2Reyes, 19, 9-11.14-21.31-36;
Sal. 47;
Mt. 7, 6.12-14
Nos había dicho el Deuteronomio en el Antiguo Testamento: ‘Mira, hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Si cumples lo que yo te mando hoy, amando al Señor, tu Dios, siguiendo sus caminos… vivirás y crecerás, el Señor tu Dios te bendecirá… pero su tu corazón se resiste y no obedeces… perecerás sin remedio…’
Hoy nos habla Jesús de puerta estrecha, de camino angosto que lleva a la vida; de puertas y espaciosos caminos que nos llevan a la perdición. Nos está dando una serie de sentencias como principios y valores para nuestro seguimiento de Jesús y para la entrega de nuestra vida cristiana.
Pero quizá alguien podría preguntarse que si eso de seguir a Jesús es una tarea tan dificultosa que casi se haga imposible. ¿Cómo compaginarlo con aquello otro que nos dice que El ha venido para traernos la salvación y que todos los hombres se salven?
Lo que nos plantea Jesús es que su seguimiento tiene sus exigencias. Exigencias porque las metas que nos pone son bien altas, pero no imposibles de alcanzar porque El está a nuestro lado y nos da su gracia y la fuerza de su Espíritu para realizar ese camino. Pero tiene sus exigencias porque nos sentiremos tentados por muchas cosas que quieren distraernos del verdadero camino que hemos de seguir y eso nos exigirá vigilancia, esfuerzo, lucha por nuestra parte para mantenernos en ese camino de fidelidad.
Por ejemplo, previamente nos ha dicho ‘tratad a los demás como queréis que ellos os traten, en esto consiste la ley y los profetas’. Eso podría parecernos en principio fácil porque pareciera que no nos está pidiendo gran cosa. Pero no siempre es fácil porque aunque nos gustaría que a nosotros nos trataran siempre bien, sin embargo sabemos cómo se nos mete en el corazón el egoísmo para sólo pensar en nosotros, el orgullo con el que quizá me sienta merecedor de todo, los recelos y desconfianzas que nos hacen a veces estar como poniendo medidas a lo que hacemos o medidas para ver qué es lo que nos hacen los demás a nosotros. superar ese egoísmo, ese orgullo o amor propio, esos recelos y desconfianzas a veces nos cuesta, tenemos que poner nuestro empeño, tratar de dominarnos a nosotros mismos, poner generosidad en nuestro corazón. Frente a nuestras debilidades y cansancios, esfuerzo, lucha, superación, camino que a veces se nos hace angosto y difícil.
Pero quizá podríamos o tendríamos que recordar aquí otras palabras de Jesús en el evangelio. Aquello que nos dice ‘Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida; nadie va al Padre sino por mí…’ Nos señala camino que hemos de seguir, pero al mismo tiempo nos está diciendo que El es el Camino. Es seguir sus pasos, caminar sobre sus huellas, hacernos uno con El para vivir su misma vida, amar con su mismo amor.
Ese camino de seguimiento de Jesús que queremos realizar, con esfuerzo y responsabilidad, sin embargo no lo vemos nunca como un peso o una carga, sino que tratamos de realizarlo con ilusión, con esperanza, con alegría. Es la alegría de la fe, como decía ayer mismo el Papa, ‘la alegría de ser amados personalmente por Dios, que ofreció a Su Hijo por nuestra salvación’. Porque como seguía explicando ‘creer consiste sobre todo en abandonarse a este Dios que nos conoce y ama personalmente, aceptando la Verdad que Él reveló en Jesucristo con la actitud que nos lleva a tener confianza en la gracia’.
Y además cómo no vamos a hacer ese camino de la fe con alegría y esperanza si el mismo Jesús nos dice que vayamos a El porque en El encontraremos nuestro descanso. ‘Venid a mí los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré… y en mi encontraréis vuestro descanso’. Es nuestra fuerza y es nuestro descanso. Es nuestro camino y es nuestra vida. De El nos fiamos, a El queremos seguir, su vida queremos vivir con toda intensidad. Que sepamos encontrar ese camino que nos lleva a Jesús.
No hay comentarios:
Publicar un comentario