Cristo mismo es el agua que nos levanta del pecado y nos llena de vida
Ez. 47, 1-9.12; Sal. Sal. 45; Jn. 5, 1-3.5-16
Allí está aquel paralítico con todas sus limitaciones
ante el agua que pudiera hacerle recobrar el movimiento de sus miembros
paralizados pero no ha llegado a ver satisfechas sus expectativas y esperanzas.
No puede alcanzar a tiempo el agua de la piscina ni ha tenido hasta entonces un
alma caritativa y generosa que le ayudara a alcanzar aquella agua. Han pasado
los años en su invalidez e incapacidad.
¿Quién podrá en verdad hacerle recobrar la salud y
todas las esperanzas de su vida? ¿Es sólo alcanzar el agua de aquella piscina o
necesitará algo más? El movimiento del agua es solo un signo, pero quien en
verdad puede darle vida y llenarle de esperanza es el que viene ahora a su
encuentro.
Aquel hombre desea la salud, pero no ha sido a Jesús a
quien le ha pedido el milagro; es más, aún no conoce a Jesús, no sabrá explicar
al principio a quienes le preguntan quién es el que lo ha curado, y Jesús
tampoco en esta ocasión le va a pedir previamente la fe. Ha sido Jesús el que
ha tomado la iniciativa de venir al encuentro de aquel hombre para sanarle de
su invalidez, pero para despertar la fe en El y su esperanza de salvación. Este
milagro va a ser en verdad el principio de una vida nueva y será buena señal
para cuantos creemos en Jesús de cómo tras nuestro encuentro salvador con Jesús
nuestra vida tiene que ya ser distinta.
Es la busqueda de Dios, la pasión de Dios por el hombre
al que quiere siempre ofrecer su amor y su salvación. Es el buen pastor que va
a buscar a la oveja perdida y herida para traerla sobre sus hombros y sanarla y
llevarla a los pastos de la vida. Muchos pasajes del evangelio que nos
manifiestan esa busqueda del hombre por parte de Jesús podríamos recordar.
Tenemos que dejarnos encontrar. También estamos muchas
veces con la parálisis de nuestro pecado a las puertas de la piscina, o en la
orilla de los caminos de la vida. ¿Encontraremos a alguien que nos ayude a
acercarnos hasta el agua de la salvación? Seguro que el Señor va poniendo almas
samaritanas a nuestro paso. De una forma o de otra el Señor quiere llegar hasta
nosotros, pero hemos de saber abrirle las puertas de nuestra vida, o creer y
poner toda nuestra confianza en El y en su Palabra.
También Jesús nos tiende la mano, nos dice ‘levántate y
anda’, pero algunas veces nos puede faltar confianza en su palabra y preferimos
seguir encerrados en nuestra incapacidad. Tenemos que aprender a escuchar a
Jesús. Cada día está llegando a nosotros su Pâlabra en este camino que estamos
haciendo en la Cuaresma y hemos de dejarnos conducir; no podemos convertir en
una rutina hasta estos actos piadosos que vamos realizando en la Cuaresma como
nos sucede con tantas cosas en la vida; démosle profundidad, y sepamos escuchar
al Señor.
Nos ofrece el agua viva de su gracia que nos purifica,
que nos llena de vida, que nos hace fructificar. Es hermoso el texto del
profeta escuchado en la primera lectura. Aquella agua que manaba del templo
hacia levante y que iba llenando de vida todo por lo que pasaba, nos está
hablando de ese río de gracia que mana de la cruz de Cristo y que son los
sacramentos. Ahora en este tiempo de manera especial y más intensa nos
acercamos a los sacramentos, nos acercaremos al Sacramento de la Penitencia
para purificarnos y alcanzar el perdón. Tenemos que prepararnos bien y con
humildad y sinceridad.
Cristo quiere llegar a nosotros con el agua viva de su
gracia, para purificarnos, para levantarnos de nuestro pecado, para llenanos de
vida. Dejemos actuar la gracia de Dios en nosotros.
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