
el triunfo sobre el mal que con Jesús podremos nosotros también alcanzar. No
puede haber desaliento ni desesperanza. Con Jesús tenemos la victoria asegurada
aunque tengamos que pasar antes por momentos oscuros y difíciles.
¿No le pedimos nosotros cada día al Señor cuando
rezamos el padrenuestro ‘no nos dejes
caer en la tentación, líbranos del mal’? Tenemos que creernos estas
palabras. No puede ser una oración que hagamos de rutina sin caer en la cuenta
bien de lo que estamos pidiendo. Si le pedimos al Señor que no nos deje caer en
la tentación es porque queremos confiar en su fuerza, ya que por nosotros
mismos no podremos alcanzar la victoria. Pero con la gracia del Señor que no
nos faltará tenemos asegurado que si podemos vernos libres del mal, podemos
vencer la tentación. Nos sucede que aunque lo digamos muchas veces en el
padrenuestro no lo decimos con verdadero convencimiento, lo hacemos con
demasiada rutina, y nos falta la verdadera confianza.
No nos desaliente el
mal que contemplamos alrededor nuestro; no nos desaliente el que nosotros
muchas veces nos sintamos débiles en nuestra lucha contra el pecado y no
logremos la verdadera santidad a la que tenemos que aspirar. Sigamos confiando
en el Señor. Hagamos nuestra oración con confianza, porque la gracia del Señor
en nosotros lo puede todo.
‘Dichosos los
invitados al banquete de bodas del Cordero’. Nosotros somos esos invitados, sintamos esa dicha en
nuestro corazón, sigamos avanzando en esos caminos de santidad.
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