Lo siguió una muchedumbre de Galilea
1Samuel 18, 6-9; 19, 1-7; Sal. 55; Mc. 3, 7-12
Estos días hemos comentado que el comienzo de la
predicación de Jesús producía diversas reacciones en las gentes que lo
escuchaban: perplejidad ante la novedad del anuncio que Jesús hacía, sorpresa,
preguntas e interrogantes en el corazón, rechazo y desconfianza por parte de
algunos, alegría y esperanza porque comenzaban a vislumbrar el cumplimiento de
las promesas mesiánicas.
Ayer mismo escuchábamos cómo ‘en cuanto salieron de la sinagoga, lo fariseos se pusieron a planear
con los herodianos el modo de acabar con él’. No terminaban de comprender
el sentido del Reino de Dios tal como Jesús lo anunciaba. Pero en contrapartida
hoy escuchamos que ‘Jesús se retiró con
los discípulos a la otra orilla del lago, y lo siguió una muchedumbre de
Galilea’. A continuación el evangelista nos dirá que venían de todas
partes, de todos los rincones de Palestina y nos hace una relación de todos
esos lugares de donde venían. Era grande el entusiasmo de las gentes por Jesús
de manera que ‘encargó a sus discípulos
le tuvieran preparada una lancha, no lo fuera a estrujar el gentío’.
Acuden a Jesús porque quieren estar con El y
escucharle; le traen enfermos e impedidos de toda enfermedad para que Jesús los
cure. Los signos de salvación se multiplican. Confiesan su fe en Jesús incluso
los espíritus inmundos. ‘Se postraban
ante El gritando: Tú eres el Hijo de Dios. Pero El les prohibía terminantemente
que lo diesen a conocer’.
Cuando escuchamos textos del evangelio como éste,
aunque en él no haya una predicación especial y concreta de Jesús, sino que
solo contemplamos a la gente cómo quiere seguir a Jesús, nos sentimos nosotros
impulsados y con deseos de estar también con Jesús, y seguirle, y manifestarle
nuestra fe y nuestro amor. Así con sencillez y con mucho amor hemos de ir hasta
Jesús. Tenemos la oportunidad cada día de escuchar su Palabra, en cualquier
momento acercarnos a los evangelios para conocerlo más, y hemos de saber
aprovechar esa gracia del Señor.
Ahí tenemos el alimento de nuestra vida cristiana. Así
con fe nos acercamos a El con ese deseo de crecer cada día más en nuestra fe y
nuestro amor. Con fe acudimos a Dios con lo que es nuestra vida, nuestras
luchas, nuestras dudas, nuestros problemas porque sabemos que en Jesús
encontraremos esa luz que necesitamos, esa fuerza y esa gracia que nos ayuda y
nos fortalece, esa esperanza que nos impulsa a trabajar para ser cada día
mejores, pero también para hacer que nuestro mundo sea mejor.
Jesús es nuestra esperanza, nuestra luz, nuestro
camino, nuestra salvación. Sus pasos queremos seguir en todo momento, nuestro corazón lo abrimos a su
gracia y a su Palabra, de El venimos a alimentarnos en su Palabra y en su Eucaristía
porque así ha querido El ser nuestro alimento, nuestro Pan de vida.
Muchas veces también la Palabra de Jesús nos
desconcertará porque nos hará interrogarnos esppor dentro para que le demos
auténtico sentido a aquello que vamos haciendo, o para que renovemos de verdad
nuestra vida en la novedad del Evangelio. Pidámosle que nos aclare su Palabra
allá en lo hondo del corazón, igual que los discípulos en ocasiones le pedían
que les aclarara el sentido de las parábolas.
Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor que allá
en nuestro interior nos lo irá aclarando todo. Rumiemos esa Palabra del Señor
que escuchamos y plantémosla de verdad en la tierra de nuestro corazón,
arrancando de nosotros las malas hierbas de nuestros vicios y pecados para que
pueda dar fruto de verdad en nuestra vida.
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