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viernes, 23 de marzo de 2012


Que se encienda la llama de la fe en nuestros corazones y conoceremos a Jesús

Sab. 2, 1.12-22; Sal. 33; Jn. 7, 1-2.10.25-30
Para llegar a conocer verdaderamente a Jesús es necesario dejarse conducir por la fe, tener una mirada de fe; si  nos cerramos al misterio de Dios y vemos las cosas solamente desde unas miras humanas difícilmente podremos penetrar hondamente en su misterio, difícilmente podremos llegar a tener un conocimiento pleno de Jesús. Y esto es una gracia del Señor que hemos de pedir.
Hoy todo el mundo quiere tener sus opiniones y hacer sus propios juicios sólo por sí mismo. Así nos encontramos a tanta gente a nuestro alrededor que habla de Jesús, habla de la Iglesia, habla de la religión cada uno a su manera, como si todo esto fueran solamente cosas humanas guiadas por intereses humanos.
Así escuchamos las opiniones más dispares de la religión y de la Iglesia que uno se pregunta de qué religión o de qué iglesia están hablando pues ven las cosas solamente desde un aspecto mundano o terreno, con ausencia de todo lo que suene a espiritual y sobrenatural. Se habla de la religión como si fueran solo unas tradiciones o unos hechos culturales heredados de una época, y de la iglesia como si fuera una institución humana más que pudiéramos compararla con cualquier otra ya sea del ámbito político o cultural. Es cierto que la religión envolverá toda nuestra vida y nuestra cultura, pero es algo más que un hecho cultural; es cierto que la Iglesia está formada por seres humanos con nuestras luchas, aspiraciones y limitaciones humanas, pero es algo más, porque es asistida por la fuerza del Espíritu Santo.
Cuando miramos a Jesús no miramos solamente a un hombre como todos los demás. Tenemos que dejarnos sorprender por todo el misterio que se nos revela en Jesús desde el sentido de la fe. Miramos a Jesús y vemos a Dios; miramos a Jesús y contemplamos a nuestro salvador y redentor; miramos a Jesús y vemos al Hijo de Dios que se ha encarnado y hecho hombre, pero sin dejar de ser Dios.
Hoy contemplamos en el evangelio esa confusión que se creaba en torno a Jesús. No subió abiertamente a Jerusalén a la fiesta de los campamentos, porque sabía que ya estaban intentando atentar contra él, pero subió luego sin dejarse ver mucho. Pero aquellos que lo encuentran por Jerusalén, primero piensan si acaso ya los principales de los judíos han aceptado que El sea el Mesías, mientras otros se manifiestan diciendo que no puede ser el Mesías, porque del Mesías no se sabe de donde vendrá, y a Jesús si lo conocen y saben de donde viene. Consideraciones y razonamientos meramente humanos que no llevan precisamente a conocer todo el misterio de Jesús.
Dará esto ocasión y motivo para que una vez más Jesús se proclame como el enviado del Padre para ser nuestro salvador. ‘Yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; a ése vosotros no lo conocéis; pero yo lo conozco porque procedo de El y el me ha enviado’. Esta expresando todo el misterio de Dios que en Jesús se manifiesta, aunque a los judíos les cuesta entenderlo. Es el Hijo eterno del Padre a quien tenemos que creer, escuchar y seguir. Así lo había manifestado la voz del cielo tanto en el Jordán como luego en el Tabor: ‘Este es mi Hijo amado; escuchadlo’. Pero cuesta aceptar ese misterio de Dios. Es necesaria la fe.
Cuando leemos el evangelio no simplemente vamos a leer unos hechos ejemplares de alguien que fue bueno y se dio por los demás. Es necesario que nos acerquemos a los evangelios con ojos de fe y entonces descubriremos mucho más. Penetraremos desde la fe en el misterio de Dios que se nos revela, que se nos manifiesta en Jesús, que nos está diciendo que Jesús es la revelación más grande del amor de Dios por nosotros, y en El descubriremos a nuestro Salvador que por nosotros dio la vida para arrancarnos del pecado, para llenarnos de la gracia y de la vida de Dios, para hacernos hijos de Dios.
Pidámosle a Dios que encienda esa fe en nuestros corazones. Y con esa fe veremos de forma distinta a Jesús, querremos seguir y vivir su evangelio y nos sentiremos impulsados a vivir una nueva y distinta relación con Dios.

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