Apc. 21, 9-14;
Sal. 144;
Jn. 1, 45-51
‘Ven y te mostraré la novia, la esposa del Cordero’. ¿A qué o a quién se esta refiriendo el Apocalipsis? Es una imagen de la Iglesia ‘la ciudad santa, la nueva Jerusalén, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios’. Bellas imágenes las que nos ofrece el Apocalipsis y que nos presenta la Iglesia en la Palabra de Dios en esta fiesta del apóstol san Bartolomé.
Fiestas profundamente eclesiales que decimos las fiestas de los Apóstoles. Que nos hacen sentir Iglesia; que nos ayudan a comprender mejor donde están las raíces de la Iglesia. ‘Tenía una muralla grande y alta y doce puertas, custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados, los nombres de las tribus de Israel… el muro tenía doce cimientos que llevaban doce nombres: los nombres de los Apóstoles del Cordero’.
Cristo es la Roca de nuestra vida, pero quiso fundamentar su Iglesia sobre la piedra de Pedro; pero junto a Pedro está el grupo de los doce, que así se convierten también en esos cimientos y fundamentos de la Iglesia de Jesús. ‘El muro tenía doce cimientos… los nombres de los Apóstoles del Cordero’, que acabamos de escuchar.
Hoy celebramos a uno de esos apóstoles, Bartolomé, el hijo de Timeo, Tholmai o Tolomeo, que viene a significar su nombre, que también identificamos con el Natanael del que nos habla el evangelio de Juan que fue llevado hasta Jesús por Felipe, como hemos escuchado. Poco más sabemos de él que lo que nos dice el evangelio, porque luego lo demás son tradiciones, muchas fundamentadas en los evangelios apócrifos que nos hablan de su predicación en Armenia, en Asia Menor, en Mesopotomia y hasta en Arabia y la India. También nos hablan de su martirio, en el que fue primero desollado y luego decapitado.
Pero lo fundamental para nosotros es que fue uno de los doce, de los apóstoles escogidos y llamados de manera especial por el Señor, como nos narran los evangelistas cuando nos dan el hombre de los doce apóstoles y que no sólo predicó de palabra el Evangelio de Jesús como éste le había encomendado, sino que dio su vida, derramó su sangre por el nombre de Jesús.
Hoy con el Apocalipsis queremos contemplar a esa Iglesia resplandeciente, ‘brillaba como una piedra preciosa, como jaspe traslúcido’. ¿Cómo vemos resplandecer así a nuestra Iglesia? ¿Cómo hemos de hacer resplandecer de esa manera a nuestra Iglesia hoy? Es el resplandor de la santidad de la Iglesia que se manifiesta en sus mejores hijos que son los santos. Es el resplandor, pues, que hemos de dar nosotros con nuestra vida santa. El resplandor de nuestra fe y el resplandor de nuestro amor. Esa santidad a la que hemos de aspirar en todo momento cuando escuchamos el mensaje de fe que nos trasmiten los apóstoles y que llega a nosotros a través del magisterio de la Iglesia. En los apóstoles decimos que nos fundamentamos, se fundamenta la Iglesia y a esa santidad nos tiene que llevar para que así resplandezcamos nosotros también.
Natanael en el evangelio es presentado, y nada menos que por Jesús, como un israelita cabal, ‘un judío de verdad en el cual no hay engaño’; lo que nos está hablando de la rectitud de su vida, de su fe y de su buen hacer. Pero se encontró con Jesús, y aunque al principio le costara sus dudas, sin embargo se dejó cautivar por la Palabra de Jesús para llegar a una hermosa confesión de fe. ‘Rabí, Maestro, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel’.
Que lleguemos nosotros también a una profunda confesión de fe, que lleguemos nosotros a ese reconocimiento de Jesús como el todo de nuestra vida. Que siguiendo a Jesús plantemos de verdad su Palabra en nuestra vida para dar frutos de santidad. Que vivamos una profunda comunión eclesial porque sintiéndonos iglesia, de verdad nos sintamos hermanos, en comunión total de amor de los unos para con los otros. Así resplandecerá nuestra Iglesia ‘como piedra preciosa, como jaspe traslúcido’ por nuestra santidad y por la santidad de todos los miembros de la Iglesia.
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