Estos son los que buscan al Señor
Apoc. 14, 1-5; Sal. 23; Lc. 21, 1-4
‘Este es el grupo que
busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob…’ Los que buscan al Señor… y
contemplamos hoy en el Apocalipsis al ‘Cordero
de pie sobre el monte Sión y con él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban
grabado en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre’.
‘Son los
rescatados como primicias de la humanidad para Dios y para el Cordero’, nos
decía más adelante el autor sagrado del Apocalipsis. Los que no se han
contaminado con la idolatría; los que se mantienen puros y limpios en su
fidelidad al Señor; los que, como nos dirá en otro lugar del Apocalipsis ‘han lavado y purificado sus
mantos en la Sangre del Cordero’. Es el cortejo celestial de los que han
vencido y participan de la gloria del Señor en el cielo.
El Apocalipsis nos va presentando a través de sus
imágenes el drama de los que se encuentran en el dilema doloroso: fidelidad
inquebrantable a Cristo, el único Señor, aún a costa de la vida, o doblegarse
ante las pretensiones seudo divinas del imperio que presentaba sus dioses y que
había que adorar incluso hasta el emperador.
Aún resuenan en nuestros oídos los cantos de alegría y
de triunfo de la fiesta de Cristo Rey que ayer celebramos; queríamos proclamar
a Jesús como nuestro único Rey y Señor frente a todas las tentaciones que en la
vida soportamos y nos acechan queriendo alejarnos de ese camino de fidelidad al
Señor. Queríamos, como decíamos ayer, proclamar no sólo con nuestras palabras sino
con toda nuestra vida que Jesús es el único Señor. Optamos por ese camino del
amor y de la humildad, de la solidaridad y de la generosidad, de la verdad y
autenticidad de nuestra vida para que nada ni nadie tuerza nuestros corazones y
nos pueda llevar a la idolatría de las cosas, del dinero, de la fama o del
poder.
Hoy miramos a lo alto; el Apocalipsis nos hace mirar la
gloria del cielo de la que ya participan todos aquellos que no se han dejado
contaminar o han purificado sus vidas en la sangre del Cordero. Queremos forma
parte un día de ese cortejo del Cordero, de esa corte celestial para cantar ese
cántico nuevo. ‘Nadie podía aprender el
cántico fuera de los ciento cuarenta y cuatro mil, los rescatados de la tierra’.
Tenemos la esperanza de que nosotros podamos aprender ese cántico porque
formemos parte de ese cortejo celestial. Por eso ahora queremos hacer nuestro
camino en la fidelidad y el amor. Siguiendo el camino de Jesús, siguiendo el
camino del amor podremos aprenderlo y podremos cantar ese cántico nuevo.
Tenemos que entender que ese numero de ciento cuarenta
y cuatro mil, que nos menciona repetidas veces el Apocalipsis, es un número
simbólico, que nos habla de multitud innumerable y de plenitud; como dirá en
otro lugar una multitud innumerable que nadie podía contar; es un número que
juega con el doce como doce fueron las tribus de Israel fundamento y arranque
del antiguo pueblo de Dios, y como doce fueron los apóstoles que quiso Cristo
poner como fundamento de su Iglesia.
‘¿Quién puede subir al
monte del Señor? ¿Quién puede entrar en el recinto sacro? El hombre de manos
inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos’, decíamos y meditábamos con el
salmo. Queremos ser ese grupo que busca al Señor, que viene a su presencia con
manos inocentes y puro corazón. Aunque conocemos nuestra debilidad y nuestro
pecado, sabemos que en la sangre de Cristo podemos purificarnos para poder
aprender y entonar un día ese cántico nuevo del cielo.
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