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miércoles, 17 de marzo de 2010

El Señor consuela a su pueblo, se compadece de los desamparados

Is. 49, 8-15;
Sal. 144;
Jn. 5, 17-30

‘Exulta, cielo; alégrate, tierra; romped a cantar, montañas, porque el Señor consuela a su pueblo, se compadece de los desamparados…’ Hermosa invitación; hermoso recordatorio el que hace el Señor por medio del profeta; hermosa palabra de consuelo.
Nos recuerda el Señor su amor por su pueblo. ‘En el tiempo de la gracia te he respondido, en el día de la salvación te he auxiliado; te he defendido y constituido alianza del pueblo…’ El Señor ha manifestado su amor por su pueblo de mil maneras, y aunque el pueblo en su infidelidad haya roto la alianza una y otra vez olvidándose del Señor, es siempre fiel. El Señor ha sido liberación para su pueblo, ha sido luz en las tinieblas, envió a los profetas, hace prodigios en medio del pueblo.
No caben dudas desde el amor que manifiesta sobre su pueblo. Y si hubieran dudas terminará diciéndonos: ‘Sión decía: Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado. ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré, dice el Señor todopoderoso’.
Por eso podíamos decir una vez y repetir sin cansarnos con el Salmo: ‘El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad. El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas…’
Y todo eso lo tenemos en plenitud en Cristo Jesús. Hoy se nos presenta Jesús en el evangelio como el Hijo de Dios que en todo nos está manifestando lo que es el rostro de amor de Dios. Y los judíos, aunque no lo querían aceptar, sí están comprendiendo las palabras de Jesús que son bien claras. Como nos dice el evangelista ‘por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no sólo violaba el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios’. Ahora en el tiempo que nos queda de cuaresma iremos contemplando toda esa oposición por parte de los sumos sacerdotes y los fariseos contra Jesús.
Efectivamente Jesús así se manifiesta como Hijo de Dios. ‘Lo que hace el Padre, lo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que El hace y le manifestará obras mayores para vuestro asombro. Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que ama…’ Y nos asegura Jesús: ‘Quien escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida eterna y no será condenado, porque ha pasado de la muerte a la vida…’
Creemos en Jesús, creemos en el Padre que le envió, queremos alcanzar la vida eterna, queremos pasar de la muerte a la vida ya de una vez para siempre. Es nuestro camino, nuestra tarea, es lo que tiene que ser nuestra vida para siempre. Pero nos pueden muchas veces el pecado o se debilita nuestra fe.
Por eso el ejercicio cuaresmal en la austeridad y la penitencia, en la intensificación de la escucha de la Palabra de Dios tratando de plantarla bien en nuestro corazón, y en nuestra oración personal y comunitaria vivida con toda intensidad es una ayuda grande en este camino que ha de ser nuestra vida toda. Tendría que ser nuestra tarea de siempre, pero ya sabemos de nuestras debilidades y rutinas. Por eso la cuaresma es tan importante, es un toque de atención fuerte para despertar, una llamada imperiosa del Señor.
Escuchemos su llamada. Demos respuesta. Reconozcamos el amor del Señor. Y lo hacemos con alegría y con esperanza.

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