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jueves, 4 de agosto de 2011

Lejos de nosotros divisiones y contradicciones al vivir nuestra fe

Núm. 20, 1-13;

Sal. 94;

Mt. 16, 13-23

Algunas veces en la vida nos comportamos de forma contradictoria, nos contradecimos a nosotros mismos; nos manifestamos con unos principios pero que luego en el día a día de la vida hacemos lo contrario.

Y eso nos pasa también en el orden de la fe; nos decimos creyentes, confesamos nuestra fe o nos manifestamos en determinados momentos como hombres muy religiosos, pero, quizá a causa de nuestra debilidad, no lo llevamos a la totalidad de nuestra vida o en determinadas cosas no obramos en consecuencia. Andamos como divididos en cierta manera en nuestro interior. Qué importante que sepamos darle esa necesaria unidad a nuestro vivir, porque nos hace más auténticos y también nos llena de mayor felicidad.

En muchas cosas podríamos fijarnos en los textos de la Palabra de Dios que hoy se nos proclaman que tienen una gran riqueza tanto si contemplamos a Moisés como guía del pueblo de Israel, como si nos detenemos a reflexionar en la hermosa confesión de fe de Pedro ante Jesús. Pero precisamente en uno y otro personaje quería fijarme, en lo que podríamos decir contradicciones de sus vidas. Si nos fijamos en ello es para que nos ayude esta reflexión a esa unidad de nuestro vivir al que hacíamos mención.

Hemos admirado en más de una ocasión la fe de Moisés, aquel hombre elegido por Dios por algo más que un profeta; aquel hombre con Dios hablaba cara a cara como ayer mismo reflexionabamos; el hombre de una fe grande, abierto siempre al Misterio de Dios y que recibe esa misión de ser guía de aquel pueblo en su peregrinar desde la esclavitud hasta la libertad de un pueblo nuevo que se ha de establecer en aquella tierra que Dios les había prometido.

Pero hoy, podríamos decir, se tambalea la fe de Moisés. Y no, porque el no tenga toda su confianza puesta en Dios, sino que la actitud rebelde de aquel pueblo siempre quejándose le hace reaccionar en un momento determinado en cierto modo pensando cómo es que Dios tiene paciencia con aquel pueblo y aún así realiza maravillas con ellos. El pueblo estaba sediento y se rebelan contra Moisés y contra Dios. Moisés acude al Señor, como lo hace siempre, y el Señor le manda sacar agua de la roca para que el pueblo beba y calme su sed. Y aquel que siempre se había fíado de Dios, ahora duda, protesta en cierto modo a la hora de golpear la piedra con el bastón como le ha dicho el Señor.

El agua viva brotará y será para nosotros imagen del agua viva que Cristo nos dará haciendo saltar por la fuerza de su Espíritu surtidores de agua viva de nuestro corazón. Pero allí se ha manifestado la contradicción que sufre en su propio interior Moisés. ‘Esta es la fuente de Meribá, donde los israelitas disputaron con el Señor y el les mostró su santidad’, dirá el autor sagrado. Esta imagen de las aguas de Meribá aparecerán repetidamente en el antiguo testamento, sobre todo en los salmos, como una imagen de esa rebeldía del pueblo contra Dios. Por eso hemos dicho en el salmo ‘no endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto… ojalá escuchéis hoy la voz del Señor’.

Es la contradicción que contemplamos en Pedro. Hace una hermosa confesión de fe en Jesús: ‘Tú eres el Mesías, el Cristo, el Hijo del Dios vivo’. Confesión de fe que merecerá incluso la albanza de Jesús haciéndonos comprender cómo es algo que el Padre le ha revelado en su corazón. Pero cuando Jesús habla de que ese Hijo del Hombre ha de padecer, ha de sufrir, que va a ser ejecutado y resucitará al tercer, ya Pedro no lo entiende y querrá quitarle esa idea a Jesús de la cabeza. No entendía que ese Mesías, Hijo de Dios que él había proclamado precisamente pasando por la pasión y la cruz es cómo nos haría llegar la salvación.

Cuesta llevar la fe hasta el final, hasta sus últimas consecuencias. Le pasó a Moisés, la pasó a Pedro, nos pasa también tantas veces a nosotros. Por eso, como deciamos al principio, que esta reflexión nos ayude a esa unidad interna de nuestra vida, a ese ser consecuente en todo momento con la fe que profesamos; que no sólo en momentos fáciles o de fervor, sino también en los momentos duros, en los momentos difíciles, en los momentos en que también nosotros hemos de pasar por la pasión, proclamemos con toda nuestra fe esa fe que profesamos.

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