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domingo, 20 de junio de 2010

Una pregunta de Jesús y una respuesta comprometida



Zac. 12, 10-11; 13, 1;
Sal. 62;
Gál. 3, 26-29;
Lc. 9, 18-24


Jesús nos hace una pregunta hoy en el evangelio que no podemos responder de cualquier manera. Sí, digo que nos hace una pregunta. A nosotros. El evangelio proclamado es Palabra que Dios nos dirige; nos dirige a nosotros reunidos aquí como comunidad que celebra y que escucha la Palabra, pero es Palabra que nos dirige también personalmente a cada uno en particular.
Cuando nosotros venimos a la celebración y escuchamos la Palabra de Dios no es simplemente escuchar unos relatos de algo sucedido en otro tiempo o una Palabra que Dios dirigió a otros en otro momento. Para nosotros es Palabra viva, Palabra que nos dirige a nosotros el Señor. Por eso digo, nos hace una pregunta que no podemos responder de cualquier manera.
Situémonos ante esa Palabra que se nos ha proclamado. Jesús está con los discípulos, ha estado orando a solas en su presencia y les hace esa pregunta: ‘¿Quién dice la gente que soy yo?’ Pero luego les dirigirá la pregunta de manera más directa a ellos: ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’
Ya hemos escuchado las respuestas. Primero la diferentes opiniones o reacciones que las gentes van teniendo ante la presencia de Jesús. Ellos en este caso lo resumen diciendo: ‘Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas’.
Si recordamos el evangelio hemos ido escuchando en distintas ocasiones cómo la gente se admira de la autoridad con que Jesús habla y actúa. ‘Nadie ha hablado así… este enseñar es nuevo, con autoridad… un gran profeta ha aparecido entre nosotros…’, por recordar algunas reacciones de la gente. Y recordamos también cómo Herodes está inquieto ante la presencia y la predicación de Jesús porque se dice si es Juan que ha vuelto a aparecer, el que él había mandado matar.
Cuando Jesús les hace más directamente la pregunta a ellos sobre lo que piensan, como siempre será Pedro el primero en reaccionar. ‘Tú eres el Mesías de Dios’. Ellos habían estado más cerca de Jesús, la experiencia de vida con Jesús les había hecho penetrar más en su misterio, y aunque también surgen dudas en su interior, ahora Pedro será capaz de dar esa respuesta.
Una respuesta que tendrá sus consecuencias. Porque llegar a hacer esa afirmación, esa confesión de fe en Jesús, El viene a decirles que va a implicarles la vida totalmente. Decir que es el Mesías no es pensar simplemente con la idea que habitualmente tenían en aquellos tiempos acerca de lo que iba a realizar el Mesías, la liberación de Israel haciéndolo un pueblo grande y liberado de la opresión de pueblos extranjeros. A pesar de lo que Jesús les diga y les explique una y otra vez, todavía los veremos en vísperas de la Ascensión preguntando si ha llegado ya la hora de la futura liberación de Israel.
Les explica ahora Jesús que ‘el Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día’. Algo que les costará entender como vemos en otros momentos del evangelio, porque ya sabemos que, como nos narra otro evangelista, Pedro querrá quitarle esas ideas a Jesús de la cabeza porque eso no le puede pasar a El.
Pero es que además Jesús les dirá que si tienen esa fe en El y quieren seguirle, mucho cambio tiene que producirse en sus corazones, a muchas cosas tienen que negarse empezando por esas maneras triunfalistas de pensar, y que además el camino de Jesús es el camino del discípulo, porque, como dirá en otro momento, el discípulo no es más que su maestro. ‘El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Porque quien quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará’.
Pero bien, hasta ahora en nuestra reflexión nos hemos situado ante el evangelio subrayando lo que entonces sucedió. Pero decíamos que la pregunta nos la hace Jesús directamente a nosotros y hemos de dar también una respuesta y no lo podemos hacer de cualquier manera. Ya sabemos también que hoy la gente tiene diferentes opiniones acerca de Jesús y del cristianismo. Hasta muchos quieren escribir sobre Jesús para poner sus propias interpretaciones muy llenas de imaginación en muchas ocasiones y de forma novelada de manera que hasta se convierten en libros que la gente se traga de cualquier manera, porque es la novela o la película que está de moda. No es ese el camino que nosotros hemos de seguir para conocer a Jesús, para descubrir todo el misterio y grandeza de su vida y la salvación que nos ofrece.
Otros quizá sin querer llegar a tanto, sin embargo solamente se quedan en ese personaje histórico, muy bueno y muy comprometido, muy revolucionario como dicen aquellos que quieren decir que Jesús fue el primer socialista o primer comunista. Gentes que se quedan en un aspecto humano, histórico, quizá si queremos hasta ejemplarizante, pero que no van más allá para descubrir el verdadero sentido y misterio de Jesús.
Pero no vamos a quedarnos en hacer juicio de lo que otros puedan pensar, sino que tendremos que plantearnos nosotros esa pregunta de Jesús para decir en verdad que es lo que Jesús es y significa para nosotros y para nuestra vida; cuál es la experiencia de Jesús que nosotros tenemos en nuestra propia existencia. Damos por sentado que quienes estamos aquí en esta celebración queremos tener la visión de la fe. Y queremos confesar sí que Jesús ‘es el Mesías de Dios’, el Hijo del Dios vivo, nuestra vida y salvación.
Pero ya sabemos esta confesión de fe que queremos hacer en Jesús no se nos puede quedar en palabras, sino que tiene que ser una confesión de fe que hacemos con toda nuestra vida. Y hacer una confesión de fe con toda nuestra vida es aceptarle para seguirle, para vivirle. Es un meternos en El o dejar que el se introduzca en lo más hondo de nosotros para inundarnos de su vida, de su gracia y de su salvación. Como nos decía el apóstol ‘por la fe en Cristo Jesús todos sois hijos de Dios, y nos hemos incorporado a Cristo por el Bautismo para revestirnos de El’.
Nos exigirá ese seguimiento una negación de nosotros mismos, un tomar su cruz cada día. Significará vivir una vida como la de El, vivir una vida para el amor y en el amor. Significará en verdad cada día querer ser más santos, negándonos a nosotros mismos, haciendo negación y renuncia al pecado y a todo lo que nos pueda apartar de El.
Recordáis que nos dice el evangelio que cuando Jesús hizo esta pregunta a los discípulos estaba orando El en presencia de ellos. Y decíamos también que la respuesta no la podemos dar de cualquier manera. Pues yo diría que será así, desde la oración desde donde aprendamos a Jesús, desde donde podemos conocerle hondamente, y desde donde nosotros luego podremos dar esa respuesta de forma verdadera. Ahí en la intimidad de la oración podremos conocerle, pero es también desde donde tendremos la fuerza necesaria para darle esa respuesta con toda nuestra vida.

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