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sábado, 6 de agosto de 2011

En el Tabor de la Eucaristía transformados a imagen del Hijo de Dios



2Pd. 1, 16-19;

Sal. 96;

Mt. 17, 1-9

Cuarenta días antes de celebrar la Exaltación de la Cruz el 14 de septiembre la liturgia nos propone en este día la celebración de la Transfiguración del Señor en el Tabor. Ya la liturgia nos había propuesto este mismo evangelio en el segundo domingo de cuaresma, en nuestro camino hacia la pascua, hacia la celebración de la pasión y la resurrección.

En uno y en otro caso ‘ante la proximidad de la Pasión’, la contemplación de este maravilloso misterio de la vida de Jesús quiere, como lo hizo con los discípulos entonces que se llevó al Tabor, fortalecer nuestra fe y alentar nuestra esperanza como proclamamos en la acción de gracias del prefacio.

En medio de camino de nuestra vida cristiana tan sometido a momentos de prueba y de pasión en nuestras luchas por mantener la fidelidad de nuestra fe la contemplación de la Transfiguración nos ayuda mucho, nos alienta en nuestro camino, nos recuerda la meta, y nos hace pensar una y otra vez en la dignidad grande que el Señor nos da cuando a nosotros nos hace hijos, cuando podemos escuchar también la voz del Padre en nuestro corazón llamándonos a nosotros hijos amados suyos.

Jesús nos está invitando también a que subamos a la montaña alta, al Tabor de la oración y de la contemplación. Quiere que estemos con El y hagamos una oración como la suya. Nos quiere mostrar a nosotros también su gloria, la gloria de su amor, los resplandores de su Divinidad inundando nuestro corazón de gracia. Es lo que tendría que ser nuestra oración; lo que tendrían que ser nuestras celebraciones.

‘Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz…’

¿No nos ha llamado aparte a nosotros cuando nos ha invitado a venir a esta Eucaristía? Otros discípulos, otros cristianos siguen en el corre corre de la vida de cada día y nosotros tenemos la oportunidad de venir aquí a estar con el Señor en este Tabor de nuestra Eucaristía. Tendríamos que comenzar por darle gracias por esta oportunidad que nos da de estar con El, de poder contemplarle y llenarnos de su vida, de poder escuchar su Palabra. Otros no tienen esta oportunidad o no responden a esa llamada. Nosotros estamos aquí y no siempre somos conscientes de la riqueza de gracia que esto significa cada día para nosotros. Démosle gracias al Señor por esta gracia.

Como allí estaban Moisés y Elías, signos para el judío de la Ley y los Profetas, tenemos nosotros también la proclamación de la Palabra del Señor, de la voluntad de Dios para nosotros. Se realizó allí el milagro admirable de la Transfiguración, con todas esas señales que nos a descrito el evangelio ¿no se realiza aquí el milagro más maravilloso aún de la transustanciación, de que en el pan y el vino de la Eucaristía nosotros podamos ver a Cristo, sentir y comer a Cristo, vivir a Cristo?

La voz del Padre desde el cielo señalaba a Jesús como su ‘Hijo amado y predilecto’. Así nos lo está señalando allá en lo hondo del corazón para que crezca nuestra fe en El y crezca nuestro deseo de escucharle y de seguirle cada día con más ahínco y con más fuerza y amor. Es el Hijo del Hombre que emprende el camino de la pasión y de la cruz, pero es a quien contemplaremos resucitado y lo vamos a proclamar como el Señor.

Pero la voz del Padre querrá decirnos algo más en nuestro corazón. Así lo expresa la oración litúrgica después de la comunión. ‘Los celestes alimentos que hemos recibido nos transformen em imagen de tu Hijo, cuya gloria nos has manifestado en el misterio de la Trasnfiguración’. Transformados a imagen del Hijo de Dios nos dice la liturgia. Es la maravilla que en nosotros ha de realizarse cada vez que nos unimos a Cristo en la Eucaristía o cualquiera de los sacramentos.

Pedro, Santiago y Juan bajaron impresionados de la montaña después de todo lo que había sucedido y además como Jesús les decía que no contaran nada de aquella hasta después de la resurrección. Nosotros, no sólo tenemos que salir del Tabor de la Eucaristía impresionados, sino transformados a imagen de Jesús, porque en la gracia del Señor hemos sido transfigurados porque somos inundados de la vida divina que nos ha hecho hijos de Dios; hemos sido configurados con Cristo para con Cristo vivir su misma vida y sentir entonces cómo somos amados de Dios.

Admirable, maravilloso, grandioso misterio de la Transfiguración; admirable, maravilloso, grandioso misterio el de la Eucaristía que cada día celebramos.

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