Ex. 32,7-14;
Sal. 105;
Jn. 5, 31-47
¿Creemos o no creemos en Jesús? ¿Por qué tenemos que creer en Jesús? Quizá también nosotros preguntaríamos, ‘¿qué señales nos das para que creamos en ti?,’ como hemos visto que en otras ocasiones los judíos le plantean a Jesús. Aunque hoy de forma explícita no está esa pregunta, sin embargo Jesús nos dará en el evangelio las motivaciones necesarias para que creamos en El.
Apela Jesús en primer lugar al testimonio de Juan. ‘Vosotros enviasteis mensajeros a Juan y él ha dado testimonio de la verdad’. Puede referirse a aquella embajada que enviaron desde Jerusalén para preguntar si él era el profeta o era el Mesías, y si no lo era ¿por qué bautizaba? Juan dio testimonio que ni era el profeta ni era el Mesías sino sólo el que preparaba los caminos del Señor como estaba anunciado.
Y daría testimonio un día señalando a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, porque él había visto bajar el Espíritu en forma de paloma sobre Jesús. Testimonio de Jesús sería también la embajada de sus discípulos que envía hasta Jesús para preguntarle si El era el que había de venir o tenían que esperar a otro. Pedagógicamente quería que sus discípulos vieran y palparan con sus ojos y con sus manos que aquel Jesús era el Mesías esperado.
Pero Jesús dice ahora que tiene un testimonio mayor que el de Juan, ‘las obras que el Padre me ha concedido realizar; esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado’. Apela Jesús al Padre del cielo que certifica la autenticidad de Jesús con las obras que realiza. ‘El Padre que me envió, El mismo ha dado testimonio de mí’.
Finalmente apela Jesús a lo anunciado en las Escrituras por Moisés y los profetas. ¿Recordamos a Moisés y a Elías que aparecen junto a Jesús en la transfiguración en el Tabor? ‘Estudiais las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna, pues ellas están dando testimonio de mí, y ¡no queréis venir a mí para tener vida!’ Jesús es esa vida eterna, nos da esa vida eterna. Tenemos que creer en El para alcanzar esa vida eterna. Ya ayer lo escuchábamos. ‘Quien escucha mi palabra y cree en el que me envió, posee la vida eterna… ha pasado de la muerte a la vida’.
Que crezca nuestra fe. Que sea fecunda nuestra fe en buenas obras de vida nueva. Que esa fe en Jesús nos transforme, nos llene de vida, nos haga santos. Este camino que vamos haciendo en nuestra preparación para la pascua en todo eso nos está ayudando. Ahí ponemos nuestro empeño y esa gracia pedimos alcanzar del Señor.
Un último pensamiento en torno a la primera lectura. Se nos narra cómo el pueblo es infiel al Señor y merece el castigo de Dios. Pero Moisés intercede, suplica insistentemente pidiendo a Dios que perdone a su pueblo. ‘¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto con gran poder y mano robusta?’ Consigue con su intercesión que el Señor olvide el pecado de su pueblo y le perdone.
Una cosa que hacemos insistentemente sobre todo en este tiempo de cuaresma es pedir perdón al Señor porque nos sentimos pecadores. Vamos escuchando la llamada al arrepentimiento y a la conversión y pedimos perdón. Pero se me ocurre pensar en una cosa. No sólo hemos de pedir por nosotros mismos, sino que, cual otros Moisés, nos convirtamos en intercesores de los demás, de todo el pueblo pecador.
Realmente es algo que hacemos en las oraciones que nos ofrece la Iglesia pero quisiera que fuéramos más conscientes de esa intercesión que hacemos al Señor pidiendo por los demás. En la confesión de que somos pecadores en la oración que hacemos en el acto penitencial de la Eucaristía e incluso en el sacramento de la Penitencia, algo así expresamos. ‘Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos, y a vosotros, hermanos, que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor’. Ahí estamos pidiendo los unos por los otros. Pero que eso esté muy presente en toda nuestra oración.
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