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lunes, 1 de agosto de 2011

Una travesía que hemos de hacer llenos de fe

Núm. 11, 4-15;

Sal. 80;

Mt. 14, 22-36

Una imagen que empleamos con frecuencia para hablar de nuestra vida cristiana o de nuestro seguimiento de Jesús es el camino. Seguir a Jesús, hemos dicho muchas veces, es ponernos en camino. Además Jesús mismo empleará esa imagen cuando nos dice que El es el Camino, y la Verdad y la Vida. Conociendo a Jesús conocemos el camino, como nos vendrá a decir El mismo.

Pero la imagen que nos ofrece hoy el texto del evangelio es la travesía en barca a través del mar, a través, en este caso, del lago de Galilea. Una travesía también llena de incidencias en las que podemos ver reflejadas muchas situaciones de nuestra vida.

Había realizado Jesús la multiplicación de los panes y los peces, allá donde se había ido con los discípulos buscando un sitio tranquilo y apartado, pero las gentes habían acudido a El, les había enselado, había curado sus enfermos y finalmente había multiplicado el pan milagrosamente para que no se fueran hambrientos y exhaustos a su casa. Ayer escuchábamos y reflexionábamos sobre ello. Jesús había apremiado a los discípulos para que se fueran en barca a la otra orilla, y había despedido a la gente que había querido proclamarlo rey, pero El se había ido sólo a la montaña a orar.

Mientras los discípulos van haciendo la travesía del lago, ‘con la barca sacudida por las olas porque el viento era contrario’. Jesús los ha puesto en camino, los ha mandado ir a la orilla y vienen las dificultades. Atravesamos los mares de la vida, estamos en nuestras tareas, en nuestras luchas de cada día, en el cumplimiento de nuestras responsabilidades, y no siempre es fácil. ‘El viento era contrario’, dice el evangelio. No conseguimos lo que pretendemos, o los problemas abruman la vida. Nos parece en ocasiones sentirnos solos y pareciera que nos faltan apoyos.

‘De madrugada Jesús se les acercó andando sobre el agua… los discípulos se asustaron y gritaron de miedo… Jesús se les acercó y les dijo: ¡Animo, soy yo, no temáis’. Pero aún así dudaron. ¿Sería o no sería Jesús? Pensaban que era un fantasma. Quieren comprobarlo por si mismo y Pedro, siempre Pedro el primero, que quiere ir también hasta Jesús andando sobre el agua. Pero el viento, las olas que se levantan le hace dudar y comienza a hundirse. ‘¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?’

¿Nos pasará así a nosotros a veces? Muchas veces tenemos miedo y nos llenamos de dudas. Nos parece que no somos capaces de seguir adelante, o cuando nos embarcamos en tareas parece que las olas de las dificultades de la vida nos van a hundir. Necesitamos escuchar la voz de Jesús que también nos dice: ‘¡Animo, soy yo, no temáis’.

Pero, es necesario creer en esa voz de Jesús que escuchamos en nuestro interior. Porque nos sentimos confundidos y no reconocemos la voz del Señor, la presencia del Señor que no nos abandona. Y si nos falta confianza, claro que nos hundimos, porque no nos apoyaremos en quien tendríamos que apoyarnos. La mano de Jesús con su gracia siempre está tendida hacia nosotros. Hemos de saber verla, cogernos a ella, confiar en la fortaleza de la gracia que no nos faltará.

En ocasiones las dudas nos vienen de dentro de nosotros mismos que queremos tomar otros caminos, o volver a las cosas que ya habíamos dejado, porque en la turbulencia que se nos mete en nuestro interior, nos confundimos y pensamos que lo que hacíamos o teníamos antes era mejor, olvidándonos de cómo entonces estábamos esclavizados. Es lo que hemos escuchado en la primera lectura. La tentación que tenían mientras iban por el desierto de volverse atrás añorando los puerros y pepinos que comían en Egipto y olvidando la esclavitud en la que vivían.

Que nos sintamos libres en el Señor. que no olvidemos nunca la presencia de Dios junto a nosotros aunque nuestros ojos se cieguen, que no nos faltará su gracia.

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