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lunes, 16 de enero de 2012


A vino  nuevo, nueva vida, nuevas actitudes y nuevos sentimientos

1Samuel, 15, 16-23; Sal. 49; Mc. 2, 18-22
‘A vino nuevo, odres nuevos’, termina diciéndonos hoy Jesús en el evangelio. La Buena Nueva que va anunciando Jesús va despertando las inquietudes de las gentes que lo escuchan aunque algunos muy apegados a sus tradiciones les costará aceptar el mensaje de Jesús. Perplejidad, sorpresa, inquietud, alegría son sentimientos encontrados que van apareciendo en sus corazones.
Surgen las dudas y las preguntas por los ayunos y los sacrificios que eran norma de conducta habitual en algunos sectores. Que si ayunan los discípulos de Juan y no ayunan los discípulos de Jesús; que los fariseos y sus discípulos son muy rigurosos en estas prácticas piadosas y luego parece que Jesús a eso no le da tanta importancia. Allí vienen con las preguntas y los desconciertos.
‘Los discípulos de Juan y los de los fariseos ayuna, ¿por qué los tuyos no?’. Jesús les habla del novio y de la boda, de la fiesta de los amigos del novio que participan con él en el banquete de bodas. Ya hablará en otros momentos del banquete de bodas para hablarnos del sentido y del estilo del Reino de Dios que anuncia.
Y es ahora cuando Jesús les dice que con El todo va a ser distinto, y que seguirle a El significa un nuevo sentir, un nuevo sentido y valor de todas las cosas. Con Jesús, estando con Jesús no puede haber tristezas y todo es nuevo y está lleno de alegría. Y habla de remiendos y de rotos, y habla de paños nuevos porque no valen los remiendos; y habla de los odres nuevos, porque el vino nuevo rompe los odres viejos y creer en Jesús y vivir a Jesús es como un vino nuevo que exige una vida nueva.
Lo importante es el cambio del corazón. Es lo que pide la novedad del evangelio y es por eso por lo que desde el principio nos habla de conversión. Y convertir es dar la vuelta, es cambiar totalmente para vivir lo nuevo de la gracia, lo nuevo de la salvación que Jesús viene a ofrecernos.
Es el arrancar de raíz las viejas actitudes del pecado; es el vestirnos del hombre nuevo de la gracia; es el sentirnos transformados totalmente por el amor de Dios para vivir siempre en su amor y amar con su mismo amor; es el sentir que así como el Señor nos perdona para alejar de nosotros toda sombra de pecado y de muerte, con un amor nosotros hemos de vivir para saber perdonar, para saber ser comprensivos y compasivos con los hermanos que están a nuestro lado, y para creer en ese hombre nuevo que se siente renovado por la gracia.
Cuando nos sentimos inundados de la misericordia del Señor nos sentimos renovados para ser un hombre nuevo, pero aprendemos cómo también nosotros tenemos que ser misericordiosos con el hermano que haya errado en su vida, haya pecado por muy grandes que sean sus pecados o nos haya ofendido a nosotros. Dios sigue creyendo en el hombre, en la persona a pesar de que sea pecador y nos da el margen de confianza de su gracia que nos perdona y nos ayuda a renovar nuestra vida; que de la misma manera nosotros tenemos que saber actuar con misericordia con los demás.
Es este un aspecto que nos cuesta comprender y aceptar sobre todo cuando se trata de nuestra relación con los otros. Bien nos gusta que el Señor nos perdona a nosotros nuestros males y pecados, pero cuánto nos cuesta perdonar nosotros con la misma generosidad a los demás.
A vino nuevo, odres nuevos. A vida nueva que el Señor nos ofrece, nuevas actitudes, nuevas posturas hacia los demás siempre nacidas desde el amor. cuánto tenemos que cambiar y transformar en nuestro corazón.

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