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miércoles, 7 de enero de 2009

Una luz radiante que brilla sobre nosotros

Una luz radiante que brilla sobre nosotros

1Jn. 3, 22-4, 6

Sal.2

Mt. 4, 12-17.23-25

‘¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!... sobre ti amanecerá el Señor… caminarán los pueblos a su luz…’ Así escuchábamos en la fiesta de la Epifanía al profeta Isaías. Amanece la gloria del Señor. Como el lucero del alba que anuncia el amanecer, la estrella de Belén anuncia la llegada del Sol. ‘El sol que nace de lo alto’, que diría el anciano Simeón. Toda la liturgia de estos días de Navidad ha estado envuelta por el signo de la luz.

Hoy san Mateo nos hace como un resumen del comienzo de la actividad de Jesús en Galilea. ‘Comenzó Jesús a predicar diciendo: Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos…’ Anuncia el Reino de Dios y cura de toda dolencia y enfermedad. Vienen hasta El gentes de todos los lugares. Su predicación es en Galilea pero habla de gente venida no sólo de toda Galilea sino de la Decápolis - diez ciudades vecinas al lago de Tiberíades -, igual que habla de Jerusalén y de Judea por el sur, pero también de Transjordania, más allá del Jordán.

Y nos compara la llegada de Jesús y el comienzo de su predicación con una luz brillante que comienza a resplandecer y a iluminar. Recuerda al profeta Isaías, precisamente en un texto que ya escuchamos en la misma noche del Nacimiento del Señor, en la Misa de Nochebuena. ‘El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y en sombra de muerte una luz les brilló’. Es la mejor imagen para describirnos el significado de la presencia de Jesús. Como lo hemos llamado hoy en la oración litúrgica ‘luz radiante’ que nos ilumina.

Es el momento del anuncio de la Buena Noticia del Reino. Reino que nos invita a la conversión y Reino que se manifiesta en las obras del amor. Es lo que Jesús hace. Por eso, no solo anuncia la Palabra de salvación, sino que al mismo tiempo sana y cura, hace llegar la salud y la salvación a todos. Acuden a El con sus dolencias y acuden a El con todas sus limitaciones y enfermedades. Y Jesús salva. Hace patente el Reino de Dios.

¿Qué nos queda a nosotros? Nos da la pauta la carta de san Juan que hemos escuchado en la primera lectura. ‘Este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, como nos lo mandó’. Creer que Jesús, es el Cristo, el Mesias, el Hijo de Dios, nuestro Salvador. Y porque creemos en El hacemos las obras de El, las obras del amor. ‘Que nos amemos unos a otros, como nos lo mandó’. Son las señales del Reino de Dios. Son las señales de que nos hemos dejado iluminar por su luz.

Continuamos celebrando la Navidad y la Epifanía y su luz sigue resplandeciendo sobre nosotros. Celebramos la Epifanía que se nos prolongará hasta el próximo domingo en el que celebraremos otro de los momentos de la Epifanía que fue su Bautismo en el Jordán con la gran teofanía de la gloria del Señor, y nos sentimos enviados a llevar también nosotros esa luz a los demás, a ser estrella y teofanía de Dios para los demás como reflexionábamos ayer.

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