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viernes, 11 de noviembre de 2011

No cerremos los ojos para descubrir las maravillas de Dios y cantar la gloria del Señor


Sab. 13, 1-9;

Sal. 18;

Lc. 17, 26-37

‘El cielo proclama la gloria de Dios’, fuimos repitiendo en el salmo. Y nos lo tenemos que repetir muchas veces para que nos convenzamos por dentro y desde la más hondo de nuestra vida siempre proclamemos la gloria del Señor que se manifiesta en sus obras. No pueden ser simplemente unas palabras que repetimos sino que tiene que ser una alabanza que nos salga del alma, que la proclamemos con todo nuestro corazón.

Qué fáciles somos para admirar una obra bella, si tenemos sensibilidad en el alma. Nos extasiamos ante las maravillas de la naturaleza, un paisaje, un amanecer o una puesta de sol, las maravillas de nuestras montañas o la inmensidad del mar, la fuerza de la naturaleza que se manifiesta de muchas maneras, pero nos quedamos en eso muchas veces. ¿No vemos nada más detrás de tanta maravilla? ¿No somos capaces de admirar la mano del Creador?

Como nos dice el libro de la Sabiduría ‘partiendo de las cosas que están a la vista, no reconocieron al Artífice que está en sus obras… Fascinados por su hermosura sepan cuánto los aventaja su Señor, pues los creó el autor de la belleza… si lograron saber tanto que fueron capaces de desvelar el cosmos, ¿cómo no descubrieron antes a su Señor?’

Que no nos ceguemos y sepamos descubrir al que que es Creador de todo y nos ha dado a nosotros capacidad de asombrarnos ante tales maravillas para llegar a reconocer a quien es en verdad el Señor de todo lo creado y nos ama. Todo es una manifestación del amor del Señor que así se nos da y manifiesta su gloria.

Es bueno que nos detengamos en nuestra reflexión en estas cosas sencillas y se despierte así más y más nuestra fe. No nos podemos acostumbrar a las maravillas de Dios y hemos de saber reconocerlas y alabarle y bendecirle, cantar el cántico de las criaturas a su Creador. ‘El cielo proclama la gloria del Señor’, nos invitaba el salmista y nosotros nos queremos unir a ese cántico de alabanza. ‘Sin que hablen, sin que pronuncien, a toda la tierra alcanza su pregón’, que seguía diciendo el salmo.

En la liturgia lo hacemos cada día en distintos momentos de la celebración, pero de manera especial cuando unimos nuestras voces a los a los ángeles y a los santos para cantar la alabanza del Señor. Y repetimos el mismo cántico celestial que nos describen los profetas y el Apocalipsis. Hemos de ser conscientes de verdad de lo que celebramos, de lo que vamos expresando con nuestros cantos, con nuestros gestos, con nuestras oraciones, con todos los signos litúrgicos. El hacerlo repetidamente una y otra vez nos puede hacer caer en la rutina y lleguemos a hacer las cosas sin más sin darle todo su profundo sentido. Por eso es bueno detenernos algunas veces en esto y reflexionarlo un poco.

Todo esto además nos tiene que ayudar a vivir despiertos en esa esperanza de la venida del Señor, de la que nos habla el evangelio hoy. Nos vamos acercando ya al final del año litúrgico y es un aspecto en el que la Iglesia quiere que reflexionemos un poco más y tengamos en cuenta. En distintos momentos en estos días nos irán apareciendo textos en la Palabra de Dios que nos hablan de la segunda venida del Señor, del Hijo del Hombre, para lo que hemos de estar preparados.

Ha hecho Jesús referencia en el evangelio a diversos episodios en los que había que estar atentos y preparados porque no se sabía cuando iban a suceder. Y nos dice Jesús ‘Así sucederá el día que se manifieste el Hijo del Hombre’. Es la esperanza y la vigilancia con que hemos de vivir nuestra vida, como ya nos hablaba el pasado domingo con la parábola de las doncellas que habían de estar con sus lámparas encendidas para la venida del esposo. Textos en este sentido iremos escuchando muchas veces con tonos un tanta apocalípticos y díficiles de descifrar, pero que son siempre esa invitación a la vigilancia.

Si como hemos venido reflexionando hoy tenemos los ojos bien abiertos para descubrir las maravillas del Señor, es un punto a nuestro favor en esa vigilancia en la que hemos de mantenernos. Que nos encuentre siempre el Señor preparados y dispuestos para que podamos cantar en el cielo también la gloria del Señor.

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