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domingo, 22 de agosto de 2010

Venimos a tu presencia, Señor

Venimos a tu presencia, Señor

Venimos, Señor, a tu presencia
queriendo aclamarte y alabarte
con nuestros cantos,
con nuestra oración,
con nuestra vida;
pero en nuestra aclamación y alabanza
queremos unirnos a todos,
sabemos que estamos unidos a todos
los que, en el norte o en el sur,
en el oriente o en el occidente,
también alaban tu gloria,
bendicen tu nombre,
se sientan también en la mesa de tu Reino.

Para ti, Señor, toda alabanza y toda bendición,
nuestra acción de gracias y nuestro amor;
eres la alegría de mi vida,
lo eres todo para mí.

Todos estamos invitados a la mesa de tu Reino,
tú nos congregas y nos reúnes
formando un solo pueblo,
una sola familia,
una sola comunidad
donde no hay distinción ni de raza ni de pueblo,
porque para todos es la salvación
y todos pueden cantar la gloria de Dios.

Queremos seguirte, Señor,
caminar por tus sendas,
seguir las huellas
que nos vas dejando en el camino,
y que un día podamos traspasar
las puertas de tu Reino
para en el cielo
cantar eternamente tus alabanzas.

Sabemos que el camino es exigente,
que la puerta es estrecha
y si vamos demasiado cargados
con nuestros orgullos y egoísmos
por ella no podremos pasar.

Ayúdame, Señor,
a liberarme de tantas rémoras
que nos impiden caminar libres,
que son un obstáculo para llegar hasta ti;
haz que mi fe sea pura
y la fidelidad de mi vida sea total,
porque en ella sienta empapada toda mi vida
y no otro sea todo mi pensar ni mi actuar.

Que no tema vivir ese amor
comprometido y exigente,
que no se quede en bonitas palabras
o buenos deseos,
sino que lo manifieste
en la verdad de mi vida,
en los gestos y detalles
que tenga con los demás,
en las actitudes profundas
que sean la guía de mi actuar,
y en tantos actos comprometidos
por la comunión y la unidad,
por la justicia y la paz
en nuestras mutuas relaciones,
en la aceptación respetuosa
del valor de cada persona,
en mi capacidad de comprensión
y también en mi valentía
para siempre perdonar.

Para pasar por esa puerta estrecha
que me lleva a tu Reino
que sepa negarme a mí mismo
para vivir mi entrega total por los demás,
que sea capaz de cargar
con la cruz de cada día
en las dificultades que en la vida encuentre
o en el sufrimiento y dolor
que puedan aparecer en mi persona,
que supere siempre lo negativo,
que no me deje llevar por las apariencias,
que me descabalgue del caballo
del orgullo y la soberbia,
que sepa controlar mis pasiones
para que toda mi vida sea siempre para ti.

Dame, Señor, coraje para seguirte,
sencillez y humildad
para dulcificar mi trato con los demás,
generosidad de corazón
para vivir siempre en comunión fraternal,
disponibilidad para estar abierto siempre
al servicio y al amor.

Dame tu gracia, Señor.
Que un día pueda sentarme
en la mesa de tu Reino eterno en el cielo,
para gozar de tu presencia para siempre,
para cantar eternamente
la gloria del Señor.

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