Hechos, 4, 33.5, 12.27-33. 12, 2;
Sal. 66;
2Cor. 4, 7-15;
Mt. 20, 20-28
Nos alegramos y nos regocijamos en el Señor en la fiesta de Santiago Apóstol que hoy estamos celebrando. Muchos son los motivos para la alegría en nuestra celebración y en la vivencia de nuestra fe.
Ya por ser la fiesta de un apóstol la Iglesia se regocija porque celebramos a uno de aquellos doce que el Señor llamó junto a El y los envió con esa misión especial del anunciar el Reino de Dios por todo el mundo; pero cuánto más nosotros nos alegramos en la fiesta del Apóstol Santiago porque mantenemos la tradición de que en nuestras tierras hispanas el fuera el apóstol que viniera a anunciaros el evangelio y porque aquí en el solar de nuestra tierra tenemos la secular tradición de su tumba convertida a través de los siglos en un punto importante de peregrinación de cristianos venidos de todas partes.
Este año con un gozo especial al ser año del jubileo jacobeo al coincidir la festividad del apóstol en un domingo. El camino de santiago que arranca de todos los puntos de Europa converge hoy en el campo de las estrellas, en Compostela junto a la tumba del Apóstol. Camino que nos lleva a Santiago, cuántos peregrinos hacen su recorrido, pero es camino que lleva al encuentro consigo mismo, pero más aún a un encuentro vivo con el Señor, que ese es su más hondo sentido y valor. Cuánto nos puede enseñar el hacer camino y cuántas reflexiones podríamos hacernos en torno a esa imagen del camino.
Santiago, testigo predilecto como lo llama la liturgia, fue el primero entre los apóstoles en beber el cáliz del Señor como se nos repite una y otra vez en nuestra celebración, como especial referencia a su martirio, del que nos ha hablado el texto de los Hechos de los Apóstoles, pero referencia también a lo escuchado en el evangelio. ‘¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?’, que les pregunta Jesús.
Bien sabemos que fue de los primeros llamados por Jesús allá en la orilla del lago mientras estaba en la barca repasando las redes con su hermano Juan y con su padre y los jornaleros; pero al escuchar la voz del Maestro atrás quedaría todo para seguirle de forma generosa y desinteresada, aunque pronto pudieran aparecer los deseos de primeros puestos en el Reino en la petición de la madre, quizá por aquello de que eran los parientes de Jesús.
‘Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda’, pide la madre que como toda madre sueña siempre con lo que le parece mejor para sus hijos. Pero la pregunta de Jesús no va dirigida a la madre sino a aquellos que pudieran estar pensando en lugares importantes en su reino. ‘No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?’ La respuesta está pronta - ‘Podemos’ -, pero la promesa de Jesús es solamente que ese cáliz si habrán de beberlo. ‘Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toda a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre’.
¿Quiénes serán los afortunados que tendrán esa reserva garantizada? ¿Qué significará beber el cáliz que Jesús ha de beber? Lo que sigue a continuación, motivado quizá por los recelos de los otros diez, en las palabras de Jesús, podemos encontrar la pista que de respuesta a esas preguntas.
Beber el cáliz es seguir los mismos pasos de Jesús; es ponerse en camino para seguir a Jesús y hacer que nuestra vida se identifique totalmente con la de El; beber el cáliz es compartir la experiencia de la vida y de la muerte de Jesús; es ser capaces de negarse a sí mismos para tomar la cruz de cada día, esa cruz que nos puede aparecer en el sufrimiento y en el dolor, en los mismos contratiempos que nos da la vida o en esas incomprensiones que podamos sufrir por parte de los demás; es renunciar a los honores y a las grandezas porque solamente los que saben hacerse los últimos, podrán ser importantes en el reino de los cielos; es ponernos en esa misma actitud de servicio que Jesús; pasa por el camino del desprendimiento y del olvido de sí mismo para vivir una entrega como la de Jesús; pasa por ser capaz de llegar hasta el final haciendo la ofrenda más hermosa que se pueda hacer en el nombre del amor, siendo capaces de dar la vida también por Cristo en el martirio que vivió el apóstol.
Nos lo dice Jesús con la explicación que les da a partir de los recelos y desconfianzas que surgen y nos lo explicará también el apóstol en lo que hemos escuchado en la carta a los Corintios. ‘Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo’. Con eso no hacemos sino imitar a Jesús, seguir sus pasos, vivir sus mismas actitudes, copiar en nosotros su amor. ‘Igual que el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por muchos’.
En este sentido san Pablo nos hablará de la humildad y pequeñez de nuestra vida, porque lo importante no es lo que nosotros seamos o hagamos sino lo que hace el Señor. ‘Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros…’ nos dice. Es la grandeza del apóstol que se siente un instrumento en las manos de Dios. Un instrumento que pasa muchas veces por caminos de incomprensión y de oposición pero que se siente seguro en el Señor. Nunca tememos hacernos los últimos, sino que, todo lo contrario, lo hacemos con alegría y hasta con entusiasmo. Como ‘los apóstoles que daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor en medio del pueblo’, que nos decía la primera lectura.
Será el camino del martirio – nos habla la primera lectura del martirio de Santiago que fue mandado a pasar a cuchillo por Herodes – pero como es una entrega de amor será siempre vivido con alegría y con esperanza porque así se manifiesta mejor el nombre de Jesús a todos los pueblos. ‘Llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, nos dice el apóstol, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Mientras vivimos continuamente nos están entregando a la muerte, por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal…’ Es el testimonio que estamos invitados a dar cuando celebramos esta fiesta del Apóstol.
Que con la guía y el patrocinio del Apóstol Santiago se conserve la fe en nuestro corazón y en nuestro pueblo y se dilate por toda la tierra, le pedimos al apóstol hoy siguiendo el rastro de la liturgia. Que de la misma manera que la sangre derramada del apóstol Santiago consagró los trabajos de los primeros apóstoles, así se sienta hoy fortalecida la Iglesia manteniéndonos en total fidelidad a Cristo.
Que no temamos beber el cáliz del Señor porque emprendamos sin ningún temor ese camino de servicio vivido en alegría y esperanza, porque, además hemos de reconocer, que un servicio que no se presta con alegría no será nunca un servicio completo; por eso aunque tengamos que tomar la cruz para seguir al Señor lo vamos a hacer siempre con esa alegría y ese gozo hondo que encontramos en la gracia que nunca nos falta. Nos es necesaria, nos hace falta esa alegría a los cristianos en el testimonio que damos de nuestra fe.
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