Jer. 14, 17-22;
Sal. 78;
Mt. 13, 36-43
‘La semilla es la Palabra de Dios; el sembrador es Cristo. Quien lo encuentra vive para siempre’. Es la antífona del Aleluya del Evangelio que hemos proclamado.
Estos últimos días hemos venido escuchando las parábolas con que Jesús nos habla del Reino de Dios y que san Mateo reúne en el capítulo trece, aunque en las diferentes fiestas que hemos tenido en ocasiones ha sido otro el evangelio proclamado. Hoy los discípulos cuando llegan a casa le piden que les explique la parábola del trigo y de la cizaña y hemos escuchado la explicación que les de Jesús.
El sembrador es Cristo y El siembra la buena semilla de la Palabra de Dios. Pero el maligno anda por medio y siembra la mala semilla. Es la realidad de nuestro mundo en el que convive el bien y el mal, quienes siembran la buena semilla en su corazón, pero también los que llenos de maldad se dejan seducir por esa mala semilla, por la cizaña del mal.
Quien lo encuentra vive para siempre, decía la antífona antes citada. Es lo que deseamos, lo que buscamos con ansia y no queremos perdernos en esa búsqueda. Recibimos muchas influencias desde el exterior, pero también el mal se nos puede meter en el corazón, porque como nos dice Jesús en otra ocasión es de ahí de donde salen los malos deseos. Por eso hemos de estar atentos, vigilantes, buscando la verdad de Jesús y su salvación; queriendo sentir en todo momento su fuerza y su vida. Porque queremos vivir para siempre, porque queremos tenerle a El siempre con nosotros.
Cada día, cada mañana o cada tarde, venimos a su encuentro y queremos alimentarnos de El. Queremos escucharle, porque queremos seguirle y vivirle. Queremos ser sus discípulos para seguir su camino aunque nos cueste y veamos muchas sombras alrededor. Pero no queremos apartarnos de su luz. No queremos dejar que nos inunden las tinieblas del mal que siempre están al acecho. Y además queremos ser luz para los demás, porque queremos llevarles a Cristo, porque queremos llevarlos a Cristo.
Cómo tenemos que saber aprovechar esta hermosa oportunidad que tenemos cada día. Con cuánta atención queremos escuchar su palabra. Queremos ser como nos dice Jesús hoy en el evangelio, ‘los justos que brillarán como el sol en el Reino de su Padre’.
Que demos frutos, que demos buenos frutos de esa semilla que ha sido sembrada en nuestro corazón, que resplandezcamos por nuestro amor, que brillen nuestras buenas obras, para que todos puedan dar gloria al Padre del cielo. Nuestros frutos, los frutos de las buenas obras que hagamos tienen que ser luz para los demás para que ellos también vengan a Jesús.
Sin embargo, somos conscientes de que muchas veces nos llenamos de tinieblas porque somos pecadores. Como nos decía el profeta ‘reconocemos nuestra impiedad… porque pecamos contra ti. Pero no nos rechaces, por tu nombre… recuerda tu alianza… líbranos por el honor de tu nombre…’ como decíamos también en el salmo; recuerda, Señor, el amor que nos tienes, hemos de pedirle para que tenga misericordia de nosotros. Con cuánta confianza termina el profeta ‘¿no eres, Señor Dios nuestro, nuestra esperanza porque tú lo hiciste todo?’ En El ponemos toda nuestra esperanza.
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