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martes, 8 de noviembre de 2011

La vida de los justos está en las manos de Dios en una ofrenda de amor


Sab. 2, 23-3,9;

Sal. 33;

Lc. 17, 7-10

‘La vida de los justos está en manos de Dios y no los tocará el tormento…’ decía el sabio del Antiguo testamento en una hermosa reflexión que creo que nos puede ayudar mucho.

En las manos de Dios, en Dios nos confiamos. Como creyentes no sólo afirmamos la existencia de Dios, sino que en Dios ponemos nuestra confianza, porque de Dios nos sentimos amados y ya nada de nuestra vida es ajeno a esa presencia de Dios. Nos ponemos en las manos de Dios que significa también cómo queremos en todo momento buscar su voluntad, realizar lo que es su voluntad, lo que son los planes de Dios para nuestra vida. Y queremos ser fieles, queremos vivir en ese amor de Dios amándole también sobre todas las cosas.

Sin embargo nuestra vida de creyentes muchas veces se ve probada y pueden incluso surgir dudas en nuestro interior que nos hicieran tambalearnos en nuestra fe. Es cuando surgen los problemas en nuestra vida que en ocasiones nos llenan de agobios; o aparece la enfermedad, el dolor, el sufrimiento; un accidente quizá que rompe el ritmo de nuestra vida o nos deja imposibilitados con muchas secuelas; o en la ancianidad nos vemos debilitados en nuestras posibilidades.

Y surgen las preguntas en nuestro interior interrogándonos quizá por el sentido de todo eso; o nos puede parecer como un castigo que decimos que no merecemos cuando nosotros hemos sido buenos. ¿Por qué a mí? Nos preguntamos ¿Qué he hecho para merecer este castigo? Es como un interrogante que nos hace sufrir por dentro. Es la pregunta del por qué el sufrimiento del justo.

Creo que este texto del libro de la Sabiduría nos puede ayudar a reflexionar y a encontrar respuestas orientando nuestro pensamiento y nuestra vida también hacia el sufrimiento y la pasión de Jesús.

‘La gente insensata consideraba su tránsito como una desgracia… pensaban que eran castigados…’ expresa ese pensamiento tan común del castigo y de los interrogantes ante el sufrimiento. Pero ya el mismo sabio va contestando: ‘Pero ellos están en paz… esperaban seguros la inmortalidad… Dios los puso a prueba y los halló dignos de sí. Los probó como oro en crisol… los que en El se confían conocerán la verdad y permanecerán con El en el amor, porque sus elegidos encontrarán gracia y misericordia…’

El verdadero creyente que se confía en el Señor no pierde la paz, su vida está llena de esperanza; se siente probado pero en su fidelidad en el amor se siente al mismo tiempo seguro porque sabe que el Señor está con El. Es lo que tenemos que saber hacer aunque nos cueste. Es la confianza que ponemos en el Señor. Es el saber ponernos también con nuestro dolor, nuestro sufrimiento junto a la cruz de Jesús, porque nuestro dolor y nuestra cruz tiene que hacernos mirar la cruz de Jesús, contemplarlo a El, junto e inocente, que así se inmola y se entrega por amor.

El cargó sobre sí todos nuestros dolores y sufrimientos y los redimió. Los redimió porque transformó todo el sentido de nuestro dolor desde el amor. La cruz entonces no es castigo sino gracia redentora en virtud del amor. Ahí está todo el amor de Jesús, ahí está todo el amor de Dios. Es lo que nosotros hemos de saber poner en nuestro sufrimiento permaneciendo en esa fidelidad hasta el final y obtendremos la paz para siempre. Ahí en ese sufrimiento cuando nos unimos al sufrimiento de Cristo se va a derramar toda la gracia y toda la misericordia de Dios que transforma nuestra vida.

Qué distinta es nuestra vida cuando sabemos hacer esa ofrenda de amor. Cómo sabremos pasar de manera distinta por esa cruz porque lo hacemos desde el amor como lo hizo Jesús. No perderemos nunca la paz. Todo se convertirá en gracia y bendición para nuestra vida y también para nuestro mundo.

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