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lunes, 7 de febrero de 2011

También nosotros acudimos a Jesús con la esperanza de la salvación


Gén. 1, 1-19;

Sal. 103;

Mc. 6, 53-56

Este texto del evangelio que hoy hemos escuchado viene a ser como una síntesis de todo este recorrido que en las primeras páginas del evangelio de Marcos Jesús ha ido haciendo. Predicando y curando de todo tipo de enfermedad ha ido recorriendo pueblos y aldeas de Galilea.

‘Se pusieron a recorrer toda la comarca’, dice el evangelista. Y allá por donde iban lo reconocían, salían a su encuentro. ‘Cuando le gente se enteraba donde estaba Jesús le llevaba los enfermos en camillas’. Todos querían estar cerca de él, incluso tocarle ‘al menos el borde del manto’, como había sucedido con la mujer de las hemorragias que se había curado.

La gente lo buscaba, decimos; pero es Jesús el que viene al encuentro de la gente. La gente le buscaba buscando la salud para sus enfermedades, Jesús venía ofreciéndoles mucho más, porque venía a traer la salvación. Es hermoso ese estar de Jesús en medio de las gentes. Es Dios con nosotros, Enmanuel como había anunciado el profeta. Dios que se acerca, que quiere estar con nosotros Y creían en Jesús.

Lo mismo podemos seguir sintiendo y experimentando nosotros. Dios que viene a nuestro encuentro y nos ofrece de forma muy concreta su salvación, su vida, su amor. Queremos acudir con fe hasta Jesús con lo que es nuestra vida.

Aunque a primera vista nos pudiera parecer otra cosa la gente no acudía a Jesús sólo con sus enfermedades; iban con todo lo que llevaban en su corazón; quizá afloraran más fácilmente unos cuerpos enfermos, unos miembros inválidos o unos ojos ciegos, pero cuando iban hasta Jesús iban con lo que eran sus esperanzas pero también quizá con los fracasos y desilusiones que hubieran podido haber recibido en la vida. Como hemos comentado en más de una ocasión una luz que llenaba de esperanza se encendía no solo ante sus ojos sino en sus corazones.

Así queremos ir nosotros hasta Jesús. Cuántas preocupaciones, cuántas ilusiones, cuántos sueños y deseos no solo para nosotros sino también para los demás, para los nuestros, para ese mundo que queremos mejor. Quizá presentemos primero que nada esos dolores y sufrimientos físicos que podamos padecer, esas limitaciones que vamos encontrando en nuestros miembros enfermos; o nos pueden aparecer también deseos de cosas materiales, porque deseamos lo bueno y algunas veces podemos pensar que eso sea lo primero; pero tenemos inquietud por los nuestros, nuestros seres queridos o las personas que apreciamos y así cuántas cosas más.

Pero en el fondo también tenemos deseos de superarnos, de ser mejores, de tener más amor para los que nos rodean, y son cosas que también pedimos al Señor en nuestro encuentro con él, en nuestra oración. Cuántas esperanzas se nos despiertan también cuando estamos con el Señor, cuando nos ponemos con sinceridad ante El. Como aquellas gentes queremos salir a su encuentro, estar con El y hasta tocarle o dejar que el ponga su mano sobre nosotros como hacía con los enfermos y todos los que se acercaban a El. Y Jesús llega a nuestra vida con su gracia; y nos escucha; y nos regala su salvación. No nos sentiremos nunca defraudados cuando a El acudimos.

Aquí hemos venido a la celebración llenos de fe. Que en esa fe descubramos, sintamos esa presencia salvadora del Señor.

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