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viernes, 27 de agosto de 2010

Cuidemos nuestra luz para poder pasar al banquete de bodas del Reino de los cielos

1Cor. 1, 17-25;
Sal. 32;
Mt. 25, 1-13

Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor… estad preparados porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre’. Así había anunciado Jesús en el evangelio. Lo escuchábamos ayer. Propone diversas comparaciones o parábolas. Como el dueño de casa que está vigilante para que el ladrón no abra un boquete y entre a robar. Como el sirviente de casa que espera a que su señor vuelva para abrirle apenas llegue. Como el administrador que tiene que estar responsablemente atendiendo a todos sus deberes y preocupándose de todo y de todos.
Todo habla de vigilancia, de atención, de responsabilidad. Cosas muy necesarias en la vida en cualquiera que sea la ocupación o la responsabilidad que tengamos. Pero actitudes fundamentales ante la venida del Señor que ha puesto la vida y el mundo en nuestras manos.
Hoy nos ha propuesto Jesús una nueva parábola. Parábola en la que Jesús utiliza las costumbres de la época y las circunstancias concretas en que se vivía entonces. A la hora de la boda el novio venía con sus amigos a casa de la novia, pero las amigas de ésta habían de salir al camino a recibirle y además llevar las correspondientes luces que iluminaran las sombras del camino. Esto le vale a Jesús para proponernos la parábola y dejarnos un hermoso mensaje de cada a esa necesaria vigilancia en la vida y la responsabilidad con que hemos de asumirla.
El novio podía tardar más o menos según distancias o problemas que surgieran en el camino, por eso la espera exigía ser lo suficientemente previsor para que no faltara la luz por mucho que fuera la tardanza. Lámparas de aceite que habían de llevar el suficiente de repuesto. podríamos decir, pero este caso en algunas de aquellas doncellas no fue así. Cuando finalmente llega no podrán tener encendida su lámpara y habrán de buscar el aceite necesario. No habían tenido la suficiente previsión. Llega la hora de la boda y ellas no podrán entrar, pues habían tenido que ir a comprar. ‘No sé quienes sois, no os conozco…’
¿Nos podrá suceder a nosotros así? ¿Qué nos querrá decir el Señor? No podemos contentarnos con vivir la vida alegremente pensando que ya tendremos tiempo para hacer los arreglos necesarios para cuando nos llegue la última hora. ‘No sabemos el día ni la hora’ a la que nos va a llamar el Señor. Hemos de estar preparados, en consecuencia. La amargura y desesperación con que algunos se enfrentan con esa hora decisiva de su vida que es la muerte, puede ser una señal de que a lo largo de nuestra vida poco hemos pensado en la trascendencia que habíamos de darle a todo lo que hacíamos o vivíamos.
Cuando lo que voy viviendo lo hago con ese sentido de trascendencia pensando que un día vamos a encontrarnos con el Señor al que tenemos que darle cuenta de nuestra vida, seguro que lo que vamos haciendo lo intentaremos hacer desde la mayor rectitud, siempre con un sentido bueno, y en verdad llenando nuestra vida de obras buenas que nos pudieran merecer ese encuentro con el Señor para la dicha y la felicidad eterna.
Como un signo, y nos vale la imagen de la luz de la que nos habla la parábola hoy, recordemos que en nuestro bautismo se nos dio una lámpara encendida, tomando su luz del cirio Pascual, o sea tomando su luz de Cristo que es la verdadera luz del mundo. Y ya se nos encomendó entonces que habíamos de mantener esa luz encendida y nuestras vestiduras blancas y puras para poder salir al encuentro del Señor. ¿Qué hemos hecho de esa luz? ¿Hemos mantenido encendida la luz de la fe y de la gracia divina en nosotros a lo largo de toda nuestra vida? Si así lo hemos intentado no estaremos con temor y miedo, porque sabemos que con esa luz vamos a pasar a la Luz que no tiene fin, porque vamos a encontrarnos con el Señor para vivir con El para siempre durante toda la eternidad.
Cuidemos nuestra luz. Cuidemos nuestra fe. Cuidemos la gracia de Dios en nuestra alma. Vivamos la responsabilidad de nuestra vida con la mayor rectitud y santidad. Así podremos pasar al banquete de bodas del Reino de los cielos para disfrutar de Dios por toda la eternidad.

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