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sábado, 30 de mayo de 2009

Conservemos siempre en nuestras vidas la alegría de la Pascua

Conservemos siempre en nuestras vidas la alegría de la Pascua
Hechos, 26, 16-20.30-31
Sal. 10
Jn. 21, 20-25

Podíamos decir que en los dos textos de la Palabra de Dios hoy proclamada los autores vienen a poner como su rúbrica a dichos textos. Terminamos la lectura de los Hechos de los Apóstoles y es también el final del evangelio de san Juan.
En los Hechos contemplamos a san Pablo ya en Roma. Recordamos que había recibido en una visión la voz del Señor que le decía que ‘lo mismo que has dado testimonio a favor mío en Jerusalén, tienes que darlo en Roma’. Había apelado al César cuando vio su vida en peligro con las acusaciones de los judíos, y ahora tras varios capítulos de su recorrido preso hasta Roma, le vemos predicar allí ‘el Reino de Dios enseñando la vida del Señor Jesús con toda libertad’ a pesar de estar detenido y custodiado ‘con un soldado que le vigilase’.
Por su parte el propio evangelista y sus discípulos dan testimonio de que ha sido Juan el que ha escrito el evangelio. En referencia a aquel discípulo que sigue a Pedro y Jesús en su conversación y por el que pregunta Pedro qué le va a suceder cuando Cristo le ha anunciado a él su propio martirio, se termina comentando ‘éste es el discípulo que da testimonio de todo estoy y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero’.
Pero como hemos venido haciendo esta semana fijémonos en lo que hemos pedido, precisamente hoy cuando estamos en las vísperas de Pentecostés y a punto de terminarse el tiempo pascual. ‘Concédenos conservar siempre en nuestra vida y en nuestras costumbres la alegría de estas fiestas de Pascua que nos disponemos a clausurar’.
Pedimos que el Espíritu nos conceda el don de la alegría. Lo hemos vivido de manera intensa y especial en este tiempo de Pascua. Pero ese don del Espíritu tendría que acompañarnos todos los días. ¿Cómo no vamos a vivir la alegría de la fe? ¿Cómo no va a prolongarse en nuestra vida esa alegría de la Pascua?
Se termina el tiempo pascual, pero no se nos puede terminar la alegría de la fe. El misterio pascual tiene que envolver toda nuestra vida, no sólo en un tiempo determinado. Y ese gozo, entonces, que sentimos en Cristo resucitado tiene que estar presente continuamente en nuestra vida, lo hemos dicho y lo repetimos, los cristianos tenemos todos los motivos para ser las personas más alegres del mundo.
Con la fuerza del Espíritu hemos de participar fructuosamente en los sacramentos, como diremos en la oración sobre las ofrendas, porque con la venida del Espíritu llega a nosotros también el perdón de los pecados. ‘Ayúdanos a pasar de la vida caduca, fruto del pecado, a la nueva vida del Espíritu’, pediremos en la oración después de la comunión.
Que se derrame, pues, sobre nosotros el Espíritu de la alegría. Que nos sintamos inundados y seamos capaces de llevar con su fuerza el gozo de la fe y de la salvación recibida a los demás. Ven, Espíritu Santo, tenemos que repetir una y otra vez en este día para que mañana podamos sentirlo intensamente en nuestra vida cuando celebremos Pentecostés.

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